Acepta tu destino. No es el dinero de tu cuna lo que marca tu destino y por ello no debe ser el dinero que adornará tu ataud lo que marque tu camino. Es tu predisposición al estudio, al saber, a la creación, bien sea artística, literaria o científica; a la producción historiográfica, al ensayo, la novela, al rap, la lira o el arpa; a la música electrónica, a la cocina, a la artesanía, al estudio de la torah o al nuevo testamento; a la producción cartográfica o al periodismo de viajes…. No lo sé, pero cada día me voy despojando más del idealismo libertario que marca mi postura de base. La verdadera clase es la que nace al asumir cuanto antes quien eres, cuales son tus circunstancias personales, sociales e históricas, al vivir con la sencillez y la austeridad del viejo rico y al dejar de soñar con el self-made-man, imposible en España y me atrevería a decir que en toda la vieja y decadente Europa, que aún así mira por encima del hombro a América, a Asia y al resto de motores del mundo, como una vieja que oculta su edad con pintura excesiva en su rostro arrugado y que para nada sirve más que para generar compasión y tierna sonrisa en quien observa esa decadencia altiva.
Águilas en corral de gallinas ponedoras, bravos en establo de vacas holandesas, Gulliver en el país de los lilliputienses, linces en el país de los ciegos. En el país de los tuertos, el Dioni está en la carcel. O debería estarlo. Una vez satisfechas las necesidades básicas (habitación, sopa, libro y vino), no tiene sentido jugarse la libertad por un puñado de euros más. Pero tiene todo el sentido jugarse la vida por el derecho a estudiar, a leer a Chesterton y a callar. Reivindica tu derecho al silencio, porque es tuyo y más poderoso que viga en bocaza ajena. Llevaría monóculo y recorrería si pudiera los caminos de Inglaterra, vestido como Quevedo y lanzando silencios en español e insultos en inglés, a partes iguales. ¡Estoy tratando de comprender la vida, déjenme en paz!
Pero aquí no manda nadie sino el convencionalismo. No, no manda en el gobierno, ni la prensa, ni los poderes económicos. No manda la iglesia ni el parlamento, como gustan de decir los nuevos pobres, que son intelectualmente igual de ridículos que los nuevos ricos. Mandan las estériles ganas de impresionar a gente que jamás se impresionará porque tiene el corazón de piedra podrida y jamás entenderá el discreto encanto del musgo comiéndose las ruinas, del polvo llenando de pasado la habitación y de las palabras sin aroma. Hay que vivir cuidando del jardín. Nadie jamás podrá evitar que te cultives y esa es, mi buen amigo, la verdadera revolución. El resto es selva.