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La primera y única vez que hablé con Salvador Sostres fue en 2010, creo recordar. En un artículo marca de la casa -que no logro encontrar- se refería a los castellanos poco menos que como una tribu de seres con boina que se comen a los niños crudos a la puerta de las iglesias o una paletada de esas con la que ciertos catalanes gustan de hacer el ridículo de vez en cuando. De hecho acabo de recordar que lo que él proponía era suspender todas las autonomías menos las que a él le parecieran bien, Cataluña, Euskadi y tal, las llamadas comunidades históricas. ¿Suspender la autonomía de Castilla? ¿Castilla no es una comunidad histórica? Eso es la mayor gilipollez que he oído. Que Castilla no sea una comunidad histórica demuestra lo que es este país: un disparate para descerebrados. La historia de Castilla es clave en la configuración del mundo, del pensamiento, de Occidente, de todo. Seamos serios, Salvador. Le puse a parir en twitter -que era mi única arma, un proyectil- y, para mi sorpresa, recibí un mensaje privado suyo en el que me daba su numero de teléfono para que, si me parecía bien, le llamara y así podríamos hablar como personas civilizadas y no como dos twitteros del montón.

Le llamé. Le expliqué el porqué de mi enfado, que mientras en Cataluña estaban a sus cosas, en León tenían ya el parlamento más antiguo del mundo, hace nada más que mil años. Que aquí plantamos cara a emperadores y que fuimos capaces de iniciar rebeliones para hacer respetar los principios de un protoestado protoliberal antes que nadie en el mundo; que mientras en Inglaterra estaban pasándose por la piedra a media humanidad -han dejado de hacerlo hace diez minutos-, en Castilla allá por 1500 ya se reconocieron derechos a los indios. Aunque a los idiotas les cueste leerlo, la escuela iusnaturalista, con Francisco de Vitoria, Francisco Suárez, Vázquez de Menchaca, etc. estaba a años luz de los filósofos actuales y no te digo ya de políticos como el imbécil ese que se ríe como una hiena al lado del Borbón en las finales de copa. Pero bueno, sigo, decía que ya entonces reflexionaban y pensaban que el ser humano, por el mero hecho de nacer, tenía una serie de derechos adquiridos, de derechos naturales. En 1500. Los de la boina. En fin, que me puse pesado, como me estoy poniendo ahora.

Lo que me encontré al otro lado del teléfono fue una sorpresa. Una persona de una lucidez extrema, de una educación que llamaba la atención, afectuosa, inteligente, divertida, tocapelotas, muy cercana y de una conversación brillante. Me dijo que esa no era la intención de sus palabras, que desconocía muchos de los datos que le di y finalmente me explicó el porqué último de ese artículo, algo que no voy a contar aquí. Fue casi una hora de conversación. Le dije que cuando viniera por estas tierras bárbaras, le invitaba a un lechazo y a una botella de Ribera del Duero y me dijo que sería un placer y que cuando fuera a Barcelona, por favor le llamara y me invitaría a comer para proseguir la conversación. No sé si él ha venido y no ha llamado, pero yo he ido a Barcelona bastantes veces desde entonces y no lo he hecho, me ha dado vergüenza molestar, lo reconozco. Algunos amigos míos -me consta- le han pedido consejo para elegir restaurante en Barcelona, y no sólo les ha ayudado encantado sino que cuando han llegado al restaurante en cuestión tenían la mesa reservada por el mismo Salvador. Clase, chavales.

Escribo esto porque ayer echaron a Sostres de El Mundo. Supongo que David Jiménez ha pensado que para los lectores no es suficiente perder en un añito a Jabois, a Gistau y a Pedro Jota y decide ahora tomar la opción fácil: cargarse al último de Filipinas, cortar la cabeza al símbolo de la libertad de expresión del Diario, al tocacojones, al eslabón más fácil. Salvador ha dicho muchas gilipolleces, y yo más que él, pero despedirle es un símbolo, una declaración de intenciones: no queremos voces díscolas, ahí tenéis la cabeza que queríais. No queremos -en último término- verdadera pluralidad entre firmas libres. Muy rajoyesco.

