Viernes 13 de marzo.
I
Comienza el teletrabajo preventivo. No sabemos qué va a pasar pero decidimos prepararnos para lo peor. La semana ha sido un espanto de noticias, tras la locura de la manifestación del 8 de marzo que lo ha jodido todo. Esto lo veníamos venir todos menos ellos, claro. Esperamos que suspendan el colegio de un momento a otro y nos recluyan en casa.
II
Efectivamente, todo sucede como estaba previsto. Este país es el menos indicado para exigir disciplina y sumisión. Somos rebeldes, indisciplinados, díscolos. Supongo que es la herencia loca de un pasado glorioso, como si todos fuéramos Panero.
Sábado 14, domingo 15 de marzo.
Fin de semana encerrado con Lucía. Absoluta falta de disciplina tolerada por mi parte. Yo no he vivido esto en mi infancia y no sé cómo puede afectarle. Creo que pedir a una niña que esté los próximos meses en casa, sin salir, sin jugar con otros niños, ya requiere demasiada disciplina como para intensificarla con prohibiciones absurdas. El fin de semana es libre para todos. Ella lo entiende, lo acepta y muestra responsabilidad. No me despego de las noticias y el movil, no puedo concentrarme bien. No puedo leer. Es más, no quiero.
Lunes, 16 de marzo.
Dejo a la niña con su madre, paso el día trabajando. Pierdo la conciencia del tiempo y las llamadas se suceden. El teléfono suena como la sirena de un barco.
Martes, 17 de marzo.
I
Mis horarios de comida ya son totalmente difusos. La columna de El Norte funciona bien.
II
No me acuerdo muy bien de lo que hice ayer. Tengo lagunas. No diferencio los límites de los días.
Miércoles, 18 de marzo.
I
Hoy viene mi hija hasta el viernes por la tarde. Me siento muy contento. Voy a hacer lentejas. Voy a intentar desconectar redes y whatsapp a partir de las 19.00. Estar siempre conectado y trabajando es extenuante. Intentaré leer. La columna se viraliza muchísimo, recibo felicitaciones. El tema acompaña, pero el estilo es mejorable, lo escribí enfadado y así no se escriben columnas sino discursos. Mis mejores columnas, en cambio, pasan desapercibidas. Es descorazonador.
II
Con la niña, trabajo con más dificultad. Pierdo tiempo en cocinar, pelar frutas, hacer deberes. Tiene miedo, se meterá a mi cama. La cama de los padres es el único lugar libre de miedo y de angustia. Esa sensación de seguridad es la que va a perseguir el resto de su vida. Desgraciadamente, de modo inútil.
III
Tras los aplausos, suena a lo lejos, ridícula, una cacerola contra el rey emérito. En mi barrio las cazuelas están llenas de lentejas, no de hoces y martillos. Al sonido de cencerro de la cazuela lejana se suceden voces femeninas cantando -lo, lo, lo, lo- el himno de España. Cruce de desprecios desde ventanas que hablan como ventrílocuos.
Jueves, 19 de marzo.
I
Día del Padre. El teletrabajo dignifica al telehombre. Las mañanas son normales, no echo en falta la calle. El atardecer, sin embargo, es apocalíptico, aterrador. Cada crepúsculo es como el último crepúsculo. Hay silencios que huelen a adrenalina.
II
Por debajo de mi casa pasan con frecuencia ambulancias con un cartel donde se puede leer: «Traslado Coronavirus». El sonido ya no da miedo. Solo nos hace recordar que aún estamos vivos.
III
Estoy empezando a recibir llamadas de gente de la que hacía meses que no sabía nada. La lejanía nos acerca, el aislamiento nos protege. En situaciones como esta, el corazón habla con cartas bomba.
IV
Frente a mi ventana veo a un hombre que se parece a Mauricio Colmenero con el chandal de Arconada. No ha cambiado de outfit en toda la semana. Desde que comenzó este encierro -que es como uno de Cebada Gago con papel higiénico en lugar de periódico-, le veo varias veces al día. En un rincón de su terraza, bajo telas gruesas, tiene escondido tabaco, papelillos, liadora, chicles y toallitas. Hace un cigarro, se lo fuma, lo tira, se limpia las manos, masca un chicle. Deja otro preparado para cuando vuelva. Su mujer hace como que no lo sabe. Yo hago como que no me río.
Viernes, 20 de marzo.
I
Un bruma cargada de salitre viene a recordarnos que existe el mar. Es una bruma de otro tiempo, como sacada del cottage de un lord en el corazón de los Cotswolds justo antes de la Gran Guerra. Empieza otra primavera. Olvidaremos la lírica para entregarnos a la matemática de una curva sin claveles reventones.
II
Es viernes pero podría ser perfectamente un domingo de infancia.
III
Los que necesitaban descansar, se quejan hoy del excesivo descanso. Aquellos que envidiaban la vida del jubilado, envidian hoy la vida del crápula. El ser humano anhela lo que le falta y desprecia lo que tiene. Sobre todo, sí lo que tiene es felicidad mansa.
IV
La luna hoy no tiene público.
Sábado, 21 de marzo
I
Me avisan de que me ha llegado una carta al bar. He tocado techo.
II
La gran virtud de aquella generación de mayo del 68 fue tomar consciencia de que habían fracasado. Me pregunto qué pasará cuando esta generación enclaustrada salga, se tope con la vida real y tome conciencia de su gran fracaso. El despertar, si es que eso llega, va a ser duro.
III
Cuando salgo a la ventana, veo literatura en cada persona que camina sola en esta ciudad vacía. La vida se ha convertido en un cuadro de Luis Perez. La realidad, una vez más, imita al arte.
IV
Elegir marido no es elegir padre de tu hijo sino elegir como va a ser tu hijo.
V
En estos momentos se confirma que un buen mueble-bar no es algo accesorio, sino estratégico, de tanta importancia como un botiquín, una mujer, un crucifijo. Vivir como un dandy de puertas para fuera no tiene sentido si en casa vives como un franciscano. Se exige compensación en todos los niveles. No se puede pasar del Negroni al clarete sin apeadero a mitad del camino. No tiene sentido el confinamiento sin refinamiento. Es necesaria la armonía. Sobre todo, en la mundanidad.
VI
Lo mejor del confinamiento es que, por arte de magia, hay un culpable para la soledad y no soy yo: es el mundo el que está en pausa. Esto me libera del gigantesco sentimiento de culpa. Ahora hay un motivo. Por fin Dios da sentido al dolor.
VII
Hoy, Día Mundial de la Poesía, me he mirado al espejo para recordarme a mí mismo que no soy José Hierro. Esos poemas están bien en el cajón.
Domingo, 22 de marzo
I
Al calificar de ‘héroes’ a todos los que se limitan a cumplir con su obligación, quitamos épica al término. Me recuerda a aquella película en la que un general iba repartiendo medallas a todo aquel que encontraba en la vanguardia. Los héroes, pienso, son otra cosa. Cumplir con tu obligación no te convierte en un héroe. Muy al contrario, no cumplir con ella te convierte en un ser indigno. La base de la formación de una persona es hacerla saber que debe hacer lo que debe hacer, bien hecho y sin que nadie se lo mande. Eso es el mínimo, no el máximo. No hace falta estar motivado para cumplir tu obligación y hacerlo no te convierte en héroe. Hacer lo que quieres queda en segundo plano. Si no, te puede pasar como al maquinista ese de RENFE que abandonó el tren porque había acabado su turno. Elbert Hubbard decía que las gentes que nunca hacen más que aquello que por lo que se les paga, nunca obtienen pago por más de lo que hacen. Me parece incluso demasiado.
II
Mueren cientos de personas al día, esto es una guerra. Lo único que cambia es el enemigo: si fueran los franceses, estaríamos unidos y centraríamos el objeto de nuestra ira en algo concreto. El problema de esta guerra es que el que te puede matar es tu padre, tu hermano, el panadero, el vecino. Y no necesita un rifle, lo hace del modo más rastrero: con un beso por fusil, que diría Aute. Todos somos Judas en potencia.
III
El confinamiento es el sueño del vagabundo.
IV
Yo soy feliz en el orden total, en los horarios fijos, en la sensación de estar haciendo lo correcto en cada momento, en el autocontrol. Soy feliz sin compromisos, sin tener que quedar con nadie, me siento pleno evitando esa transferencia humano-humano que te hace fingir ser quien no eres para interpretar el papel de ti mismo. Soy un anacoreta, como Onofre. Y en el confinamiento me encuentro en un pequeño paraíso.
V
Hay un clima extraño. No es un gris normal, esta lluvia cae en diagonal y no surge de ninguna nube, sino de un gris puro y lejano que se lleva el viento en este marzo castellano. Pareciera que lloviera de abajo a arriba. El fin del mundo llegará en un día parecido a este. Hace frío por dentro. Ningún abrigo puede aislarte de ti mismo.
VI
La columna del martes sigue siendo la más leída de mi periódico y ya estamos a domingo. Me doy cuenta de que he hecho una columna viral en plena crisis vírica y sonrío. Antes lírico que vírico. Me felicita David Summers. Tengo ganas de que sea mañana para enviar la pieza de esta semana y salir del bucle viral. Un columnista vive de columna en columna. Lo que pasa entre medias no cuenta. Sucede lo mismo entre mujer y mujer.
Lunes, 23 de marzo
He enviado la columna a El Norte de Castilla. Sale mañana. Es imposible eludir el tema del coronavirus, pese a mis enormes esfuerzos para hacerlo. Pero creo que, al menos, me he acercado al tema desde un ángulo diferente. Dice Enrique García Maíquez que hay dos premisas para una buena columna: no hablar de lo que todo el mundo habla o, al menos, no hacerlo desde el mismo prisma. Enrique es un gran columnista, sin duda de los de más calidad del país. Escribe en el Diario de Cádiz, aunque podría hacerlo donde quisiera. De cualquier modo, es el tipo de columnista que se entiende mejor desde el terruño y que es universal desde el localismo, como Delibes, como Pla. Su estilo no es el de estos dos, sino más bien una prosa lírica de enorme calidad y fuertes convicciones morales. Me siento cercano a su manera de entender el oficio, aunque Enrique es fundalmente un poeta, y eso es un plus enorme para escribir columnas. Aunque esto no se sepa, mis inicios fueron en la poesía, y eso crea escuela. Un buen columnista tiene su base, en muchas ocasiones, en un mal poeta, como Ruano, como Umbral. De cualquier modo, mi acercamiento a una columna es el mismo que a un poema, porque es mi escuela. Intento ganar a los puntos pero también me guardo el K.O. Enrique me envió su poemario ‘Mal que bien’, que es, sin duda, lo mejor que he leído en el año. No es fácil encontrar a grandes poetas contemporáneos, y menos aún si evitamos a la corte de progres que utilizan la poesía para follar. Y al final, ni lo uno ni lo otro, por supuesto. Leer buena poesía es cultivar el estilo, es entrenar el cerebro a pensar belleza y esa es la diferencia con un periodista o un politólogo. El fondo es importante, pero la forma no lo es menos. Todo va junto, no se pueden pensar cosas grandes si son cosas feas. La medida de la grandeza es la medida de la belleza. En cualquier caso, creo que cumplo con la enseñanza de Enrique: si bien, en esta ocasión. el tema no es novedoso, el punto de vista de la columna es diferente.
Cuando se acaba de escribir una columna se siente una sensación de éxito que incapacita para hacer ninguna cosa más de las que tuvieras pensadas hacer en el día. Es un éxito privado, te conviertes en un triunfador en secreto, en un torero huérfano que sale a hombros de La Maestranza el Domingo de Resurrección, pero sin que se entere nadie. En fin, con mi éxito a cuestas, vuelvo a la realidad, tengo mucho trabajo y me temo que tendré que bajar los humos mirando las previsiones del año. Después de eso, dedicaré el resto del día a llorar.
Martes, 24 de marzo
I
Segundo día seguido con Lucía en casa. Hemos hecho turnos de 2-3 días para que todo sea más fácil para ella. Mañana se va con su madre hasta el fin de semana, que lo pasaremos de nuevo juntos y confinados. La situación es realmente estresante y lo resuelvo como puedo. Barro, limpio, pongo una lavadora, me invento un motivo para castigarla y que cuelgue ella la colada, cocino, hago de profesor de matemáticas, pongo una excusa para no admitir que no recuerdo hacer una raíz cuadra, voy a llevar tabaco a un amigo confinado junto a un bebé e intento escribir, todo ello con un móvil en una oreja y un pitido constante en la otra. La columna de ‘El Norte de Castilla’ ha salido sin incidentes. Felicitaciones, parece que ha gustado. Nadie me insulta, lo que me resulta preocupante. Me llaman para entrar en directo en COPE a nivel nacional, con Fernando de Haro y Pilar Cisneros, interesados en mis textos. Lo acepto gustoso. Fernando me felicita, yo no estoy acostumbrado así que escurro el bulto, como un portero juvenil tras parar un penalti por azar. Aun no me he oído pero cuelgo con la sensación de haber hablado como un opositor a sociólogo cantando el temario en un lunes de resaca. Yo quería meterme con la izquierda postmoderna y creo que he resultado el catecismo apócrifo de un politólogo suplente. Para la siguiente vez, prometo hablar menos y generar una conversación sugerente. En cualquier caso, pienso que hacer hablar a un escritor es un error imperdonable; nunca estás a la altura de tus textos porque no se puede corregir y borrar sobre la marcha. Así, donde dije «hemos tocado techo» quería decir «hemos tocado el techo de nuestra propia estupidez», pero me pareció pedante y dudé. Ahora lo he pensado y definitivamente me gusta. Añádase pues, aunque sea mentalmente.
