dos

Por si fuera poco, en ese momento entraron los locos. El telón de El Junco dividía el mundo en dos y en ese momento dió paso a un grupo enfermos mentales en fila de a dos, elegidos personalmente por él en una de sus frecuentes visitas al psiquiátrico. Iba a esa planta del hospital como un Director de Casting buscando actores de reparto y seleccionándolos uno a uno en función de lo disgregado de su lenguaje. La fiesta se nos iba a ir de las manos, pero ahí estaba Juan, dándolos la bienvenida con reverencias excesivas mientras desenrollaba una alfombra roja que había guardado en algún lugar que prefiero no conocer. Hay muchas cosas de Juan que nunca pregunté, por si acaso me respondía.

Habíamos gastado seis mil euros en alquilar El Junco, un local de la Plaza Santa Bárbara que nos encantaba porque no habíamos estado nunca y aun no tenía adjetivos. Y además estaba en el barrio de Justicia, lo que quiere decir que estaba en el centro del mundo, capital Madrid.

Allí estaba Juan, tirando plátanos a los porteros, dando órdenes contradictorias y tirando todo a su paso. Juan tenía un campo gravitacional propio alrededor del cual bailaba el caos físico. Era el tipo de persona que al darse la vuelta tiraba una copa de la mesa de al lado y al rectificar la posición mojaba con la suya a una señorita que venía a avisar. Todo solía acabar en risas porque sus casi dos metros intimidaban y tenía un carisma indudable, como Jesucristo en un after. Pero como en una matrioska, esa apariencia de Jesucristo contenía a otra figura igual que se llamaba El Otro, que a su vez contenía la presencia del Absorbido Suicida embarazada de Juan. Era posible saber a cuál de los cuatro te ibas a encontrar por su forma de citarte, pero para saber con cuál de los cuatro ibas a a acabar borracho esta vez, hacía falta esperar hasta la decepción que marcara el rumbo de la noche.

(Continúa aquí)

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