La verdadera crisis española no es económica ni social. Tampoco es esa horterada que se ha bautizado como “crisis de valores”, como si acaso el mundo no viviera en una crisis de valores de modo permanente o como si alguien pudiera establecer cuales son los valores que deben predominar en una sociedad y cuales no. Gracias a Dios estas cosas tan típicas del comunismo, del fascismo y de demás totalitarismos murieron en el siglo XX, aunque algunos nostálgicos no se hayan enterado y hagan el ridículo cada dieciocho de julio con el pollo y cada catorce de abril con la tricolor. Un día podían quedar todos –a veces pienso que son los mismos- y arreglarlo entre ellos. A hostias, como mandan sus respectivas ideologías. Yo propongo aprovechar y poner unas gradas para ver el espectáculo y una vaquilla en el medio del follón para hacerlo más cañí. La verdadera crisis -decía, que me pierdo- es otra: la crisis del periodismo.
El periodismo en España es una vergüenza sin rigor de ningún tipo, que se ha colmado de tertulianos hooligans y de columnistas vulgares. No tienen un punto de vista propio –no digamos ya un estilo- ni tampoco conocimientos que pudieran sustentarlos. Ellos simplemente se limitan a defender lo que toca, en función de qué partido le paga el sueldo directa o indirectamente. Entiéndase. No tengo ninguna duda de que el columnista X no cobra un euro directamente del PSOE, pero tampoco tengo ninguna duda de que ese columnista está ahí porque el medio y el partido saben que va a defender siempre las tesis del PSOE, exponiéndose a hacer el ridículo sin problema si fuera necesario. No tengo ninguna duda –faltaría más- de que la tertuliana W no cobra un euro del PP, pero no me cabe la menor duda de que si no fuera a defender siempre y en todo lugar al PP -aún a riesgo de tener que bailar un reggeaton con un koala en Prime Time, por ejemplo-, tampoco estaría ahí. Lo sabe ella, lo sabe el medio y lo sabe el partido. Son cuotas de poder que los partidos tienen en los medios, y sus estrategias de relaciones públicas se basan en ganar espacio en tertulias, columnas y firmas y a cambio sugerir nombres para llenar dichos espacios. Sé de lo que hablo porque hace no mucho se me ofreció una colaboración así. El resultado lo pueden ver. Uno es pobre pero honrado.
Esto es más o menos nauseabundo, podemos echar la pota apoyados en un monumento público o preferir hacerlo indoor, pero el vómito no es negociable. Vomito ergo sum. Es terrible ver como defienden lo que sea, a algunos hasta se les escapa a veces una risita. He visto defender los ERE, defender a Bárcenas, defender a Pujol. He visto defender a Fidel Castro, joder. Y esa gente no ha entregado el título aún para irse a un balneario, no; más bien, por el contrario, sigue cada día haciendo el ridículo y el macarra con las ventanas abiertas de par en par para que quien quiera lo pueda ver. ¿Y por qué sucede esto? Sucede –y esto es lo peor- porque el espectador/oyente/lector se ha convertido en un fan del tertuliano, no ya del partido, ni de la ideología. En España no se consumen los medios para informarse de hechos objetivos ni de reflexiones sosegadas, nacidas del análisis y del rigor. No. Los medios se consumen para adquirir argumentos que refuten la postura que previamente tú ya habías decidido tener. Los medios se consumen para que te den la razón y te des cuenta de que el resto son imbeciles. Este es el panorama. Mientras tanto, periodistas que ya eran viejos en la transición, siguen sin enterarse de nada, perdieron el instinto hace más años de los que pueden recordar, perdieron el estilo, los referentes, la dignidad y el oficio. Y dicen cada mañana lo que se supone que quieren escuchar los oyentes que votan al partido cuyo logotipo llevan tatuado en el tanga.
Hagan la prueba y apaguen la tele, la radio e Internet. Lean solo prensa escrita y poca, por ejemplo los domingos. Y céntrense en lo poco que vale, que es realmente poca cosa. Y cuando tengan ganas de periodismo de verdad, vuelvan a Umbral. Su libro “El tiempo reversible” (Círculo de Tiza, 2015), es una compra obligatoria para cualquier vivienda que no quiera quedarse en hostal (huele como Embassy) o en sacristía. Umbral llena las calles de alma y leyéndolo nos damos cuenta de que hay un tiempo que se nos ha ido, pero de modo paradójico, está más vivo que nunca y vuelve siempre. España es un palíndromo y del mismo modo que el s. XIX es una invención de Balzac, que decía Blake, España, la transición y mi infancia es una invención de Umbral. Sus escritos son –hoy mas que nunca- un master para cualquier escritor o periodista. Esperemos que nuestros macarras tertulianos no lo lean, podrían caer en la cuenta de lo lejos que están de los grandes, deprimirse y autolesionarse con el libro. O muchísimo peor: podrían volverse periodistas y decir la verdad, que empezaría por mirarse al espejo y reconocerse en su propia mentira. Dicen que si lo hacen tres veces en la misma noche, aparece Umbral como un Pantocrátor. Me lo ha dicho Pitita.
Fino, as always !