II
Me voy a la cama cada día antes. Óptimamente, a las 22:00. No consumo televisión convencional y rara vez veo una serie. Me quedan 150 paginas de ‘Hotel Tierra’, de Sabino Méndez, que espero rematar antes del fin de semana. Sabino es una voz imprescindible y este libro es una joya. Se confirman mis sospechas de que todo artista es, antes de nada, un poeta. La llamada lírica es previa a todo, y luego se encuentra la manera concreta a través de la cual canalizarla. Sabino componía canciones como podía erigir catedrales o pegar verónicas ajustadas, pero siempre fue un escritor. No recuerdo que una voz me impresionara tanto desde, qué sé yo, quizá Léon Bloy. Es voz muy personal, extemporánea, que nos recuerda lo que pudo ser España antes de que la izquierda se convirtiera en este nido de gilipollas. No creo que este diario pudiera ser escrito ni publicado hoy en día, habría autos de fe y quema de libros en la sede de Anagrama y en Ferraz. Su lectura es realmente interesante y su escritura ágil, brillante, de gran talento. Tiene el talento de encontrar la sensibilidad en cualquier cosa para abordarlo, después, de un modo insensible, duro, aparentemente sin involucrarse. Aprendo de él a huir de la afectación para escribir con calidad. El problema es que yo lo aprendo con 41 y él lo sabía con 23. Si Sabino pilla en los ochenta a un chaval de 23 de los de hoy en día, se lo come. Probablemente de modo literal.
Miércoles, 25 de marzo
I
La muerte de una persona es un drama desolador. En ocasiones, devastador. La sola muerte de un individuo es capaz de sumergirnos en un dolor inconcebible, en un pozo negro de angustia insoportable, en sentimientos de despersonalización, miedo y soledad de una intensidad indescriptible. Hay quien no llega jamás a levantar cabeza por la pérdida de un ser querido. La muerte nos recuerda que no somos nada y que cada latido de corazón es un regalo de una trascendencia definitiva, que la existencia pende de un hilo. Sin embargo, la muerte de tres mil personas es un dato frío que, al no ser capaces de asumir, nos pasa de largo, sin apenas tocarnos. El ser humano no es capaz de abarcar tres mil emociones de tragedia a la vez. Multiplicar la cifra divide el dolor. La vida es un tango ridículo.
II
Hay quien critica que los textos de este diario sean sensiblemente más cortos que una columna. Me piden que deje fluir la escritura, que el toro tiene más muletazos. Es probable que tengan razón, pero cada vez me atrae más la brevedad, el pensamiento concentrado, el haiku, la frase corta, contenida y perfecta. Recuerdo una faena de Morante en Valladolid en la que el genio cortó dos orejas bajo la oscuridad inolvidable del diluvio universal. El diestro seguía toreando y toreando sobre el primer aviso y sobre el segundo. No podía parar de torear, pero eran pocos muletazos, muy pocos. Y muy perfectos. Cada pase costaba un mundo, era un esfuerzo sobrehumano. Dejar distancia, dejar respirar al animal, colocarle, colocarse, ponerse en el sitio, bajar la mano, hundir el mentón, rezar un avemaría y ver pasar el toro como si lo que pasara fuera la vida misma, con toda su belleza y esplendor. Con todo el misterio y toda esa elevación de emoción y trascendencia. Muy pocos pases, pero perfectos. Sufriendo, como un escultor arrebatado con su cincel. Una cosa es torear y otra pegar pases. De igual modo, una cosa es escribir y otra juntar frases. Sirva esta ‘excusatio non petita’ como ‘accusatio manifesta’.
III
Otro que hizo un diario durante una plaga fue Samuel Pepys. Gracias a ello, hoy podemos conocer lo que sucedió en Londres durante la peste bubónica que asoló la ciudad desde 1664 hasta 1666. Dos añitos. Nosotros llevamos menos de dos semanas. Se estima que la plaga acabó con uno de cada cinco londinenses que, si bien puede parecer mucho, es una cifra ridícula comparada con la ‘peste negra’ de trescientos años antes y que acabó entonces con uno de cada tres. Su letalidad era tal que acababa en apenas catorce horas con individuos totalmente sanos. Leyendo las notas de Pepys, creo que no hemos cambiado tanto. Entonces, las campañas tañían cada poco a muerto. Hoy no son campanas sino ambulancias las que cortan el silencio de mi ciudad como una navaja oxidada. Entonces murieron hasta diez mil personas por semana en un interminable concierto tétrico. Por lo demás, escasez de recursos, médicos que morían infectados, familias deshechas, ciudades abandonadas, la misma distancia social, el mismo miedo, la misma soledad. Cuando la epidemia comenzó a remitir, un incendio consumió casi por completo la ciudad. John Evelyn nos cuenta que era el 2 de septiembre cuando, cerca de la calle Fish, en Pudding Lane, el fuego acababa con la casa de Farryner, el panadero del rey. La extremada cercanía de las casas -no cabía ni un carro en ciertas calles- hizo que ardieran trece mil casas a la vez, haciendo de aquella noche un aterrador resplandor de horno ardiente. Se destruyó la catedral de San Pablo, casi cien iglesias, el ayuntamiento, la Bolsa y cincuenta sedes de colegios profesionales. A todos los efectos, el Londres medieval se desvaneció esa noche entre humo y cenizas. El día siguiente, sin tiempo ni para coger aire, comenzaron a reconstruir la ciudad, empezando, por supuesto, por San Pablo. Al caer la tarde, ya nadie recordaba una palabra de la plaga.
Jueves 26 de marzo
I
Jesús bajó a los infiernos. Era necesario que pasara así, era imprescindible bajar para vencer allí al diablo y, de este modo, liberar a toda la humanidad para siempre a través de la resurrección. La muerte, así, solo fue un trámite para lo verdaderamente importante: descender al infierno y ganar al diablo en la batalla definitiva. Eso era lo necesario, por eso no opuso resistencia a su pasión. Por algún motivo que desconozco, tuvo que pasar así: vida, muerte y resurrección ocurren en planos/dimensiones diferentes. No son dos (vida-muerte) sino tres espacios. Esto implica que si Dios tuvo que hacerse hombre fue precisamente para morir físicamente y poder entrar de este modo en el plano en el cual poder vencer al diablo, ya que desde su plano natural no podía. Un escritor es lo contrario de un coach. Un escritor baja a sus infiernos cada día para mirar sus traumas a los ojos y luchar allí cuerpo a cuerpo con ellos, con sus miedos, sus soledades. Solo escribiéndolos pueden ser comprendidos y ya se ha dicho que comprender es perdonar. Por lo tanto nos perdonamos y perdonamos al resto a través de la búsqueda en nuestros infiernos particulares. El hombre tuvo que hacerse escritor para entrar en el plano en el cual poder vencer. Escribir, así, es un medio y no un fin. Escribir es sangrar por la herida, por eso, cuando venzamos, ya no habrá escritura. Solo amor y silencio. Desconozco si lo que planteo es una evidencia por todos conocida o, en cambio, es una herejía, pero hoy mientras me duchaba, súbitamente, todo ha cobrado sentido.
II
Releyéndome descubro que hay tres formas (Padre-Hijo-Espíritu Santo) y tres planos (vida, muerte y resurrección). Quizá cada forma sea la misma entidad pero en cada uno de los planos. Como el agua: sólido, líquido, gaseoso. No sé si he entendido de golpe el misterio de la Santísima Trinidad, pero no voy al frigorífico a brindar porque son las 10:08 de la mañana y me parece excesivo.
Viernes, 27 de marzo
Iba a comprar un atril de mesa para poder sostener un par de obras mientras trabajo y he acabado comprando uno de pie, para leer desde un púlpito, como en misa, dos libros, Cinzano, Campari, un medidor, seis vasos ‘old-fashioned’, una cafetera italiana, seis botellas de vino tinto y un participación en una cata solidaria. Me habría salido más económico mudarme directamente a un bar.
Sábado, 28 de marzo
Terminé la semana exhausto. Tengo que hacer esfuerzos para recordar una semana tan dura en lo laboral: mucha carga de trabajo, grave tensión en varios niveles, decisiones complejas. El teletrabajo no nos aleja: en todo caso nos acerca hasta el punto del bizqueo emocional. Tengo decenas de llamadas, de reuniones telemáticas, de chats interminables, la ansiedad remota de tantos correos sin leer. Todo ello me impide trabajar al ritmo habitual, por lo que he de encontrar espacios en la noche para hacer lo que la luz del día me niega. Finalmente he dormido once horas con mi hija a un lado y media tortilla de patata en el estómago, lo cual ha resultado una cura a todos los niveles. La tortilla es un santuario, la gran redención carbohidrática que convierte tu casa de nuevo en un hogar y aleja el olor a adrenalina que se le pone a las oficinas chusqueras. Tener a mi hija al lado es lo que me queda del sueño familiar, la sensación de triunfo, de honradez, de estar cumpliendo con mi obligación y recorriendo el camino que me ha sido dado sin atajos ni circunvalaciones. Hay una sensación mamífera que surge exclusivamente al tener cerca a tu prole, y no me refiero a una cercanía metafórica sino física: tenerlos al alcance de la mano, bajo tu protección directa, el macho alfa que convierte los pectorales en un tambor de hormonas, piel y huesos.
Me he despertado descansado, contento, feliz, con la impagable sensación de que todo tiene sentido y de estar en orden con la vida. Creo que este confinamiento va a servir a muchos para darse cuenta de que el verdadero problema de sus vidas es la culpa, y que esta no es metafísica sino exclusivamente física, el alcohol como depresor, las noches, las amistades no recomendables, la huida como norma, la biología dando un golpe de estado, la demencia de la neurastenia, el intento de escapismo de uno mismo, las costumbres perniciosas, la rutina nihilista, el vacío existencial rellenado de lo que sea para que no se note el fracaso en las ojeras. Soy un antihedonista, y no busco placeres sensoriales sino, en todo caso, paz. Rara vez consigo entusiasmos físicos y tiendo a la reclusión como modo de encontrarme, de respetarme en todos los niveles, estudiar, leer, escribir, pensar, rezar, si es que acaso no todo fuera lo mismo. Por eso este confinamiento no me afecta en absoluto, me siento un hombre privilegiado al que le ha llegado el momento. Disfruto al máximo de lo que nos está tocando vivir, es una oportunidad para escribir, para crecer, para leer, para no aguantar a pelmazos.
Nieto Jurado dice que todo esto son gilipolleces de ‘psicomagia’, doctrina en la que cual él incluye todo lo que le repugna: los coach, la socialdemocracia, el pensamiento positivo, la alegría, el ‘joie de vivre’, la felicidad, las gotas de rocío sobre las flores blancas, los tonos sepia, la rima asonante, la paz, las lágrimas, las sonrisas, la ausencia de expresión, el exceso de expresión, la propia expresión y, en realidad, cualquier cosa que sirva para recordarnos que él sigue ahí, que está jodido y que necesita que le queramos. Ahora le ha dado por colgar en todas las redes sociales fotos suyas de los últimos diez años. Creo que está tratando de recordar, de ordenar recuerdos, de conformar una linea de puntos suspensivos. Mientras tanto, graba una serie dogma que me he atrevido a titular como ‘Los bajos de Argüelles’ y que si quedara un solo productor de televisión en España con talento, ya se estaría rifando como germen de un Late Show post apocalíptico. Un Broncano canalla, un Coronas pendenciero, el anti Wyoming, un híbrido entre Quintero y Sardá. Dios le guarde muchos años.
Decía que la lectura me hace respetarme. He terminado ‘Hotel Tierra’, de Sabino Méndez, lectura que me recomendaron el propio Jesús Nieto y Santi Molina, el pequeño amigo, genio de la intelectualidad de nuevo cuño, malagueño afracensado en los arrabales de Atenas y que dará mucho que hablar en cuanto esté preparado para salir de si mismo. La lectura ha sido grata, sorprendente. Me he encariñado con el autor, cuyas columnas desde hoy leeré también en La Razón. Incluso, a raiz de ello, me estoy reconciliando con Arcadi Espada, personaje que no me resulta atractivo desde un punto de vista ético, con el que no comparto casi ningún punto de vista a pesar de no perderme ninguna de sus columnas, a las que no se puede discutir la calidad y, sobre todo, el acierto a la hora de elegir puntos de vista. Aún así, me resulta en ocasiones de una pedantería vacía, llena de fuegos de artificio y retruécanos de profesor de instituto con las fans adolescentes en primera fila. Erudito, sin duda. Pero de incierto talento de fondo. Pero tras leer a Méndez, comienzo a comprender a Arcadi. Hay que entender al hombre que hay detrás del flequillo y, si yo viviera en ese lodazal de estupidez llamado Cataluña, también dedicaría mi jornada al completo a resultar desagradable a los ojos del ganado borderliner y sus eructos de butifarra. En cualquier caso, estoy decidiendo nueva lectura, quizá prosiga los ‘Diarios’ de Iñaki Uriarte, que comencé y dejé en pausa. La decisión de elegir un libro es una de las decisiones clave en la vida cotidiana de una persona. Esa lectura te acompañará un par de semanas, influirá en tu manera de ver el mundo y, con suerte, mejorará tu estilo mediante ósmosis. Además, no soporto verme vencido por un libro, por lo que me veo obligado a terminar todo lo que comienzo. Me pasa lo mismo con las mujeres.
