Ayer decía Isabel Coixet en XL Semanal que todos tenemos que pactar diariamente con cosas que «nos dan por culo», queriendo así tirar de las orejas a nuestros políticos y a su nula capacidad para el entendimiento. Tiene razón y creo que sus palabras desvelan algo terrible: nuestros políticos –como el resto de la sociedad- no saben pactar porque no tienen la suficiente formación humana. Es un tema de cultura, de educación, de lo que hayas mamado. Ser un macarra o no serlo viene de cuna.
La cultura del pacto es necesaria y todos, cada día, la llevamos a cabo de modo instintivo. Sé que si quiero ver a mis amigos tengo que ir a bares que odio. Sé que si quiero criar a mi hija tengo que asumir y aceptar cosas con las que no estoy de acuerdo, pero no la hice solo y no tengo más razón que la otra parte. Sé que si quiero comer a final de mes, conviene ceder ante mis clientes y moverme de mis posiciones de partida.
Por eso digo que es un problema de educación; a nosotros nos educaron con un gran sentido del deber y, por ello, sabemos que uno solamente puede hacer lo que quiere cuando se den las circunstancias para ello. Hacer lo que quieres es un sueño, es estación de destino, no de partida, yo no lo he conseguido más que tres tardes en mi vida. Si quieres libertad, no tienes que buscar libertad, sino poder. Dicho de otro modo, para actuar con libertad es necesario que sea posible hacerlo. «Ganar» no es lo óptimo. Lo óptimo es la paz, la concordia y la sonrisa, y la negociación es el medio que tenemos para ese fin mayúsculo. Si quieres negociar tienes que asumir que tienes que perder algo, el resto no es negociar, es imponerse, es ser un macarra de taberna. Por eso, hay que aprender a perder, hay que aprender a ganar, hay que dejarse engañar, hay que pensar como plantear las cosas, hay que esforzarse por influir sin imponerse y hay que dejar los cojones en segundo plano por el bien común. En esto los divorciados podríamos dar algún que otro consejo.
La base de la formación de una persona es hacerla saber que debe hacer lo que debe hacer, bien hecho y sin que nadie se lo mande. No hace falta estar motivado para cumplir tu obligación. Por eso, hacer lo que quieres queda en segundo plano. La negociación surge en ese plano, cuando interiorizas de verdad que no puedes hacer lo que quieres sin más, que hay que pactar cada día con cosas que nos dan por culo. Yo solamente puedo resolver mis problemas y conseguir lo que quiero integrando al otro en mi estrategia y, por lo tanto, tengo que resolver el problema del otro como medio para la resolución del mío.
Esto, como decía, es un asunto de vital importancia. Si crees que eres libre y por ello puedes hacer lo que quieras, estás equivocado. Tú tienes que hacer lo que tienes que hacer y, cuando puedas, podrás hacer lo que quieras. Si no, te puede pasar como al maquinista de RENFE que abandonó el tren porque había acabado su turno. Elbert Hubbard decía que las gentes que nunca hacen más de lo que se les paga, nunca obtienen pago por más de lo que hacen. Me parece demasiado.