Muchas gracias, hija. Tienes ya tres años, y quiero decirte que los has convertido en los mejores, en una celebración constante de la vida, en el amor más bello. Ya sabes que te considero una sabia, y tus palabras y percepciones siempre me hacen reflexionar. Tu sentido de la lealtad, tu felicidad desbordada. Tu capacidad de sacrificio, tu tesón, tu perspicacia. Tu sensibilidad y observación desproporcionadas. Tu creatividad de genio, tu arte y tus greguerías. Tus rimas son las mejores, y tu música me alegra el corazón y el alma cuando fuera nada parece ayudar.
No quiero hablar de mi, esto es un homenaje prematuro. Un aviso para que cuando tengas 15 y todo parezca ser una mierda, y nadie parezca entenderte y no encuentres tu lugar, recuerdes que tu infancia es tu patria, y que podrás saber quien eres si recuerdas quien eras cuando eras sólamente tú. Yo estaré allí para ayudarte a recordarlo, si así lo deseas.
«La percha es el barco del armario», dices sonrojando al mismísmo Gómez de la Serna y solo puedo mirarte absorto y abrazarte fuerte. Tu madurez y capacidad de adaptación hacen de El Último Superviviente un aprendiz sin carácter. Tu lucha por encontrar tu espacio sin buscarle hace que todo espacio sea el tuyo. Ojalá aprendieran los nacionalistas de ti, que solo cuando dejas de pensar quien eres, puedes ser tu mismo. Un día vamos y se lo contamos juntos. Allí se come genial.
Cuando tengas 15, decía, volverás a leer esta oda sin pretensiones y te explicaré como llenas las calles de alma y de alegría las vidas a quienes tenemos el lujo de compartir la tuya. Espero poder reirme de ello junto a ti en Nueva York o en Londres en un día de julio de 2025, porque te aviso que te voy a enseñar el mundo entero poco a poco. Ya veremos de donde sacamos la pasta. Tú tranquila.
No voy a decirte que siempre estaré disponible, porque esto es una oda y no un contrato, y porque ya lo sabes. Pero sobre todo porque lo único que interesa en este momento es tu disponibilidad y no la mía. La disponibilidad de ser, de vivir y de sentir de la manera que lo haces. Saber que tienes parte de mi dentro de ti me hace sentir mucho orgullo, porque me conformaría con la mitad de la mitad.
No pierdas la capacidad de asombro y te prometo que será imposible que dejes de asombrar. Yo me quito el sombrero, me lo llevo al corazón y levanto la cabeza para decirte que me siento profundamente orgulloso y agradecido hacia ti, hacia el mundo y hacia Dios por haberme dado este regalo que es vivir la vida a tu lado.