Domingo, 29 de marzo
I
El mayor placer es no hacer nada. El mayor castigo, no tener nada que hacer. El matiz es definitivo. Nada tiene que ver la extrema dureza de otro día sin sentido con el goce inabarcable de tener que hacer y no hacerlo. No varía nada, excepto la predisposición con la que se afronta la misma quietud, idéntico sofá. Quien no tiene nada que hacer, en realidad no tiene a nadie a quien hacérselo y ese es el problema que se oculta tras la agenda en blanco. No tener nada que hacer implica carencia de motivos, falta de estímulos, ausencia de planes. Sin embargo, no hacer nada cuando sí tienes que hacerlo te predispone a la calma, al descanso, al silencio como plenitud sonora. Ya no es ausencia de sentido sino jerarquía, cúspide de la pirámide, un hombre parando las riendas del caballo que monta antes de que se desboque y se tire al paso del tren. Este fin de semana ha sido una oda a lo segundo; parar, pararlo todo, parar del todo. Pocos goces tan profundos. Cuando esto termine, si eso llega a suceder, lo voy a echar de menos. Aunque aún hay quien piensa que, dentro de algunas semanas, volveremos a febrero, al momento previo a esta debacle cambiando el sol del final del invierno por el ambiente febril del abril de los poetas. Nada mas lejos de la realidad: cuando salgamos a la calle no seremos los mismos, pero la calle tampoco. El mundo ha cambiado y algunos no se están enterando. El despertar va a ser terrible, porque el virus ya es lo de menos: lo realmente importante es que está sirviendo de causa para un desastre político y económico de una magnitud desconocida. En el futuro no se estudiará la crisis del coronavirus; se estudiará la debacle de los años 20, el derrumbe de la economía mundial, el fin de la Union Europea, la tercera guerra mundial, los nuevos bloques. El coronavirus y este breve confinamiento serán apenas parte de las causas que los bachilleres del futuro enumerarán para explicar lo que estaba por venir. No me costará mucho adaptarme para lo que venga. A lo que nunca podría adaptarme es a otro verano con terrazas, mojitos y piscinas. Antes confinado que dominguero. En realidad, mis veranos han implicado un confinamiento casi total, por lo que no me da miedo afrontar otro encierro estival. Al menos, por una vez, tendrá cierto sentido.
II
Llevo más de cien páginas de los diarios de Iñaki Uriarte. Son interesantes, entretenidos, están bien escritos, pero los veo deslavazados, inconexos, algo faltos de criterio, a no ser que el criterio sea precisamente recoger en un solo volumen un collage de notas y reflexiones más o menos acertadas e inspiradas, todo ello con una pose de chulería snob y perezosa que recuerda constantemente que podría haber llegado a más pero que no ha querido, lo cual es síntoma evidente de que no ha podido. En los últimos meses he leído diarios de Millás, Uriarte, Bloy, Méndez, Ruano, Pessoa. Más allá de otras consideraciones, es complicado leer los diarios de alguien que no te resulte interesante o que, a lo largo del camino que te traza, no genere en ti cierta complicidad, simpatía, o, peor aún, que directamente te caiga mal. La postura política de Uriarte es de tal cobardía, tal equidistancia y tal ausencia de absolutos morales que, lejos de hacer de él un apócrifo interesante, te va echando poco a poco de la lectura. Si al menos lo vendiera como respuesta a los dogmatismos o con la sinceridad y humildad del que se sabe un anti héroe, se entendería. Pero ni eso. No obstante, por supuesto, seguiré con la lectura, es posible que mi opinión evolucione. En paralelo, comienzo ‘Los detectives salvajes’, obra culmen de Roberto Bolaño, que tenía pendiente desde hace mucho. Hago zapping literario. Cuando me canso, escribo. No enciendo la televisión en días. Mañana entrego columna para ‘El Norte de Castilla’ y no tengo tema. Me encomiendo a mi suerte, que es el nombre con el que otros conocen al Espíritu Santo.
Lunes, 30 de marzo
I
Bolaño gana la partida claramente a Uriarte, que queda desplazado al bidet. El bidet es la segunda posición de lectura, pero también tiene su importancia. De hecho, el concepto de ‘orden natural’ se entiende bien observando el golpe de estado que la biblioteca da en cada cuarto de baño. El lugar del libro principal no está en el servicio sino en la mesita junto al sofá. El tercer libro lo suelo tener en la cama y son lecturas de otro tipo: toros, arte, historia. Ensayo, en definitiva. El cuarto puesto, en caso de haberlo, descansa en la cartera en la que llevo el portátil cuando me voy a Madrid, donde guardo lecturas más breves, sin continuidad, como por ejemplo los artículos que de Madrid hizo Azorín.
Echo de menos la capital. Cada semana iba por motivos laborales y buscaba la manera de complicar las cosas para tener que hacer noche e interpretar así un rato mi personaje, a veces con más luz, a veces con más sombra. Solía quedarme en la Plaza de las Cortes, conozco bien la zona y me resulta sencillo moverme desde allí. Pleno Barrio de Las Letras, cerca de Sol, cerca de Gran Vía, cerca del lumpen en Tirso y Lavapiés, cerca de Velázquez en El Prado. Me asusta hablar de esto en pasado, solo han pasado tres semanas. El cerebro olvida rápido. Ahora que me fijo, ha salido una pequeña mancha de moho con forma de península ibérica justo encima de la ducha. Necesito lija, masa, una espátula, una brocha y también pintura, pero las tiendas de este tipo están cerradas. Y aunque estuvieran abiertas, me resultaría más sencillo cambiarme de casa que intentar poner remedio sin ayuda. Tampoco puedo llamar a Picón ni a Tomé, que en condiciones normales me arreglarían el estropicio a cambio de tres o cuatro cervezas. Pienso largo y tendido en cómo resolver este incidente, pero no encuentro solución. Supongo que veré la mancha crecer durante este confinamiento y observaré con atención si España finalmente se rompe.
II
Entrego la columna de mañana para El Norte de Castilla. Un punto de vista no manido y creo que novedoso. Es posible que reciba críticas y en cierto modo se generará polémica. Si tu opinión honesta, de modo natural, genera polémica, bienvenido sea. En cambio, si te limitas a escribir para provocar polémicas, es probable que lo que suceda es que no tengas opinión.
III
El valor de un periódico no se mide por su número de lectores sino por la dignidad de sus esquelas. La actualidad tiene las horas contadas y solo la esquela es capaz de proyectarse en la eternidad. Mi concepto del descanso eterno no es un camposanto con larguísimos cipreses sino saberme vivo entre apellidos compuestos. Lo verdaderamente importante quizá no sea junto a quién vives sino con quien compartes tu página final. Yo siempre he imaginado el infinito como una espera eterna en el mostrador de un funcionario y la misma incapacidad genética para comprender el infinito se manifiesta detrás del intento de comprensión de la actualidad, por lo que cualquier persona intelectualmente sana debe renunciar a entender, bajo amenaza de ver sus pretensiones satisfechas y concluir que todo es en realidad un sainete mediocre. Lo importante para ser feliz no es descifrar la realidad sino olvidarse de ella, autoexiliarse a este diario, al mundo literario y escuchar así solamente a autores que no hayan coincidido en el eje espacio tiempo con según qué gente. Si Cervantes fuera columnista se habría visto obligado a opinar de vulgaridades atroces durante esta cuarentena. Yo no soy Cervantes, pero tengo corazón. Me niego a escribir pro-pane, pero más aún pro-cane. Lo bonito en realidad sería escribir hasta el final, de modo que mi última columna fuese mi obituario. El otro día, en el notario, le dije que se la entregaría como anexo al testamento. Su título, el mismo que el epitafio: “Descansad en paz”.
Martes, 31 de marzo
Hoy he salido de nuevo a las calles, vacías y fantasmales. De algún modo, me he convertido en un espectro que atraviesa este paisaje delirante intentando no hacer ruido, caminando rápido, con rostro serio, moviéndome en los márgenes. Si me hubiera visto un policía, no habría tenido otra opción que pararme y pedirme la documentación, tenía toda la pinta de estar disimulando mis intenciones, como si estuviera a punto de hacer algo malo. Había ensayado diferentes respuestas falsas y tenía varias coartadas porque la verdad, como suele pasar, era la baza menos creíble. Temía terminar el día en un calabozo, aunque pensándolo bien, no cambiaría demasiado las cosas. En la más estricta soledad, no he llegado a sentirme libre. En algunas fases se percibe que el vacío es un trampantojo, un pequeño delirio, que las ventanas están en realidad llenas, que todas ellas ocultan ojos y que todos ellos te están mirando. Cada hueco esconde una vida paralizada, la ciudad está jugando al escondite. Nunca me he sentido menos anónimo que caminando en la completa soledad de una ciudad gélida.
Durante un momento, en el centro exacto de la Plaza de Santa Cruz, he mirado hacia todos los lados buscando un encuentro visual que confirmara que estaba vivo y me he asustado sintiendo por primera vez en mi vida que ni si quiera Dios estaba. El viento se ha levantado, el frío se ha hecho intenso y entonces he comenzado a acelerar el paso huyendo de la nada, mirando hacia atrás de modo compulsivo, pero eso no ha mejorado las cosas. En la plaza de la Universidad cuatro personas se rehuían como los imanes de idéntica carga. La distancia de seguridad ha pasado de dos a seis metros. Todos sospechamos de todos, nos miramos como animales, como rivales, desconfiando de cada posible paso en falso. Y luego he rodeado la Antigua para ver si sentía allí algo de vida, pero nada, la iglesia parecía una copia, una réplica construida para un parque de atracciones yanqui. Luego, dos militares, una cola interminable en un supermercado con gente en completo silencio, como queriendo obviar que estamos todos acojonados. Perros ladrando, un gato asustado en una esquina, fumadores saliendo del estanco con mascarilla, sonidos de puertas con sordina, un mundo sin niños, autobuses vacíos, el frío metido en los huesos, un dolor sordomudo, las lágrimas pospuestas. Las ambulancias pasean como pavos reales y a lo lejos suenan palmas huecas como extremaunciones. Los féretros no se ven y hemos cambiado curvas por funerales, como si así termináramos una guerra que no acabó en su día. Vuelvo a casa despavorido, ocultándome de las miradas invisibles y con ganas inmensas de lavarme las manos y el alma. Lo primero ha resultado sencillo. En cuanto a lo otro, sigo en ello.
Miércoles, 1 de abril
I
No veo bien. Cuando escribo en el ordenador o leo ciertos libros -no me pasa con todos-, noto que me vista se está deteriorando. No es que vea borroso, más bien que las pestañas se me enredan y veo con un velo que tampoco se va si abro los ojos al máximo, como poniendo cara de sorpresa. Me aseguro de que no es de las pestañas antes de seguir haciendo el idiota, pero no, definitivamente es otra cosa. Cada vez va a más, sobre todo si estoy cansado. La vejez se está apoderando de mi. Nunca he tenido demasiada preocupación por envejecer, podría decir incluso que es algo deseado. No me gustan los fines de semana ni las vacaciones. Creo que envejecer es vivir una rutina de martes eterno y eso me hace sentir paz. Yo quiero vivir como un anciano, detesto la intensidad emocional. Me hace llorar.
II
La columna del martes pasa sin pena ni gloria, aunque es muy valorada en privado por políticos de primerísimo nivel en España y de distinto signo. Comienzan a respetarme.
III
Leyendo ‘Los Detectives Salvajes’ se me viene a la cabeza una escena de modo incesante y siento la necesidad de parar para escribirla. Como a todo escritor, simplemente algo te empuja a hacerlo. Eso es todo: observamos la realidad, la digerimos, la interpretamos en función de unos códigos -mejores o peores, pero propios- y la expulsamos transformada. Entre medias, un proceso intelectual que, de algún modo, cambia esa realidad, la llena de adjetivos. Es un oficio absurdo, desde luego. Esto de tener que parar de leer para escribir sucede con frecuencia. Hay autores que despiertan la creatividad y por ello es complicado leerlos. Bolaño es uno de ellos. La poesía, en general. En cambio, hay otros autores -Vila Matas, Tallón- que despistan de otra manera, abren mil vías alternativas de lectura. Sus textos están llenos de referencias circulares y me resulta complicado terminar uno de sus libros ya que me llevan a otros autores y esos otros autores a otros textos. Son libros iniciáticos, laberínticos, que no se pueden leer de modo clásico. El último de Vila Matas que he leído ha sido ‘Dublinesca’, hace dos meses, aunque he de decir que es uno de los autores que más he disfrutado, quizá hasta una decena de sus obras. Acabé en ‘Los Detectives Salvajes’, abandonando a la mitad ‘Impón tu suerte’. Y en la librería, para hacerme con lo de Bolaño, me encontré con ‘La vida a ratos’, de Juanjo Millás. Y de regalo, Bioy Casares. Decidí hojear a Millás y caí en la cuenta de que es un dietario brillante que devoré, pero a medida que avanzaba, recordé que tenía a medias el ‘Libro de Desasosiego’ de Pessoa, ‘El Cuaderno Gris’, de Pla y otros tantos dietarios, Trapiello, Ruano, etc. Al final todo se amontona y no puedo terminar nada porque todo lo que leo me hace escribir y tengo el móvil lleno de ideas que no sé vertebrar en una obra coherente. Habitualmente, en estos momentos, decido irme de cañas, pero, por motivos obvios, no es el caso.
