Herodoto se atusa la barba en la Grecia clásica. Escribe de musas, que es la forma más inutil de invocarlas. La cámara se fija en su cuaderno.

«Terpsícore había nacido para la danza y bailaba al son de la lira y de la cítara. Hija de Zeus y de Mnemosine, la musa de la poesía ligera y de la danza fue la madre de las sirenas que nacieron de su romance con el dios-río Aqueloo».

Cambio de escena. Flashforward.

Estamos de nuevo en Grecia, pero en el año 1803. Ante la inminente llegada de los invasores turcos, las mujeres de Zalongo decidieron lanzarse al abismo de los acantilados con sus hijos en brazos. Se lanzaron mientras bailaban una danza ritual. Habían decidido morir con dignidad en vez de padecer una esclavitud de por vida. Terpsícore había sido invocada.

Golpe seco de bombo. Flashforward de nuevo

Estamos en el s. XXI. En el acantilado, una dama. (Cada dama en cada acantilado es Terpsícore en Zalongo). Nuestra Terpsícore, la original, se lanza hacia el vacío invocándose a si misma, su único techo y rival, como ya dejó escrito Aqueloo a finales del XX. Se libera de la esclavitud que supone ser musa. Apostasía de Zalongo. Exilio voluntario de la historia.

Cambiamos de plano. Volvemos a la Grecia clásica. Herodoto escribe el epílogo, que bien podría ser la introducción, porque esta es una fábula cuántica.

«La capacidad de Terpsícore de ser musa, es decir, de ser ella, es decir, de SER, excede de la voluntad suicida. Terpsícore danza aunque no quiera. Terpsícore no es un ave fénix porque nunca hubo cenizas de la que salir, ella es el fuego. Terpsícore es cruel como todas las musas en activo. Pero el ADN permanece intacto, la sirena no lleva sólo el río dentro. Al desencadenarse de la libertad, se encadenó. Terpsícore siempre estará en el acantilado, pero circunstancialmente ahora está debajo, sujetando niños de otros danzantes suicidas. Terpsícore se entretiene ahora con su Golem. Ella es una musa en excedencia.»

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