Es sabido que un gran pintor omite lo que uno mediocre cuenta de inmediato. A Luis se le nota a la legua que sabe más de lo que dice, y puede que en ello resida esa atracción magnética que su obra produce. Luis detiene las escenas donde otros las comenzarían. Yo creo que pintar es igual que besar y ya hace tiempo que sabemos que los prolegómenos de un beso están en la mirada. ¿Pero dónde están los prolegómenos de una mirada? Solo llega a saberlo aquel que espera lo suficiente como para dar un sentido al vacío previo; solo lo conoce aquel que no sólo está esperando sino que además es consciente de ello. Y solo Luis sabe a qué están esperando los Citizens que retrata, cansados ya de besar lo que se les viene encima.
Hopper retrató la soledad de la vida norteamericana, Hammeshøi pintó una y otra vez esas habitaciones vacías, a Vermeer no le interesó narrar historias sino la reflexión de esos personajes enfrascados en lo que quiera que estén haciendo. Son pintores obsesionados con un tema. ¿Pero hay obsesión en Luis? No más que en los que miramos a través de sus ojos; el individuo roto, pero callado; en el centro pero aislado; privado de la red de seguridad que constituye la sociedad y alejado por igual de ese pesimismo tan naif de la modernidad como del optimismo límbico del explorador fracasado.
Los citizens de Luis no buscan ni construyen un camino. Se quedan inmóviles y aislados, como si Sal Paradise y Dean Moriarty optaran por la mayor sensatez: quedarse quietos como modo de huir. El silencio como expresión artística. La contención como base del arte. El mimo que se pregunta “¿Y tú qué miras?”.
Yo creo que Luis mira como parte de un proceso narrativo mucho más moderno que el de la pintura clásica. Como escritor tengo deseos irrefrenables de seguir con la historia que Luis no cuenta, porque en su obra hay idea literaria, y la hay precisamente porque no hay invención plástica y -cuando eso sucede- se queda en nuestra retina una impresión que la palabra jamás podrá reproducir. Estos Citizens están atravesados por la rectitud de la vida entre el ladrillo y el asfalto. Tengo la certeza de que algunos de ellos aún siguen en el lugar donde fueron pintados.
Sólo me interesan los pintores que son poetas, y yo veo rimas en cada trazo. Luis es el parnasianismo de Manuel Machado, es la objetividad ante una escena dramática en la que todos sabemos que algo está a punto de suceder y nunca sabremos qué es. Pero Luis, sí. Él es pintor todo el día, todo el rato, es siempre, siempre, un pintor. Y esa es la genialidad, que Luis muestra lo que pasa cuando aún no pasa nada, la vida con las cartas marcadas, el corazón del personaje latiendo en su paleta, esa sensación de irrealidad que hace que hiperventilemos en un aire metafísico e inquietante que, en el fondo, todos conocemos porque, cuando no pasa nada, es la vida lo que pasa, el insomnio de un miércoles por la tarde, un callejón nevado que no lleva a ningún lugar, la luz caleidoscópica de los muelles, la tragedia del olor a nuevo y la vergüenza de una cara que se oculta porque sabe de lo que es capaz.
Estén donde estén, creo que Luis siempre estuvo más del otro lado. Y aquí quería yo llegar; los citizens de Luis Pérez nunca miran a los ojos del espectador porque no están posando, sino viviendo. Sobra decir que en los tiempos de Instagram, vivir se ha convertido en una declaración de guerra, y Luis entra en esa guerra desde las trincheras, poniéndose del otro lado, del lado del voyeur, del lado del que mira la vida a través de ojos que no miran nada, del lado del maestro que dice “Hágase la luz”, y la luz se hizo, y entró en los espacios a través de las rendijas que le están saliendo al mundo. Todos estamos rotos.
Y allí, en la rendija, en la cicatriz, Luis encuentra la ciudad e inventa el mundo, y en él, como un hechicero, planta personajes, los envuelve de magia y los salva. Qué envidia. Vengo fantaseando desde hace algún tiempo con quedarme a vivir en su obra. Espero que cuando eso suceda, Luis venga a rescatarme de la nada y, lo haga con esa luz y ese silencio. Es sabido que un gran pintor omite lo que uno mediocre cuenta de inmediato.
(Este texto fue escrito para el catálogo de la exposición de Luis Pérez en Madrid · Espacio de Las Aguas · 2, 3 y 4 de junio de 2017)