Decía que tengo una escena recurrente. Sucede en Londres en abril de 2015. He viajado a Londres en trece ocasiones y se puede decir que es una ciudad que conozco, aunque Londres cambia cada mes y cuando vuelves a un lugar que te había encantado, es probable que ya no exista, de modo que siempre es la primera vez. Aquel abril fui a escribir ‘Pathetic‘. No sé cómo aquel día acabé en Whitechapel. O más bien, no quiero recordarlo. Con demasiada cerveza, decidí que era buena idea ir caminando hacia Bloomsbury. Ese trayecto es una hora, no es más -ni menos-, pero hice todo el camino con unas ganas terribles de orinar, como siempre en Londres. Buscaba un bar abierto en esa linea recta infinita, pero Londres no es Madrid y a ciertas horas simplemente no hay lugares abiertos. Recuerdo la sensación amplificada del alcohol en la dosis perfecta, las miradas cómplices, aquellas luces reflejando en el asfalto mojado y esa sensación de vagabundear perdido en una ciudad infinita con Brian Eno a todo volumen. Yo me veía a mi mismo como a un miembro de Radiohead, pero cuanto más avanzaba, más ganas tenía y cuantas más ganas tenía, menos bares abiertos. La cosa comenzaba a ser preocupante, pero yo me sentía dentro de una película, avanzando a un ritmo intenso, esperando todo lo que la tarde oscura tenía preparado para mi, pendiente de cada detalle, absorto por las tipografías, por la moda, por la publicidad, por las chicas que, en Londres, siempre sonríen cuando se cruzan las miradas. Decidí serpentear por calles secundarias, buscando un lugar donde poder poner fin al sufrimiento hasta que llegué a una especie de callejón sin salida ya cerca de la casa de Dickens. Un cartel te avisaba de modo explícito que te estaban grabando por circuito cerrado, pero me dio exactamente igual, ya no podía aguantar, yo era Thom Yorke y me jugué el destierro, la extradición, la multa y lo que fuera. En el fondo conocía perfectamente la zona, no muy lejana ya de King’s Cross y sabía que no pasaría nada, que en esos patios no hay ley. Era más probable que me mataran una panda de baloncestistas negros a que la policía me pillara meando. Cuando terminé seguí caminando como Richard Ashcroft en el clip de Bittersweet Symphony y me perdí en la noche del West End.
IV
En cuanto se pueda volar, voy a volver a Roma. Será la cuarta vez. Fantaseo con un hotel caro, un Negroni en Piazza Barberini, cierta sofisticación en las formas, quiero ver sonrisas y belleza por todos los lados, necesito despertarme tarde, derrochar dinero y pasear como un dandi, despacio, como Jep Gambardella, con los brazos atrás como también caminaba Delibes, mirar mal a los turistas, almorzar fiore di succa, perderme en el Trastevere, sentir la decadencia de la ciudad en cada esquina. Y escribirlo todo. Antes de que empezara a escribir, se me aceleraba el corazón pensando en todo lo que la vida tenía previsto para mi aquel día: anécdotas, mujeres, aventuras, sorpresas. Desde que comencé a escribir me da exactamente igual lo que pueda suceder; en realidad, ya ha sucedido todo. Lo único que me interesa es poder contarlo.
Jueves, 2 de abril
I
Hoy viene Lucía hasta el lunes. Vuelve la alegría y el pequeño caos que provoca y que me da la vida. Ya tengo claro lo que tengo que comprar para abastecerme estos días y tener una dieta medianamente equilibrada. Voy a comprar lechazo para apoyar a los ganaderos de mi tierra, que lo están pasando mal. No hay más patriotismo que un abrazo. En lo que llevamos de confinamiento, no he hecho un minuto de ejercicio; me temo que la vuelta a la normalidad va a ser dura. Si todo fuera normal, mañana comenzarían los traslados y los actos de la Semana Santa de Valladolid, la cumbre del Barroco universal y una manera de entender la fe en silencio, en soledad. No tiene sentido esa supuesta rivalidad con Sevilla puesto que ambas, a su manera, son cumbres. Y en caso de tener que elegir, es mejor Sevilla en todo excepto en la calidad de las tallas, donde no hay ni si quiera discusión posible. Ganamos por goleada y la mera existencia de una duda es sonrojante. Aquí nos callamos y asentimos cuando quieren competir, pero es tan absurdo como querer compararnos con su intensidad, ambiente, participación y belleza general. No hay tampoco posibilidad de competir ahí, en este caso a su favor. La imagen que tenemos del crucificado, el icono de Cristo en la cruz, la manera de pensar en Él que hoy se tiene en mundo es la que decidió en Valladolid Gregorio Fernández. Posteriormente se lleva a América en las misiones, fundamentalmente jesuitas. Es decir, el mundo ve a Cristo como Valladolid decidió. Somos a la escultura lo que El Prado a la pintura. Y este museo sale a la calle cada año. No sé qué pasaría si sacaran Las Meninas cada Jueves Santo, pero estamos hablando de lo mismo. Yo pienso en ese Valladolid de principios del XVII, capital de la corte, residencia de los Austria, centro del universo, con Cervantes, Góngora, Quevedo y Rubens paseando por sus calles absortos ante este museo de un silencio y me siento muy orgulloso de mi tierra.
No tengo ni idea de cómo vamos a vivirlo este año -este domingo ya es Domingo de Ramos- pero desde luego, es Semana Santa y debe notarse. Somos católicos y la niña debe entender que eso tiene consecuencias. Los no creyentes llevan siempre la conversación a la caridad, a que debemos compartir, a nuestra aparente hipocresía. No entienden absolutamente nada y me niego a aceptar lecciones en este sentido. El mensaje fundamental de nuestra religión es la esperanza, la resurrección. No es un sistema de creencias, no es un código ético, no es el juramento scout. Es entender que Dios existe, que te quiere y que te espera a su lado. Tener eso claro cambia la manera de vivir. Yo nunca me he sentido solo.
II
He decidido organizar mi ingesta alcohólica. Al mediodía, después de trabajar y antes de comer, dos vinos. Por la tarde, después de trabajar y antes de cenar, dos cervezas. Fines de semana, antes de comer, un Milano-Torino (es decir, Negroni sin ginebra). Por la tarde, nada. Por la noche, menos. Beber por la noche es una vulgaridad. Esta es la única manera que tengo de partir los días y de no estar en permanente disposición mental de trabajo. Por las mañanas, acompaño con una lata, preferiblemente de mejillones. Podría vivir en esta rutina eternamente sin tener que hacer más cambios que el color del vino y el continente de la lata.
III
Se ha estropeado el fregadero. Está atascado. He comprado un producto desatascador, pero ahora se ha atascado también ese producto. He tenido que poner un balde debajo, en una especie de y griega que se forma en el lugar en el que se juntan ambas pilas -no sé si se llama pila cada uno de los dos receptáculos que forman el fregadero- y que nunca había visto antes. A veces pierde líquido, lo que está estropeando la madera de ese pequeño armario. Joder, no sé como se llaman las cosas de mi cocina. En definitiva, que en cuanto cae agua, se desborda, no traga y además cae por debajo, lo cual es lo mismo que admitir que tengo el fregadero inutilizado. Gracias.
IV
Hoy no hemos salido a aplaudir. No nos hemos acordado y tampoco lo hemos oído. Cuando he mirado el reloj eran ya las 20:04. Me he sentido, de pronto, tremendamente liberado.
V
Mueren mil personas al día, esto es una desgracia. El país está anestesiado y el gobierno perdido. La situación es terrible.
Viernes, 3 de abril
Dice mi madre que mi tía Pili, de Barcelona, ha oído a Carlos Herrera hablar muy bien de mi en COPE. Creo que mi tía lo tiene que haber soñado porque, en caso contrario, sería la única persona que lo ha oído en toda España. Yo escucho a Herrera todos los días y si fuera verdad me haría mucha ilusión. Es probable que Carlos sea la persona que mejor vive de Europa, lo que le convierte automáticamente en un ídolo y en un camino a seguir. La primera vez que le vi en persona fue un Viernes Santo viendo a La Carretería por el Arenal, en un bar que hacía esquina y en el que aún se podían comer chanquetes. Ese bar se ha esfumado, aunque mi cuñado Eduardo jura haberlo encontrado un día en sueños, supongo que guiado por la mano de Rafa Serna, al que Dios tenga en su gloria. La ultima vez que vi a Herrera estaba yo sentado en la terraza de ‘La Prensa’, en la calle Betis, una tarde de octubre en la que casi morimos asfixiados. Él iba con cascos, aislado, hacia el puente de Triana, dirección Sevilla. Como decía Pedro Marcos, partiendo el mundo en dos con el dedo en el comienzo de la Avenida República Argentina: «Mira, hijo: de ahí para acá, Triana; de ahí para allá, la civilización». Pedro Marcos fue una persona extraordinaria que tuvo una gran amistad con mis padres y que ha fallecido recientemente. Entre otros trabajos, fue secretario técnico del Sevilla F.C. y regentó el Pub Lennon, en Gines, donde cuando una mujer me preguntó «si este niño era del Sevilla o del Betis», casi la echa por decir marranadas. «Pero ¿cómo va a ser este niño del Betis?», la increpaba. «¿Pero usted le ha visto?». En los años 60 y 70, dedicaba su tiempo libre a enseñar a leer a medio Aljarafe. Macareno y rociero. Un ser extremadamente culto y especial. Gracias a él, tenemos mucha amistad con la familia de Enrique Lora, de La Puebla del Río y con la de Pepín Isla, de Coria. Gente muy especial toda ella y protagonistas de la mejor época de España. Esa generación que ahora muere en triajes inhumanos. Por motivos de trabajo de mi padre, toda la familia hemos pasado largas temporadas en Sevilla durante años y seguimos teniendo mucha relación. Yo voy todos los años con mi hija, mi sobrina y mi cuñado Edu más o menos por San Sebastian, que coincide con la fiesta grande en La Puebla. Nos gusta ir en esa época porque Sevilla no está aún disfrazada de sí misma. Un año fuimos a comer invitados por Morante. Pero no pudo ser. No se me ocurre nada más morantista que recorrer España para verle y volverse con la mismas. La primera casa que mi familia tuvo en Sevilla fue en el barrio de la Macarena. Posteriormente, ya cambiamos a Triana, de donde nunca salimos hasta que salimos. Por la zona de la Cava, cerca ya del Cachorro. La influencia de Sevilla en mi familia creo que es definitiva y es el lugar del mundo donde más a gusto me encuentro. Su belleza es incomparable y, honestamente, no creo que, pudiendo estar en Sevilla, tenga sentido estar en cualquier otro lugar. Y yo todo esto lo cuento solo para decir que si alguien tiene lo de Carlos Herrera, que por favor me lo pase.
Sábado 4 de abril
I
Leo en el timeline de mi amiga Esperanza Ruiz algo del hotel ‘The Lygon Arms’, en la entrada de los Cotswolds, a una hora de Oxford, a dos de Londres. Es exactamente el tipo de lugar al que aspiro. Los ingleses son unos hijos de puta de la peor condición y eso es algo que debemos tener claro en todo momento y sin excepción, algo que ha sido así desde siempre y que será así hasta el final. Pero son los mejores. No hay otra nación en el mundo que haya entendido mejor el modo de integrar la modernidad más vanguardista dentro de la tradición más lacerante. Ser conservador no es ir a misa. Ser conservador no es ser un cafre. Ser conservador es comprender que el conocimiento no se encuentra solo en el futuro, en el progreso, sino, también -sobre todo- en las enseñanzas de nuestros ancestros, en el corpus de sabiduría en todos los ámbitos que, de modo agrupado y global, entendemos como tradición. Me parecería absurdo que mi hija no integrara dentro de lo que sabe todo aquello que ya sé yo. No creo que tenga que ir a Cáceres para entender que está al sur de Salamanca. Pues más absurdo aún es despreciar el sumatorio de todo el conocimiento previo, esto es, de la tradición como fuente de conocimiento incluso empírico, basado en la observación, en la prueba y el error. Es un absurdo ver el pasado como un lugar donde habitaban pueblerinos analfabetos. También lo habitaron Descartes, Pericles, Vermeer, Curie, Santa Teresa, Shakespeare. Digo yo que algo de lo que aprendieron y de las conclusiones a las que llegaron pueden ser de nuestra utilidad. Eso no implica que todo esté dicho. Un punkie es el último dandi y, recordemos, lo define tanto la cresta y el imperdible como la Union Jack o el bulldog, algo típicamente inglés. Rancio, incluso, diría. Nuestros punkies, en el colmo de la desfachatez, tambien se ponían la bandera del Reino Unido y no la de España.
De cualquier modo, al intentar conservar y aprehender ese corpus de conocimiento que llamamos tradición se corre el riesgo de quedarse paralizado. Eso nunca. Hay que avanzar, pero sobre una base que es sólida. En caso contrario estaríamos volando desde un nenúfar a la deriva. Hay que avanzar y eso lo logran mejor que nadie esta panda de hijos de puta. Mejoran lo que hay, avanzan desde un punto fijo, tienen referencias. Esa estética y esa manera de verlo me resultan propias. Ser castellano no es llorar tierras abandonadas por la historia. Se pueden meter el folklore por donde les quepa. Ser castellano es, fundamentalmente, pertenecer a una estirpe cultural milenaria que ha conquistado el mundo con su forma de entender al hombre. Yo quiero vivir en un ‘The Lygon Arms’ en la entrada de los Torozos y allí sentir el éxito de un modo de entender el mundo desde las ruinas de la memoria. No obstante, voy reservando en el Lygon para Lucía y para mi en 2021. Es importante que crezca sabiendo que no hay un mundo reservado para otros, para los demás, un mundo que no es suyo, que no le corresponde y al que no puede acceder. No. Ella debe crecer sabiendo que ese mundo es suyo y que para acceder a él solo tiene que merecerlo cada día. De este modo, además, ningún patán le podrá impresionar con lujos porque estos ya serán el pan suyo de cada día. Si deja de impresionarle el lujo, probablemente haya alcanzado el cenit: solamente podrá impresionarle la Verdad.
