
Casi prefería la dialéctica de checa, piolet y tiro en la nuca que esta cosilla posmoderna, hiperglucémica y ridícula en la que se han convertido, la verdad. Preferiría la amenaza de un nuevo Holodomor antes que aguantar media hora de un gobierno con estas turras de ‘Superpop’ y test de ‘Ragazza’. Me quedo antes con esa cara de enfadado que se gastaba Iglesias cuando se arremangaba y decía una ristra de chorradas muy en serio, asustando viejecitas con el pelo cardado mientras cogía el micro como si fuera Los Chikos del Maíz, que este coma diabético ‘new age’, a medio camino entre las convivencias de las Jesuitinas del 98 y un niño-chamán telepredicando con acento de Brasil.
Pablo al menos metía el cuello como Alonso, sacaba el codo como Materazzi, fruncía el ceño como Anguita y venga, hora y media diciendo barbaridades a los compañeros y las compañeras, con esa cara de jurado de ‘talent show’ y la camisa de ‘Ojalá que llueva café en Alcampo’. Pero Yolanda es otra cosa, una mezcla entre Juan Salvador Gaviota, un tocinillo de cielo y Sor Lucía Caram disfrazada de electroduende. Y de verdad, no me entra en la cabeza. No soy capaz de entender qué le verán. Este asunto del yolandismo me ha pillado por sorpresa, tanto como ver a parte de la derecha clamando por el derecho a comprar y vender niños, adelantando a la Agenda 2030 por la zurda, como un Sputnik soviético.
Yolanda no da miedo, es cierto. Parece educada y sonríe como sonríen las comerciales de banca privada antes de colocarte un seguro abusivo para llegar a objetivos. No tiene pinta de querer liberar violadores e incluso ha celebrado con entusiasmo una reforma laboral que apuntala la de Rajoy. Pero más allá de eso, nada, solo vergüenza ajena, un culto al líder que ni Kim Jong-un y ausencia absoluta de escrúpulos y de todo proyecto que no sea apuñalar por la espalda a quien la puso ahí. Porque Iglesias será lo que sea, pero nos tuvo a todos acojonados un añito y pico. Y de la nada supo crear un espacio político. Y, además, lo han elegido los suyos en unas primarias. Pero Yolanda está ahí solo porque la puso Iglesias, su dedazo vallecano y su tutela heteropatriacal. Y como no es capaz de liderar el espacio, monta el suyo. Un Rosa Díez en toda regla, pero sumando el factor traición y deslealtad. En realidad, es muy complicado escucharla y no sentir algo de lástima al comprobar en lo que nos hemos convertido, por la política entendida como una infusión de cola de caballo y por un discurso que huele a chicle de fresa acida y a carpeta forrada con la cara de El Follonero.
La izquierda es algo mucho más serio. Equivocado, lleno de rencor y con una pulsión irresistible hacia la miseria, sí, pero, en todo caso, algo que va más allá del reto viral «¿Qué versión de ‘Bella Ciao’ eres hoy?» o de pintar en el suelo lo de «No sabía que ponerme y me puse contenta». Ayer el comunismo mutó en Barrio Sésamo. Y ya solo nos queda esperar a que salga el Monstruo de las Galletas y lo destroce todo.
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 3 de abril de 2023. Disponible haciendo clic aquí).