Es de ley homenajearlo hoy porque me apetece y porque me temo que seré el único. Con él he aprendido que escribir es meterse en problemas, que no hay nada más valiente que escribir contra la progresía patria y su dictadura mediática. Escribir contra la derecha lo hace cualquiera, incluso yo, pero para escribir contra los fascistas de twitter, contra el pensamiento único, contra los lugares comunes, contra lo políticamente correcto, hay que ser Sostres o Quevedo. Con él he aprendido que las latas de caviar son de kilo y medio o no son nada, que el lujo se conquista de repente y en exceso para no hacer el ridículo persiguiéndolo toda la vida. Que el mejor olor es Le Voleur de Roses, que el honor y el agradecimiento se trabajan a diario, que los erasmus no traen nada bueno, que tenemos la obligación de ser felices, que llorar es de fracasados, que sin trascendencia y sin Dios no somos nada más que tristes fósiles, que sentimiento y destino son la misma cosa. Con él he compartido la belleza de su primer biberón, su primera carta a María, el amor insuperable de un padre ultrasensible hacia su hija. De él he aprendido que Israel es el frente de una nación que formamos todos y que se llama Libertad y que Libertad y propiedad son corolarios.

Él ha puesto el dedo en la llaga del los necios, él ha señalado a los mezquinos, nos ha hecho despertarnos con una parte de clarividencia y otra de mala hostia. Nunca se ha callado por miedo, tengo la impresión de que si se ha callado -que lo dudo- ha sido por prudencia, pero su manera de escribir y de hablarnos en El Mundo ha sido de una honestidad sin precedentes. Los que escriben para que le guste a su mamá, a su tía, a su novia, a su jefe, a su sindicato, a sus colegas, a los artistas, a Cebrián, al vecino o al taxista, son unos cobardes. Se escribe lo que se piensa, y si lo que se piensa es siempre lo que le gusta a tu portera, tienes un problema, porque es imposible, estás actuando, estás mintiendo. Hay que jugarse el puesto delante del toro, como lo ha hecho él cada tarde en La Monumental. Lo que me extraña no es que se lo carguen de El Mundo, sino que no se lo hayan cargado antes. Es un milagro haber podido leer a Sostres a diario. En el país de los ciegos, el tuerto está en la puta calle.

Me temo que los que le critican no han leído nada suyo, más allá de sus salidas de pata de banco, que hay muchas y que supongo que él mismo reconoce. Entre ellas no cuento la del primer rasurado. Es una putada que te pillen diciéndolo, pero en privado, entre amigos, se dicen esas cosas y mucho peores, sobre todo los puritanos que le critican, con los huevos rasurados para tatuarse bien la hoz y el martillo. Ahora que esos mismos te lapidan, ahora que la manada, la turba, se ensaña en tu despido, yo doy la cara por ti y te agradezco tantos años de artículos. Te agradezco que no escribas para idiotas, que trates al lector como un ser inteligente, aunque a la vista del resultado a lo mejor has pedido demasiado. De igual modo, he de reconocer que has sido una inspiración, un pequeño maestro en la distancia, con tus luces y tus sombras. No sé dónde irán a parar ahora tus artículos diarios, pero espero ansioso saberlo para poder leerte de nuevo y que así que esta España en blanco y negro que se nos viene encima sea un poco menos triste. El Mundo lo va a leer su socialdemócrata madre, pero te pido que te guardes “Guantánamo” antes de que se lo carguen también. Es de mediocres y de cobardes callarme. Creo que tus compañeros con dignidad deberían echarte un capote y dar la cara ante esta purga. Eso demostraría que la solidaridad y la defensa de la libertad de expresión va en serio y no solo cuando cae uno de los puros, de los inmaculados, de los que jamas han dicho ni dirán nada. Uno de los suyos, por supuesto. Uno de los «buenos». Por mi parte, insistir que la invitación sigue en pie. Aunque me caiga una buena por este texto, me gusta tocar los cojones tanto como a ti, así que te lo digo aquí y te lo diré en el Tirsa, en Costes y donde desees: “Tots som Salvador”.

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