II
Me entero del fallecimiento de Luis Eduardo Aute. Hace un tiempo, coincidiendo con el último susto que nos dio, le escribí esto a modo de obituario precipitado. Creo que no merece la pena repetirme por lo que traigo aquí y ahora aquel texto y no le añado ni una coma.
MORIR SIN DAR LA NOTA
La poesía social -temática comprometida, rojilla, sesentayochesca- es un recurso que aparece cuando a los poetas sudamericanos se les acaba el talento o a los españoles se les acaba el dinero. Aute tiene talento y dinero, por eso supongo que prefiere cantar al alba que a las barricadas, valga la redundancia, evitando tornar la belleza naranja de la mañana en el gris del atardecer en la taberna del sindicato. Uno, que no es de izquierdas, sabe de lo que habla porque tiene gustos progres y conflictos interiores. Ya se sabe que la gente de derechas está en misa, matando toros o apedreando a gays, no escuchando a Aute en el Berlín con una camiseta de Joy Division.
La realidad es que en el sindicato no suena Aute y en mi casa sí, por eso sé de lo que hablo, hoy que tengo la piel del corazón de gallina sabiendo que su luz se apaga, hoy que el infarto se ahoga en el coma, esta mañana en la que empieza a haber algo de Antonio Vega en Aute, este otoño en el que la belleza no es evidente, que el mármol es de Carrara, que la arquitectura es Herreriana… Aute es una tristeza sin intensidad, sin tonos menores, sin volumen, sin barroquismo ni estridencias. La pena española es una flamencada, un llanto, un quejío a la vida. La pena de Aute es lo contrario: saber lo que es la vida y hacer todo lo posible para olvidarlo y seguir sonriendo. Pintar auterretratos robot, cantar sin dar el cante, morir sin dar la nota.
Cuando una mujer te abandona, no te abandona una vez, te abandona cada día que no vuelve y se reitera en el abandono, como unos puntos suspensivos que se alejan en una noche que no llega. Hay algo de masoquismo en la elegancia. Aute está malito, Manila está de luto, llora Fuente del Berro. Se acercan –mujer- tiempos de maleza, esto no va a ser fácil y a mí se me va a romper el alma, porque cuando Aute se vaya vamos a quedarnos mirando esa línea de comas suspensivos de modo eterno, nos va a abandonar cada día que no vuelva, lo desconocido tiene gesto de amante abandonado, esta noche va en serio. Hay algo de sadismo en la espera, “de alguna manera tendré que olvidarte, por mucho que quiera no es fácil, ya sabes. Me faltan las fuerzas. Ha sido muy tarde. Y nada más. Apenas nada más”.
III
Creo que he querido, siempre, de modo reactivo. Nunca me he enamorado antes, nunca he comenzado ningún cortejo; siempre que he amado ha sido como consecuencia de que me amaran a mí primero, como si eligiera entre lo que me había elegido a mi previamente. Una especie de segunda ronda. Sobre el papel es inteligente, entendido el término como inteligente como ‘práctico’, ‘ágil’. Pero la verdad es que no funciona. Enamorarse no es elegir presidente para la República Francesa. Siempre me quedará la duda de qué habría pasado si hubiera elegido, por una sola vez en mi vida, yo en primera ronda. Hace muchísimos años que no siento ese tipo de amor y he de decir que ha sido, sin duda, el mejor tiempo de mi vida. No sé si podría escribir enamorado, me cambiaría el estilo, el tono, diría tonterías, cuidaría mi instagram y, en definitiva, sería otro, intentaría agradar, intentaría impresionar a esa mujer con mis textos. Y entonces, pasa lo que pasa. Miren a Jabois. Desde hace un tiempo escribe para adolescentes sin demasiadas lecturas.
Domingo, 5 de abril
I
Domingo de Ramos. Jesús entra triunfal en Jerusalén. Gloria al hijo de David. En el transcurso de una semana será vendido por los suyos, será apresado, el pueblo elegirá salvar a Barrabás, será sometido a torturas inhumanas, morirá agónicamente, bajará a los infiernos y resucitará. Un certero resumen de lo que es la opinión pública.
II
Hablo con mi amigo Jorge Fraguas, líder de la banda ‘Ciconia’. Aparte de un amigo de los de verdad, Jorge es un artista de los pies a la cabeza, un privilegiado con pinta de vikingo con una capacidad para la música que sólo he visto en los grandes genios. No sé cual es su instrumento porque, en realidad, los toca todos. Igual da: en realidad, él no es un intérprete sino un autor, un compositor, una fuerza creadora que esparce su talento en la dirección que más le convenga; hoy un tema, mañana un álbum, pasado una banda sonora. Pareciera que hubiera nacido con la carrera completa de música y la vida, para él, fuera apenas un trayecto para expresar lo que ya llevaba dentro de modo innato, como esos niños que nacen hablando lenguas muertas. A veces pienso que le han cargado en el disco duro una vastísima obra y el programa le liberara ideas de modo aparentemente caótico, aunque programado, como la obsolescencia en las lavadoras. Fragua habla músicas muertas y, tras una trayectoria muy larga en decenas de bandas y proyectos, ha encontrado hace años su lugar definitivo en ‘Ciconia’, un proyecto personal de post-rock-metal instrumental en el que actúa como el Rey Sol. Por cierto, que Luis XIV es hijo de Ana de Austria, vallisoletana, evidentemente. Va a enseñar feminismo a una castellana quien yo te diga.
Me decía hoy que él busca que «ciertas composiciones sean agónicas y desesperantes porque tienen que generar esa sensación en el oyente. Ese es el verdadero arte. En música, lo fácil es ser melodioso, bonito, armónico. Eso genera en el que escucha una sensación tan válida como otra desesperante, agónica y oscura, con el matiz de que esta última es la más complicada de hacer. Una sensación bonita, triste o alegre parte siempre de una melodía más o menos compleja y, sobre todo, de una armonía que encaje. Por lo tanto es teoría y matemática que no se sabe por qué, pero que toca el alma. El arte es lo otro, la disonancia, la desesperación, la agonía y ahí esta el reto. Tú no tienes la culpa, simplemente no todos están preparados para ello».
Me ha recordado a Andoni Luis Aduriz, al que en alguna ocasión le he oído decir que la creatividad gastronómica está muy limitada por el hecho de que la ‘obra’ tenga que saber ‘bien’, tenga que ceñirse a unos códigos muy limitadores por la gama de sabores aceptados, lo que castra la creatividad para dejarla en el intervalo que existe entre unas frecuencias determinadas, digamos. El equipo de Mugaritz está investigando mucho, hasta el punto de que tiene un menú que, si bien no sabe mal, podemos decir que va más allá de los códigos naturales, habituales, de los recuerdos almacenados. Esos platos prohibidos son arriesgados, te llevan a la reflexión, te hacen recorrer caminos no transitados, busca los límites, la provocación. Es decir, no busca exactamente gustar sino otra cosa. Creo que Aduriz y Fraguas dicen lo mismo y me resulta curioso cómo las diferentes disciplinas a través de las cuales el ser humano se expresa, confluyen.
He leído a Hemingway explicar cómo aprendió de los impresionistas a colocar la luz en sus textos y le comprendo. Hasta Monet, no se pintaba al aire libre, frente al motivo, no se observaba la realidad de modo directo y, por lo tanto, no era posible considerar a la luz como ese elemento clave y hegemónico que en realidad es. De repente ya no había nada que ocultar y esa liberación pudiera ser el comienzo de la pintura amateur, es decir, de la popularización del arte. Y cuando eso sucede, el autor deja de pintar por encargo y comienza a pintar para expresarse, para si mismo. Quizá el primer artista contemporáneo, en este sentido, sea Goya, que no necesitaba mecenas ni encargos para comunicar su oscuridad y ceguera. En ese sentido la importancia posterior de Bacon, Pollock y de tantos otros.
Es necesario dejar de buscar cómo agradar. Si busco agradar a otros, depende de otros y, por lo tanto, soy su esclavos. Hay que buscar exclusivamente expresarse. En muchas ocasiones, es necesario decepcionar, asustar, dejar claro que en mi obra mando yo. En esto también, admiro a ciertos toreros, que cuando se ponen delante del toro lo último que buscan es divertirte, dar espectáculo, justificar el precio de la entrada. Una espantada a tiempo es una victoria. Hay que dejar claro que la entrada no es el importe que nos dan para que vivamos sino el precio que les cobramos para dejarles que nos vean decir lo que nos apetezca decir. Que el hecho de pagar no les da ningún derecho más que el de estar. Si quieren diversión que pongan un programa de variedades. Esto es otra cosa. El populismo es el cáncer del arte. El individualismo más atroz, su salvación. Y mi amigo Fragua, un maestro.
III
He decidido que en cuanto termine el confinamiento, terminará este diario. Espero que alguna editorial se interese y poder publicarlo en papel. En paralelo, preparo los diarios 2013-2020, con lo mejor de lo que he escrito durante esos años en mi blog, sin contar, por supuesto, las columnas en El País, en El Norte de Castilla ni otras colaboraciones. Por supuesto, seguiré escribiendo diario, de modo que la tercera parte será post-confinamiento. Digamos 2020-2021. Hay que tener en cuenta que el hecho de estar aislado pone a un escritor en las condiciones perfectas para poder escribir y la normalidad posterior no permite estos excesos. Veremos.
IV
Tengo dudas acerca de la temática de la columna que entregaré mañana lunes a El Norte. Una de las posibilidades se podría llamar ‘La Semana Santa no tiene quien le escriba’. Sostengo que si la Semana Santa de Valladolid hubiera sido interpretada por gente con el mismo talento que tienen los que han interpretado la Semana Santa de Sevilla, incluso nosotros mismos nos tomaríamos más en serio, nos entenderíamos, asistiríamos con la carne de gallina a cada segundo de la Pasión. He ido a mi biblioteca a buscar ‘Cómo llora Sevilla’, del Padre Cué, S.J. para inspirarme -para plagiarle- pero no lo encuentro por ninguna parte. De paso me encuentro con un diario de Trapiello y con ‘Mortal y Rosa’, de Umbral, que pasan automáticamente al montoncito de libros del salón. Ayer pasé la noche con Bolaño, pero durante la tarde le di un buen avance a Uriarte. Cada día me cuesta más; alterna genialidades y una gran prosa con ‘boutades’ de progre criado en el odio a lo español del nacionalismo más cavernícola. Voy a hacer todo lo posible por darle otra oportunidad ya que, a pesar de todo, es interesante y lo merece. En cualquier caso, en plena búsqueda del libro de Cué -que, por supuesto, finalmente no he encontrado- me he dado cuenta de que tengo que ordenar los libros de algún modo. Las estanterías son un caos, alternan todo tipo de temáticas, fechas, autores y formatos sin orden ni concierto. Ni si quiera el caos es un criterio, ya que, pese a todo, se encuentran pequeñas islas de orden, restos de una manera de ordenar que en otro tiempo tuvo sentido. Pero ya no. Y es demasiado. Encuentro ‘Peppa Pig’ al lado de ‘Luz de Agosto’, de Faulkner. La última vez que intenté poner orden, estuve dos días debatiendo conmigo mismo, intentado buscar un criterio, con plantillas de las estanterías, con papel y bolígrafo en la mano y repensando un modelo de interacción a través del cual colocar mis libros de un modo lógico, pero me resultó imposible. Una biblioteca es un proyecto vital y, como tal, nunca termina. Entendí que los libros simplemente están, son, y desde su aparente desorden quizá solamente estén esperando un momento en el que yo pueda dar sentido al modo en el que la vida ha querido que se confinen. Ellos no necesitan orden. Soy yo el que necesita entender el patrón que esconde el caos.
Lunes, 6 de abril
I
He entregado mi columna de mañana a ‘El Norte de Castilla’. Titulo ‘Es una trampa’. Surge con naturalidad, sin problemas, como casi siempre. No he sentido nunca ese miedo a la página en blanco. He tenido otros muchos: miedo a no estar a la altura, a ser pedante, a ser agresivo, a ser pretencioso, a defraudar a quien apuesta por mí. Pero ante la pagina en blanco, jamás. El problema, casi siempre, es el contrario: saber parar, reducir el texto para que encaje en los caracteres previstos en la maqueta, callarme. Tiendo a excederme cuando debería ser al revés: nunca una columna ha perdido calidad al ser reducida. Esta columna hace la número 93, no quedan muchas para llegar al centenar en El Norte, calculo que a mediados de mayo. Quién me lo iba a decir hace apenas año y medio. Siento una enorme gratitud.
II
Se ha estropeado la puerta de la terraza de mi salón de tanto abrir, tanto cerrar y tanto aplauso. Ahora tengo que decidir si prefiero no volver a cerrarla o no volver a abrirla. Teniendo en cuenta que vivo en Valladolid y que tenemos diferencias de veinte grados en el mismo día, que en abril aguas mil y demás refranero, no tengo otra opción que dejarla cerrada para siempre. Esto implica que, en un sentido práctico, no tengo terraza. La he sacrificado, justo ahora que iba a comenzar la primavera. Esta casa conspira contra mí. Esta casa me odia. Cierro la puerta como quien cierra un capitulo de su vida, con un pequeño vals francés de Yann Tiersen que da solemnidad, tonos menores y ambiente de requiem a este abril sordomudo y tetrapléjico.
