Delibes nos enseña que una vez se ha sembrado la violencia y la expectativa del enfrentamiento sus frutos acaban por germinar

Primer manuscrito de 'Las guerras de nuestros antepasados'

«La violencia es simple; las alternativas a la violencia son complejas». Esta cita del psiquiatra Friedrich Hacker es la elegida por Miguel Delibes como epígrafe para ‘Las guerras de nuestros antepasados’ (Ediciones Destino, 1975) y creo que deja bastantes claras sus intenciones: desacreditar la violencia como solución a los conflictos y ridiculizar todo lo posible la vulgaridad del hombre belicoso frente a la sutileza y sensibilidad del hombre de paz. Ese es el objetivo, escribir un canto al pacifismo, lo cual no es poca cosa en 1970, que es cuando comienza a escribirse. Pero hay algo más. Si algo hace especialmente bien Delibes es encontrar el mejor punto de vista posible para contar lo que quiere, es decir, buscar la mejor fórmula para resolver el problema que plantea toda novela. En sus conversaciones con César Alonso de los Ríos admite que, en ‘Cinco horas con Mario’ se encontró con algo que no pretendía, que es que el público comenzara a empatizar con el personaje de Mario debido a los ataques sistemáticos de un personaje tan vulgar como Menchu. 

Imagen principal - Sobre estas líneas, distintos detalles del manuscrito de 'Las guerras de nuestros antepasados' con las anotaciones del propio Miguel Delibes
MIL Y UN DETALLES Sobre estas líneas, distintos detalles del manuscrito de ‘Las guerras de nuestros antepasados’ con las anotaciones del propio Miguel Delibes FERNANDO BLANCO

Mario es un personaje modesto, pero se hace grande, de modo imprevisto, por oposición a su mujer, tan gris y reaccionaria. Bien, creo que en ‘Las guerras de nuestros antepasados’ –a la postre, su siguiente monólogo– aprende la lección para no cometer el mismo error y que el personaje principal, Pacífico Pérez, no deje ninguna posibilidad de redención a su padre, abuelo y bisabuelo, que son personajes referenciales que no entran nunca en la acción principal. Por ello nos presenta a un protagonista víctima, ingenuo, hiperestésico, sensible hasta el dolor y pacífico, como marca su nombre, frente a la belicosidad obsesiva, ‘gañana’ y cruel de unos familiares obsesionados con sus propias guerras  –la Civil, la de Marruecos y las Carlistas– y empeñados en que la guerra del joven tiene que estar al caer. Pretenden explicar que cada generación tiene su guerra, que aparece en el horizonte como un sino irrenunciable y ante la cual a Pacífico solo le queda la resignación e incluso la alegría, porque toda guerra es divertida, buena y nos hace verdaderamente hombres. Es el eje central de una vida.

Pacífico se opone, y no lo hace por motivos católicos. En una carta de Umbral a Delibes, le dice, haciendo referencia a la novela, que «si un chino hace un biombo, le sale inevitablemente un biombo chino. Y si un cristiano hace una novela, le sale inevitablemente una novela cristiana. No es necesario que se esfuerce por dejar constancia de su cristianismo». Y Delibes lo logra, el pacifismo del personaje trasciende el alegato religioso para llevarlo a una crítica mucho más amplia y global, casi desesperada, que engarzaría con ese ‘Leave Those Kids Alone’ de Pink Floyd, un canto dramático porque las guerras y los odios no se hereden y podamos, por fin, dar paso a una generación cuyas vidas y cosmovisiones no se entiendan con la guerra y la muerte como epicentro.

No lo logra el personaje. Pacífico, ese ser naturalmente bueno y candoroso que cuando toma consciencia de la crueldad del mundo pretende refugiarse en el vientre de su madre de nuevo, (imagen que nos traería Kurt Cobain en ‘Heart Shaped Box’: «Lanza tu cordón umbilical para que pueda trepar de regreso») termina por ser un asesino, matando a un vecino sin saber muy bien por qué. Es decir, un hombre candoroso e inofensivo acaba siendo agresivo, y además de modo gratuito, debido a la violencia basal de sus familiares.

Es sabido que, a Delibes, la Guerra Civil, a la que se une con 18 años, le afectó mucho. Vuelve del buque ‘Canarias’ afectado, medicado y con tintes neuróticos de los que no se repondría jamás. Él es Pacífico, un joven esencialmente bueno y sensible que se ve obligado a luchar una guerra que, en España, cae como una losa cada cierto tiempo y de la que no podemos huir. El gran acierto de esta nueva puesta en escena de Jesús Cimarro y Claudio Tolcachir en el Teatro Bellas Artes es, por supuesto, su oportunidad. Nunca una novela ha sido tan contemporánea como esta ni ha venido tan a cuento. ¿Podría volver a pasar? ¿Estamos en la España actual heredando odios que teníamos enterrados y avivando su llama para que nuestros hijos entiendan que, antes o después, deberán volver a luchar contra la otra mitad? ¿Son las nuevas generaciones esos ‘Pacíficos Pérez’ que, habiendo nacido sin pulsiones agresivas ni necesidad de matar a nadie, se acabaran convirtiendo en ‘homo bellicus’ sin saber como ha podido suceder? ¿Estamos preparando hoy las guerras de nuestros descendientes? Esperemos que no y estamos a tiempo. La guerra cultural es otro tipo de guerra en la que no se mata, al menos al principio. Pero las consecuencias del odio y de la agresividad son bastante previsibles. Delibes nos enseña que una vez se ha sembrado la violencia y la expectativa del enfrentamiento, sus frutos acaban por germinar hasta en el hombre más inesperado. Y el culpable no es solo quien aprieta el gatillo sino, también, el que le enseñó, desde el principio, que eso era lo normal.

(Este texto se publicó originalmente en ABC Cultural el 21 de enero de 2023. Disponible haciendo clic aquí).