Siempre que sucede una catástrofe de este tipo, tengo la misma sensación. La sociedad postmoderna ve la muerte como una anécdota, como algo extraordinario, casi como un invitado imprevisto que llega sin avisar y se quiere quedar a cenar. Como si fuera una sorpresa, una posibilidad estadística improbable. La muerte duele. La muerte acecha y la muerte es profundamente misteriosa y desoladora. Pero la muerte está ahí, siempre. La muerte está presente cada minuto, por todas partes, por mucho que hayamos decidido instalarnos en el buenismo, en la infancia como modo de vida y en Disney como argumento. Miramos hacia otro lugar, pero no debemos olvidarnos que allá donde no queremos mirar, está la muerte haciendo señas.
Ya no vemos morir a los animales que nos comemos, pero no olvidemos que hemos matado un pollo, un cerdo, una vaca y una docena de cigalas en las últimas horas. No con nuestras manos (ya no tenemos pelotas ni para eso), sino moviendo las manos de una marioneta en forma de verdugo que hace el trabajo sucio, al que además culpamos de la muerte en un ejercicio piruético de triple moral destilada y desoladora. Ya no vemos morir a los enfermos en casa, ni a los ancianos, porque gracias a Dios la mayor parte de las veces mueren en la cama de un hospital. No lo vemos, pero se mueren. Existe un último momento. Existe un último suspiro y una última mirada. No es una forma de hablar.
Teniendo en cuenta que mi única patria es mi hija y que las banderas se las pueden meter por el mismísimo orto, tampoco tenemos valor ya ni para ir a defender cada uno a su patria, sea la que sea. Ya no vemos morir a la gente en la guerra de las patrias, no porque no haya guerra ni patrias, sino porque hemos desertado del cuerpo a cuerpo en la misma. Pero en la guerra de cada cual hay muertos cada día. Unos de tu bando, otros del otro. Muchos aún no saben que hay una guerra, y creen que los bandos no son mas que diferentes puntos de vista respetables. Y una polla.
Nuestra existencia tiene un punto final. La muerte es la ley de la vida. Y el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, por lo que vivir como si eso no fuera a pasar no te alarga la vida ni un sólo segundo. Deberíamos dar las gracias por cada segundo de vida, y vivirla con la mayor alegría e intensidad posible. Porque con existir no basta. La existencia pura y dura no llena nada y de aquellos polvos vienen estos bobos que no se han dado cuenta que admitir la existencia aquí y ahora implica no existir en lo eterno y lo infinito. Y entonces sufrirían aunque no descarrilara ningún tren ni se estrellara ningún avión y, por lo tanto, no tendrían más opción que vivir en serio, centrados en lo inmortal y en lo eterno. Eligiendo destino, quiero decir, patria.