III
Me vuelven a contactar para firmar un manifiesto. Hay en España un perfil de escritor-columnista-conferenciante-tertuliano-intelectual de mediana edad, pesadito, con jersey de cuello alto, cuya verdadera actividad es la acción social, la vida pública, acudir a todo, estar en todo, comer con todos, hablar con todos, traficar rumores, pasar teléfonos. Son los abajofirmantes. No se pierden una inauguración, una presentación, se inventan manifiestos para poder firmarlos, los mueven con pasión, como si realmente fueran a servir para algo. Viven recogiendo firmas como si esto fuera una asamblea universitaria y estuviéramos eligiendo delegado. Es su manera de hacer rebaño, de marcar a los buenos, de tener claro de qué pie cojea cada uno, de crear pandilla, de sembrar influencia. Agradezco que se acuerden de mí pero me disculpo explicando, una vez más, que no firmo nada, que no tengo ningún interés en aparecer en ningún lugar, que no quiero influencia, ni presencia ni creo que sirva de nada firmar manifiestos y que ni si quiera estoy de acuerdo con lo que proponen sin un pequeño estudio previo. No quiero amiguitos sino escribir libre y que me dejen en paz. «Yo nunca he sido uno de los nuestros», digo. Y cuelgo.
Martes, 7 de abril
I
He salido a la calle. Ha debido llover esta noche, quizá ayer, no lo sé. Ya no me relaciono bien con lo real, se desdibujan los límites. Parece que todo estuviera sucediendo en dos planos de modo simultáneo: un plano es en el que me encuentro, fuera ya de las dimensiones. El otro es paralelo, superpuesto, tiene masas, densidades, frecuencias, otras voces. La realidad es superflua y prescindible. Solo importa la bajada de tensión y los párpados pesados llenos de este verde que crece por todas las partes. La hierba se apodera de todo, invade la calle, crece entre las baldosas, se expande por derecho, porque le corresponde, porque todo era previamente suyo. La excedencia ha sido solo temporal y sobrevenida. La vegetación ha llegado y está tomando la ciudad ante nuestro desdén, llena las paredes, los recovecos sucios, los pies de los semáforos, las entradas a las iglesias, el pedestal de las estatuas, el grito del mimo que sigue parado en el mismo lugar donde lo dejamos.
Se percibe ahora de modo nítido por dónde se pisa y por dónde el hombre no ha pasado en todo este último mes. La senda es la ausencia de hierba, lo que es lo mismo que decir que, en realidad, no hay vereda, muere el camino, todo es sendero. La hierba fue primero; el camino, después. Los lugares no transitados se perciben así, como islas de salvación. En la literatura pasa lo mismo, hay que olvidar los lugares transitados, hay que buscar la hierba, el vacío, el espacio donde se disuelven las fronteras de los géneros, la vida entre baldosas. Un diario es a la vez autobiografía, ensayo, libro de viajes, crónica gastronómica, crítica de arte, poemario, epopeya, columna, tragedia, pura ficción, realidad pura, quizá nada y hay que hacer del lector un escritor, respetarle como tal, pensarle como alguien que es capaz de crear sobre la base del rastro que muestras y que ya es algo en si mismo, no hay que esperar al final. No importa el final, no importa a dónde nos lleve, un libro no ‘va de algo’: es ya ‘algo’.
Esto no tiene finalidad, cualquier texto que merezca la pena ha de ser tratado como una obra de arte desde su concepción, como una obra de arte que no debe ser interpretada por su autor sino simplemente observada, como se observa un cuadro, una escultura. Las esculturas no cuentan la conclusión, excepto José Tomás. Las armas son las palabras, solo las palabras, dan igual los hechos, a nadie le importan. Un escritor no está para entretener. Yo no soy Netflix. Nunca hay trama, solo existe la sensación de trama, la sensación de estar vivos, vivos y confinados, es decir, vivos y muertos, quizá solo muertos, mirando por la ventana la hierba verde, la hierba verde y muerta, limitándose a mostrar la secuencia de los hechos y no su explicación. No se puede elegir tema como no se puede elegir vida ni baldosa. Solo se puede escribir, solo se puede andar y abrir bien los ojos para ver a dónde nos llevan estos pasos lentos.
II
Soy un absoluto ignorante en materia de cine, un analfabeto total. Soy la persona que conozco que menos películas ha visto, incluyendo a mi hija. Nunca me ha interesado, me aburren, me resulta difícil seguirlas, no me entero de nada, los personajes se entremezclan, las cosas pasan demasiado rápido, no me acuerdo de los nombres de los protagonistas y no hay manera de volver unas páginas atrás, no entiendo los guiños del lenguaje audiovisual, las complicidades, la narrativa y las historias que cuentan. Además, las historias me interesan poco, por lo general. Me encantó ‘The Wire’ y creo que es, precisamente, porque no pasa nada, porque es gran literatura. Pero la culpa no es del cine, es mía. Me interesan poco todo tipo de historias. No digo esto orgulloso sino un poco avergonzado, el cine es sin duda un arte y su conocimiento amplia el mundo y tal. Vale. Pero que me importa una puta mierda. Las series son los libros de los que no leen y yo leo. No tengo mucho tiempo para series ni para cines ni mujer gorda a la que callar subiendo el volumen.
Sin embargo, he decidido que esto cambie y ayer comencé a ver cine. Voy a intentarlo. Comencé con ‘La Ventana Indiscreta’, de Hitchcock. Hoy veré ‘El Hombre Tranquilo’, de John Ford. Es probable que nadie se crea que no haya visto estas películas, pero así es. No he visto nada, repito. He de decir, que ‘La Ventana Indiscreta’ tiene mucho mérito narrativo, no es fácil hacer lo que hace Hitchcock, ese punto de vista único y unipersonal de un narrador a través de la mirada, los prismáticos, la cámara, un catalejo y siempre desde un punto de vista inmóvil. Es una gran idea. Hay mucha inteligencia y muchas dificultades técnicas, creo que bien resueltas. Grace Kelly es muy guapa, es un spoiler de sus hijas, por momentos me recuerda a Carolina, por momentos a Estefanía, por momentos me abrazaría a Ernesto de Hannover, pero comprendo en todo momento el punto de vista del director, que nos deja claro que todas las relaciones entre hombre y mujer están destinadas a la infelicidad mutua. Si hubiera segunda parte, creo que James Stewart saldría corriendo al bar de enfrente huyendo de ella un par de días. No aguanto a las mujeres que hablan tanto, que piden tanto, que demandan todo el tiempo cosas, cambios, estímulos, planes, miradas, maletas, luces, explicaciones, encuentros, silencios. Por Dios, pobre hombre Rainiero. Veremos qué tal hoy John Wayne.
Miércoles, 8 de abril
I
‘El Hombre Tranquilo’ es la historia de un hombre que huye de un pasado violento buscando sus orígenes y se encuentra con una pastorcilla insoportable a la que tiene que demostrar que sigue siendo violento para que no le devuelva al lugar de donde partió. Remar para morir en la orilla. Una especie de Romeo y Julieta en el pueblo de ‘Amanece que no es poco’. Bajo la apariencia de machismo, es una historia profundamente feminista que nos recuerda que es peligroso el empoderamiento si eres gilipollas. Me da la impresión de que Maureen O’Hara es una gran actriz, genera sentimientos contrapuestos. Se confirma que una mujer te hace siempre estar en falta, es decir, no es la solución al deseo del hombre, sino su causa. Pasa lo mismo con la felicidad. Una mujer no puede hacer feliz a un hombre y además da igual porque el hombre, creo, no busca en una mujer felicidad sino paz. Sin embargo sí que puede hacerle profundamente infeliz. Al revés no funciona igual: la mujer no busca paz sino felicidad. Nunca encuentra lo que quiere. Por eso, la gran pregunta de la historia sigue siendo la misma: «¿Qué quiere una mujer?».
II
Dice mi amigo Tomé que deje de creer en ‘muñequitos’, para referirse a Dios. Me doy cuenta en ese momento que él piensa en Jesus, en la Virgen, en los apóstoles, en los santos, etc. como si fueran muñequitos, no sé si se los imagina como los Simpons, un rollo más manga, quizá indios y vaqueros. Solo hay una Verdad; en cambio, cada uno cada uno se miente a su manera. Hay mil maneras de no creer y todas ellas me resultan fascinantes. Me siento muy identificado con los ateos: a mi también me resulta imposible creer en lo que ellos no creen. Es imposible creer en muñequitos. Los ateos puede que sean simplemente iconoclastas. Y quizá eso explique el arte antiguo, la contrarreforma y el gusto exacerbado del catolicismo por producir imágenes. Para molestar a ateos, protestantes y musulmanes. Todos ellos tienen en común una cosa: la iconoclasia. Una vez definido el mal, está claro que el bien solo tiene una salida: la producción de iconografía. La clave de todo son los muñequitos.
III
Todos esos que dicen «Éramos felices y no lo sabíamos» me recuerdan inevitablemente a los Panero en ‘El desencanto’, cuando muere el padre y Michi se pasa media película repitiendo aquello de «Éramos tan felices», alargando la «a» como un loco, con la cadencia de la mirada perdida, tras haberse pasado la otra mitad de la película diciendo que su padre en realidad no les quería, les maltrataba, les odiaba y que todo era una mierda. Pues nada. Esto es lo mismo. Los deprimidos de ayer, ahora resulta que eran felices y no lo sabían. En unos meses, dirán mismo de los días tranquilos y bellos del confinamiento, de la primavera de 2020 en la que nos amamos mientras el mundo se hundía y tal y que la vuelta a la realidad es un tren que descarrila en la noche más angustiosa y no sé qué. La cosa es llorar.
IV
De misa y borrachera diaria. Para defraudar a todos por igual.
Jueves, 9 de abril. Jueves Santo.
I
No hay nada más economicista que alguien pobre. El que tiene dinero no vive obsesionado con el dinero, esa neurosis por la pasta es exclusiva del que no la tiene. Pasa lo mismo con el amor, con la pareja. La obsesión por el amor es exclusiva de los que no lo tienen. La gente sin pareja vive enloquecida y la búsqueda es angustiosa, haciendo de la felicidad una quimera desesperada para desesperados. La necesitan tanto, que denotan en cada paso su verdadero desprecio hacia ella. Si respetaran realmente el amor y a esa pareja que, antes o después, llegará, no la perseguirían como los niños se persiguen entre ellos en el pilla-pilla. Esto es otra cosa, algo mucho más serio. El amor no se persigue, no se abren las plumas del pavo real. Yo hago todo lo posible por darle esquinazo, no lo necesito para nada, no he tenido buenas experiencias y la libertad me da mucha más felicidad que la falsa sensación de no estar solo que se tiene los domingos en el sofá con una persona al lado que rumia vegetales. Con el tiempo te das cuenta que ese sentimiento de soledad no se va nunca, que se queda a tu lado cuando duermes con alguien y se hace, si cabe, mas insoportable. Y entonces abres los ojos y al sentimiento de soledad sumas el de culpa. El tipo de vida que llevo no es compatible con la pareja. Soy demasiado feliz. Ayer vi ‘Annie Hall’. No me gusta Woody Allen y la película ha envejecido mal. Supongo que la innovación narrativa que supuso fue enorme en el año 1977, pero hoy parece un recurso naif. Por una vez, el personaje masculino es mucho mas inaguantable que el femenino. Aunque no estoy seguro de ello, bien pensado, la neurosis de este tipo de hombre es puramente femenina. Woody Allen representa en Annie Hall un arquetipo de mujer: insatisfecha, frustrada, egocéntrica, egoísta. Diane Keaton, el cliché de un hombre idiota, un Homer Simpson: intelectualmente inferior a su pareja, de aparente sencillez de gustos, cambiando simbólicamente la trascendencia que niega en cualquier cosa que se le ofrezca: alcohol, drogas, coaches, hierbas. Llevo tres películas y aun no he disfrutado ninguna. Me daré una tregua para desintoxicarme.
II
El País dice que a Aute no le pegaba que le gustaran los toros. A mí me parece que a un tipo de la talla intelectual de Aute lo que no le pegaba es leer El País.
III
Me siento mas cercano a un hombre de fe de otra religión que a un ateo. Estoy más cerca de un musulmán o de un judío que de un nihilista que vive como si esto no fuera un milagro. El antropocentrismo es herético. La ilustración tuvo algunas consecuencias funestas. La fe en algo tan limitado como el hombre es totalmente irracional y no merece más comentario. Un hombre de fe se sabe pequeño e insignificante y vive sin esa arrogancia que tienen los idiotas.
IV
Como la terraza está inutilizada, me asomo a la ventana vestido de Jueves Santo, con un Milano-Torino en la mano y The Cure a todo volumen para despistar al vecindario con tensiones armónicas, mientras busco en la lejanía a mi hija, que está a punto de llegar para pasar conmigo estos cuatro días. En ese momento comienza a oler a marihuana, muy fuerte, como si estuviéramos en uno de esos bares en los que a veces ponen reggae, a veces Kiko Veneno y a veces no sé qué gitanito de Cádiz. Olisqueo como un sabueso pero solo veo ancianas limpiando y huecos que hablan, como en 13 Rue del Percebe. Pero ni rastro del porrero. ¿Quién será? ¿De dónde llega ese olor?
Hablando de Cádiz, ayer quedé con Enrique García Maíquez en pasarme por el Puerto de Santa María este verano con la excusa de un curso de verano, un congreso de columnismo, unas jornadas gastronómicas de exaltación del atún y la amistad, un encuentro de coctelería o una misa rociera. Sabiamente, Enrique propone unirlo todo. No me puede parecer mejor plan, un Negroni rociero. Un congreso de columnistas solo tiene sentido en un bar o en una iglesia. Al fin y al cabo se trata de aguantar homilias.
V
El presidente del gobierno deja caer que quedaría aún un mes de confinamiento. Esto implica que restan todavía treinta días de diario y que no habríamos llegado si quiera al ecuador; que tengo cuatro semanas para seguir no diciendo nada. En el fondo, al escucharle, he sentido paz, una paz masoquista y puede que culpable, esto debe ser el goce freudiano. La realidad es que no quiero volver a la normalidad, a las conversaciones prescindibles, a las terrazas primaverales. No quiero volver al camino bipolar que une casa y trabajo, a la languidez de las semanas vivas, a la rutina viva con la que fingimos romper las rutinas muertas. Esto está siendo una aventura interior, uno de esos momentos iniciáticos que apenas ocurren una vez en la vida y de los que se sale transformado. Veremos a dónde nos lleva. De cualquier modo, tras leer varios diarios de varios autores, me parece una gran oportunidad que el mío suceda en estas circunstancias: que no pase nada nunca y que nadie espere que pase, es un regalo narrativo. No tendrá el lector que aguantar sucesos nimios narrados como fabulosos acontecimientos. Esto me hace pensar en la vulgaridad del siguiente diario, si existiera, cuando visite hoteles, ciudades y mujeres, cuando aparezcan personas interesantes, restaurantes fabulosos, amigos ocurrentes y, en definitiva, todo parezca inverosímil acostumbrados a la sorprendente verosimilitud de una peste mundial en pleno siglo XXI.
VI
Lucía ha pasado un día terrible. De repente, miedo, ansiedad, nervios, aburrimiento, preocupación y mucha tristeza. Ha visto en la televisión imágenes de hospitales, ataúdes, gente sufriendo, abuelos solos y se le han caído los 15.000 muertos encima. Ha tomado consciencia de la situación como un golpe seco de bombo. Este verano hace diez años. No tiene que ser fácil para ella y lo raro es que hasta ahora estuviera perfectamente. Pasa todo el día sin poder tragar, es decir, sin poder comer hasta que por la noche mis habilidades parecen conseguir enderezar la situación. Duerme a mi lado. Entre ambos, ‘Diligencias’, de Andrés Trapiello. La pandemia hace extraños compañeros de cama.
Viernes, 10 de abril. Viernes Santo.
I
Repaso de daños: a la mancha de moho con forma de península ibérica de encima de la ducha le han salido las islas Canarias y las Baleares. La terraza está inutilizada y su puerta no tiene abridor. El fregadero, atascado. La hipermetropía, viento en popa. Antes del virus fui al médico de los ojos, por eso sé que es hipermetropía. Tras una revisión general y varias pruebas, me aseguró que no tenía nada, que mi vista era perfecta, simplemente un poquito de hipermetropía, algo normal para mi edad, mínima, que no merecía ni si quiera ser considerada como tal y mucho menos ser tratada. Es más, que quizá era la persona de 40 con menos hipermetropía del mundo, prácticamente un héroe, un caso de estudio por lo bien que veía. ¿Estaré enloqueciendo? ¿Será mi perdida de visión solamente psicosomática? Recuerdo a la doctora, un pequeño arcángel con zapatos planos, perlas por pendientes y estética de acabar de salir de un colegio de monjas. Me enamoré de ella, ya se me había olvidado. Recuerdo que, mientras me hablaba, me hicieron efecto unas gotas que me habían echado para dilatarme las pupilas y no veía absolutamente nada. Pasé las siguientes tres horas en estado de pánico, vagando por las calles con las pupilas como un cocainómano y preocupado por haber perdido totalmente la visión y no poder ni leer ni escribir.
II
En un ataque de furia ayer compré dos libros de Scrutton -recomendación de Nacho Raggio-, ‘Solenoide’, de Mircea Cartarescu -recomendación de Molina- y uno de Michael Oakeshott, recomendación personal mía por mi creencia de que el liberalismo es como el colesterol; hay uno bueno (Hobbes, Isaiah Berlin, Oakeshott) y uno malo (Locke, Hayek, Rawls). Hay muchos liberales con pasado comunista, creo que es gente que ha perdido la fe en el comunismo pero no en la política como proyecto de salvación. Esos son los malos. Los liberales buenos son descreídos, pesimistas, no dogmáticos, alejados de la utopia y conservadores, es decir, sensatos, prudentes. En la biblioteca irán junto a Russell Kirk y a Edmund Burke. Y probablemente, Gerónimo Stilton o cualquier otro libro de mi hija que, en este momento, lee tranquila junto a mi. Está mejor pero sigue con problemas para tragar por la ansiedad y con miedo por tener que ir al médico, coger el coronavirus y morirnos los dos en la soledad extrema del viernes santo. Ha salido a padre.
III
Empecé a escribir con 34 años. No había escrito ni una palabra antes. Mi primera columna se publicó en mi blog el día siguiente a divorciarme. Llevaba entonces ya un año separado, pero hube de estar divorciado para parir el primer texto. No tengo claro por qué, no fue premeditado, no hay una razón. Simplemente surgió así. Unos meses después de aquello le dije a mi amigo Manu que podía llegar a ser de los mejores de España, en plan Loquillo cuando cantaba que «abrirás una revista y me encontrarás a mi». Él sonrió, bajó la cabeza, dio un sorbo a la copa de Brugal que por entonces merendaba cada tarde y me dijo que, en ese momento, ni si quiera estaba entre los seis mejores escritores de los presentes en ese bar. Es decir, no solo no era bueno ni de los mejores de España sino que era de los peores de ese bar. Teniendo en cuenta que ese bar era el Café Teatro de Valladolid y que los allí presentes eran un loco, un borracho, uno con pinta de camello, un par de niñitas semi analfabetas, uno que creo que acabó simpatizando con el terrorismo islamista, el repartidor de Mahou y Quique González, aquello me pareció un reto, una afrenta personal, un tío tirándome un guante a la cara en pleno siglo de oro. Evidentemente no solo no dejé de escribir sino que en ese preciso momento y en ese lugar exacto decidí dedicar mi vida a la escritura, no por afición, no por vocación. Solamente para joder a mi amigo Manu y demostrarle que se equivocaba. Es evidente que le debo toda mi carrera como escritor. Gracias a su desprecio me esfuerzo más, leo más, trabajo más, me cultivo más, escucho más a los demás y me exijo más. Así son las cosas, absurdas y atávicas. Desde entonces, en cada pequeño éxito, antes de avisar a mis padres, a mi hija o a mi barman, llamo a Manu para recordarle que estoy cada vez más cerca del objetivo. Él sigue sonriendo como entonces y me dice: «Enhorabuena Jose». Y cogiendo la copa de Brugal baja la cabeza y me dice: «Pero recuerda que no tienes ni puta idea».
Sábado, 11 de abril. Sábado Santo.
I
Ayer leyendo varios fragmentos de ‘Reflexiones sobre la revolución en Francia’, de Burke, me di cuenta que se puede estar contra el afrancesamiento sin estar contra el espíritu de la Ilustración. Es un tema en el que me gustaría indagar porque puede poner paz entre las posturas de Pérez Reverte y de Roca Barea. La revolución francesa no es el germen de la democracia, sino del populismo. El origen de la democracia es Inglaterra. Y por eso afirmo que no toda Ilustración ha de comulgar con las ruedas de molino del populismo francés. Hay otra manera de entender la Ilustración y la democracia. El Reino Unido y los países bajo su ámbito de influencia, conquistan la democracia como una manera de garantizar la libertad del individuo y de protegerle frente al estado. En Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Australia, etc., el estado es un sospechoso potencial y la democracia forma un sistema de garantías para que ese malvado Leviatán no abuse de su poder frente al individuo. En Francia no. En Francia, la democracia se identifica con el estado, es el estado mismo. Y ese concepto estado/democracia no tiene como objetivo y razón de ser la protección de la libertad del individuo sino la supervivencia misma del pueblo e incluso su bienestar. España tuvo su Ilustración con la Escuela de Salamanca, Francisco Suárez, Francisco de Vitoria, el Iusnaturalismo, Vázquez de Menchaca, el humanismo de nuestros siglos XV y XVI, Bartolomé de las Casas, etc. Pero, sin embargo, a España la democracia le llega vía revolución francesa y eso se nota.
En los países sajones creen que la supervivencia del individuo, sus necesidades básicas, etc. son responsabilidad del individuo y de su propio esfuerzo. En España cedemos ese poder al estado, es el estado el que debe garantizar nuestra subsistencia, la viabilidad de nuestros hijos. Así nos va. Se suele confundir, no obstante, populismo con demagogia. Aquí demagógicos son todos, pero populistas no. El populismo es una doctrina que quiere revertir el orden y poner al pueblo en la parte superior del vértice, dinamitando el eje derecha-izquierda por el arriba-abajo. El peronismo es populista, incluso el falangismo. Ahora ese eje está tomado por el nacionalismo, por ejemplo. Pero no por Pablo Iglesias. Pablo Iglesias no es populista, es comunista, que es exactamente lo contrario. Él, arriba del todo no quiere al pueblo, sino al Partido. El comunismo es profundamente elitista, entendiéndose ellos a si mismos como la élite. Los comunistas desprecian al pueblo, al que someten, humillan y finalmente tiranizan. No los quieren arriba. Los quieren abajo y callados. De Sánchez no podemos decir ni que sea una cosa ni la otra: es un pobre hombre irrelevante y dentro de poco será apenas un mal recuerdo que pasar de largo cuando contemos la historia de España.
Posteriormente, volvi al libro de Uriarte y me comencé a reconciliar con él. Ya dije que no me gustaba dejar sin terminar ningún libro, por lo que avanzo en sus ‘Diarios’ dentro del desorden y caos de mi disciplina férrea. En un fragmento pone a parir a Isabel San Sebastián y eso me encanta. No la soporto. Uno de los grandes problemas de la derecha es que sus defensores en las tertulias son personas como Isabel San Sebastián, que cada vez que hablan incrementan la intención de voto de partidos de izquierdas y nacionalistas. Luego escuchas a los tertulianos de izquierdas y son igual de sectarios aunque más mentirosos y mucho más analfabetos, por lo que la cosa se vuelve a nivelar.
Hoy la prensa cuenta que ha muerto Enrique Múgica. Descanse en paz. Es una pésima noticia. El partido culto, posibilista, socialdemócrata, responsable, europeo y serio que fue el PSOE en los ochenta y noventa se muere. El sanchismo se ha llevado todo por delante. Mugica era antisanchista, como todo socialista que se precie. A ver cómo se come el marrón esta calamidad de presidente de despedir a alguien que le despreciaba tanto. Se repite la historia de Rubalcaba. No hay nadie de talla intelectual que pueda defender a Sánchez. Y yo, mejor pongo fin al camino que está tomando hoy este diario y que nada le conviene.
II
Tengo una extraña habilidad para no recordar una sola palabra de los libros que leo. No digo para olvidarlos pasado un tiempo, sino en el mismo día. Es como si la parte del cerebro que se dedica a leer (input) y la que se dedica a expresarse (output) no tuvieran contacto entre ellas. De este modo, en el momento en el que empiezo a leer, entro en un cajón donde está la trama, los personajes, las teorías, el razonamiento, etc. y recuerdo todo perfectamente. Pero me siento incapaz de volver a ese cajón cuando cierro el libro. Me pasaba lo mismo cuando estudiaba filosofía. Comprendía, entendía, seguía el razonamiento, pero al cerrar los apuntes no podía explicarlo, comenzaba a hacer columnas en lugar de exámenes, daba mi opinión, mezclaba disciplinas, omitía partes que no me interesaban. Una vez abría los apuntes, de nuevo volvía al cajón. Un desastre. Por eso, entre otras cosas, he rehusado todas las invitaciones que me han hecho para participar en tertulias. Intento ser majo, agradar, ser educado, no llevar la contraria, entender los puntos de vista. Todo desde el cinismo, claro. Entonces no digo lo que pienso, pero es que ni si quiera me acuerdo de lo que pienso, no estoy en ese cajón. Es un esfuerzo para mi cierto contacto social y, por supuesto, el amor: al intentar agradar dejo de ser yo. Es un esfuerzo y una tensión constante. Yo soy yo cuando estoy solo, leyendo, escribiendo. El resto es personaje. A los columnistas que conozco les suele pasar lo contrario: son personajes cuando escriben, se ponen el disfraz. Yo me lo quito. Y este confinamiento es para mi un balneario.
Domingo, 12 de abril. Domingo de Resurrección.
I
Ha aparecido Juan Echanove, maniqueo, agresivo, pasadito de soberbia y supongo que también de vino, llamando de todo al ministro socialista Uribes por no apoyar la cultura. Aclaremos que, para los actores, la cultura son ellos y apoyarles es un eufemismo que significa darles dinero para sus cosas. Vamos, que apoyar la cultura no es leer los ‘Ensayos’ de Montaigne, admirar ‘Las Hilanderas’, de Velázquez, escuchar a ‘Los Conciertos de Brandenburgo’, de Bach o ver una película de Bergman sino soltar tela a Echanove. Verbigracia: un programa para comer por ahí, un papelito en una serie de TVE, un programa de turismo, una subsecretaria de estado. Recordemos que los cines y los teatros están cerrados y que los médicos no tienen mascarillas. Parecía un raterillo con las formas de un agente de las SS.
II
Cuando España habla de Europa habla de algo lejano, externo, algo de lo que no forma parte. «Dicen en Europa que…», «es que esto no se va a entender en Europa», etc. Europa, así, son los paises protestantes y Francia. En este sentido, es lógico que se perciba Europa como contraposición a España puesto que su origen es precisamente ese: el capricho de Lutero, junto a unos príncipes holandeses y otros alemanes de no ser España y de no estar bajo su influencia. La monarquía hispánica de los Austria fue el verdadero origen de Europa, con españoles, portugueses, borgoñones (franceses), italianos del norte y del sur, neerlandeses, etc. luchando juntos por una universalidad cristiana. Es decir, la actual Europa surge como reacción a la otra Europa, la que vivía bajo liderazgo natural de España. Cuando se pone en contraposición España con Europa, como dando por hecho que tenemos diferentes valores, que estamos atrasados, que nuestro pasado es oscuro me pregunto cuales serán los verdaderos valores de esta construcción europea. ¿Las cámaras de gas alemanas? ¿Los cierres de fronteras de los paises nórdicos? ¿La insolidaridad holandesa?
III
Oigo no sé qué de un meteorito y de varios volcanes en erupción a la vez en Indonesia. Por si fuera poco, el mar de Galilea -en realidad un lago de agua dulce por debajo del nivel del mar- comenzó a desbordarse la pasada noche. No para de llover desde hace días. Hay por Valladolid un corzo libre que no sabemos de dónde ha salido pero que parece una metáfora de algo, como un símbolo paleocristiano, una representación icónica del pecado, de la resurrección, yo que sé. El paisaje de este confinamiento es apocalíptico hay una fuerte sensación de fin de ciclo. Pienso en eso, en el fin, en el último hombre vivo, porque es un hecho que habrá un último hombre vivo, no es una forma de hablar. Existirá una última persona sobre la tierra cuya muerte supondrá nuestra extinción definitiva. Esto sucederá probablemente dentro de miles de años, pero sucederá. Me encantaría poder ser esa persona, me gustaría narrar el fin, verlo con mis ojos, sentarme a ver cómo todo se va a la mierda. Y esto no es porque quiera morirme sino por mera curiosidad literaria. Es la consumación del plan divino. Hoy es domingo de resurrección, pero el ánimo es el de una prórroga indefinida de pasión y de Calvario.
IV
Tengo un camellito digital que me envía varios periódicos al móvil cada día. No hay pedido, no se puede elegir. El ‘dealer’ te pasa lo que tiene, incluyendo revistas del corazón, de decoración, revistas masculinas, femeninas y cualquier cosa que pueda ser vendida en un kiosco y guardado en ‘pdf’. Leo una media de cinco diarios al día, además de los digitales, pero siempre que me los manden antes de comer. Me siento ontológicamente incapaz de leer prensa por la tarde, es como estar leyendo algo pasado de fecha, como los yogures caducados y resulta insoportable. La pagina del periódico marida con la luz de la mañana. Los tonos crepusculares no le sientan bien a la actualidad, la ponen de un color amarillento como de siglo pasado y dan a la hoja un halo de pobreza, de haber nacido para guardar chorizos y madurar aguacates. Más allá de sus cositas nacionalistas, de Rahola, Juliana, etc., me sorprende la calidad de La Vanguardia, un diario que nunca había leído. Cuando voy a Barcelona compro ABC o El Mundo, para tocar los cojones un poco al personal. La última vez, con una resaca como un piano de cola y olor a crema de niña pija, en el kiosco de la Diagonal a la altura de la plaza de Francesc Maciá. Luego resulta que en esa zona, ya cercana a Sarriá-Sant Gervasi, gana el PP y lo que no se vende en absoluto es prensa indígena. La Vanguardia tiene un formato y un acercamiento a la realidad que me atrae y ciertas secciones son realmente buenas. De todas maneras, la prensa es una cosa fundamentalmente de centro-derecha: tanto la propia Vanguardia, ABC, La Razón o El Mundo como los periódicos locales. Aunque, por lo general, la prensa local es moderada, no suele pecar en ningún caso de marxismo revolucionario. Esto quiere decir que, a excepción de El País, todos los periódicos están en la franja del centro-derecha. Por lo tanto hay setenta cabeceras pegándose por un segmento de población que es evidentemente el que lee prensa y otro segmento enterito para El País. Si no hay más prensa de izquierdas es, evidentemente, porque la gente de izquierdas no lee prensa. Es un mundo realmente complicado del que no me siento parte. Un columnista no es un periodista. O no tiene por qué serlo. Yo leo, me informo, pregunto, me cuentan cosas y doy mi opinión. Un columnista es un francotirador solitario, un soldado de fortuna que, por lo general, tiene que tener más cuidado de cubrirse bien la espalda que de cubrirse de lo que puede venir por delante. El peligro no viene de frente sino del fuego amigo. El mundo literario está lleno de envidias, en algunos casos, escandalosas. Las percibo sin parar, por todos los lados, en cada ocasión. Y cuando más intentan disimularlo, más evidente se hace. No puedo evitar sentirme encantado por ello. Personalmente no he sentido envidia nunca por nadie. Solo Umbral y Ruano me hacen cerrar el libro pensando que ojalá lo hubiera escrito yo.
Lunes, 13 de abril.
I
Hoy hace un mes que estoy confinado, aunque bien pudiera parecer un siglo. Este clima, que me recuerda tanto a Mondoñedo, ayuda a no ver ningún atisbo de optimismo ni de alegría en el horizonte más inmediato. Para rematar el bodegón, nuestro gobierno levanta el hoy el confinamiento a cientos de miles de trabajadores de actividades no esenciales sin haberles hecho tests previamente, lo que quiere decir que aproximadamente uno de cada cinco trabajadores de los que hoy se incorporan estarán en diez días en un hospital, si es que estos no se desbordan, algo bastante previsible. Y habrán contagiado por el camino a decenas de personas, un porcentaje de las cuales, morirán. Luego tendremos que escucharles decir que no se podía saber. Los necios nunca pueden saber nada, por eso son necios. El problema es que cada punto de estupidez significan muchos muertos. Es un milagro que la sociedad española esté actuando con tanta prudencia. En condiciones normales el gobierno ya habría caído.
II
Leo esto en ‘El Hereje’, de Miguel Delibes:
«Hablaban de muertos en las huertas y las cunetas del camino, de la falta de médicos en los pueblos, donde los enfermos eran atendidos por sanadores y barberos cuando no por los mismos convecinos. Era el pan de cada día. Habían sido tantos y tan largos los meses pasados desde que se inició la epidemia que los vallisoletanos llegaron a pensar en la posibilidad de una peste permanente.
No veían salida. Los meses transcurrían sin que los partes de los comisionados dieran una sola noticia alentadora mientras se repetían las cifras de las bajas con reiteración. Inesperadamente, iniciado el nuevo otoño, tras una pésima cosecha y un tiempo áspero, la Junta de Comisionados anunció que en el último mes únicamente habían muerto veinte personas de las dos mil hospitalizadas. En noviembre las bajas por la peste habían sido doce y cuatrocientas noventa y tres las altas dadas en los hospitales.
Era como escapar de una nube tenebrosa, después de un año y medio sin ver el sol. La gente volvía a salir a la calle a respirar los aromas del tomillo y el cantueso para ventilar sus pulmones, se acercaba al Espolón Nuevo, tornaba a conversar y a reír. ¡El milagro se había producido! Y cuando en enero las altas en los hospitales se elevaron a ochocientas cuarenta y tres y las muertes por peste se redujeron a dos, la villa estalló de júbilo, se organizaron procesiones de acción de gracias a la ermita de San Roque y el Concejo anunció para la primavera juegos de cañas y corridas de toros.
La peste había terminado».
III
He enviado mi columna de mañana a El Norte de Castilla. Estoy tan enfadado, tan cansado y tan harto de aguantar miserables que salgo por la tangente con una columna costumbrista y muy local. Hay que guardar la ira para el final. Me he prometido a mí mismo que solo ajustaré cuentas con el gobierno cuando esto termine. Queda aún mucho mucho para que llegue ese momento.
IV
Lucía está recuperada. Aun sigue algo obsesionada pensando que se va a atragantar con todo, pero ha recuperado su alegría y vitalidad. Ya no llora, no está triste y todo parece haberse quedado ahí. De lo único que nunca se pasa un padre es de cariño. Dicen que una niña elegirá como marido a alguno que se parezca a su padre, por lo que si algún día, cuando la lleve al altar, veo esperando en el final del pasillo a un gilipollas, supongo que me tocará mirarme bien en el espejo.
V
Los lectores de columnas están pendientes de lo que dices. Los escritores de columnas estamos pendiente de cómo lo decimos. Todo lo que tienes que decir ya está dicho. Son conocidos tus puntos de vista, tus ideas, tus fobias, tus filias, tus amores, tus odios, los pies de los que cojeas, tu manera de sorprender de vez en cuando y, de hecho, no hay nada más previsible que tu manera de mostrarte imprevisible. Todo el mundo sabe lo que vas a pensar de cada tema y los desplazamientos ideológicos, si es que los hubiera, son sutiles y solamente perceptibles desde la distancia temporal suficiente. Decir que Sanchez es muy malo o muy tonto no es suficiente. Decir que la culpa de todo la tiene Franco y los recortes de no sé quién, es una vulgaridad extrema. La actualidad es solo una excusa para desplegar el estilo, que es lo que importa. Asombra la referencia, el prisma, la metáfora, la belleza, la sutileza. El contenido está visto y ya solo es capaz de asombrar el más bestia, el más cafre, el que dice la barbaridad más grande. Parte del publico te empuja hacia eso, hacia la columna de fondo sur. La tropa te quiere ver en el extremo poniendo voz a las frustraciones que la actualidad les genera. Quieren que seas el altavoz de sus odios. Pero no hay que dejarse. Esto es un carrera de fondo que consiste en mantener tu independencia de pensamiento, es decir, en decepcionar a todo el mundo todo el tiempo. Me niego a agradar a los míos. Me niego también a provocarlos. Me niego, sobre todo, a enfadar a la bancada de enfrente para estar en boca de todos, como alguno que yo me sé. Cuando leo a Nieto, a Garabito, a Chapu, a Belmonte, a Maíquez, a Espada, a Latorre, a Colmenero, a Jorge Francés, a Zabala, a Valdeón, a Sabino, a Hughes, a Tallón, a Sostres, a Ventoso, a Vila-Matas, a Vicent, a Olmos; cuando leo a los grandes, a Ruano, a Umbral, a Camba, a Gistau; cuando leo a los nuevos, a Sampalo, a Ondarra, a Gálvez y a tantísimos otros lo hago movido por una curiosidad acerca de cómo hablan de lo mismo que hablo yo, qué ven que yo no veo, dónde se colocan, de dónde sacan su jodida brillantez y cómo manejan silencios, omisiones. Lo hago, en definitiva, para aprender. El columnismo es algo coral, influenciable, que se hace en grupo y que se mejora en grupo. Me importa una mierda la opinión de esta gente acerca del Covid19, del FMI, del IPC, de la postura de Trump con la industria automotriz o de la ocurrencia de Irene Montero sobre la última pijada.
Se aprende a escribir desde la mala hostia que te da no ser el mejor.
Martes, 14 de abril.
Llevo toda la tarde escuchando ‘Juez y Parte’, tercer disco de Sabina, de 1985, la época de Viceversa. Recuerdo ir escuchándolo con mi padre en un Renault 12, en una mañana de sábado, fría y soleada como fueron todas las mañanas de sábado en los ochenta. Aquel día, en concreto, íbamos a por leche a una vaquería en La Rubia y yo iba en el asiento de delante, supongo que sin cinturón de seguridad y supongo que con mi padre fumando. Ahora le quitarían la custodia y le meterían a la cárcel. No por el tabaco, no por el asiento, no por el cinturón, sino, sobre todo, por poner a un chaval de seis años esas canciones escandalosas que, por supuesto, memoricé de modo inmediato. Siempre he tenido una capacidad prodigiosa para memorizar datos inútiles, algo que me ha dado ventaja como escritor. Memorizar datos útiles es de opositores a notarías. Los escritores memorizamos solo gilipolleces y a algunos niños ya se les ve toda la obra en el rostro. A otros, se les ve cara de funcionario.
Resulta anacrónico pero, por entonces, en Valladolid aun se podía ir a por leche fresca a una granja en la propia ciudad y los niños cantábamos canciones de yonquis y bohemios y no Cantajuegos . Este es su tercer disco, pero yo lo considero el primero serio, tras la época de Londres, del Sabina cantautor, de La Mandrágora. Después llegarían ‘Hotel, dulce Hotel’ y ‘El hombre del traje gris’, álbumes que considero fantásticos -sobre todo el último- y que suponen la antesala del gran boom de Sabina que llegaría con la incorporación de García de Diego a las composiciones, es decir, los años 90, que empezarían con ‘Mentiras Piadosas’ y acabarían con ’19 Dias y 500 noches’ y su directo, ‘Sabina y Cía’, obras cumbres de su carrera. En los 90 las mañanas fueron igual de frías que las de los 80, pero a medida que pasaban los años, se hicieron menos luminosas y menos mañanas. Comencé la década siendo un niño de 11 años y la terminé con 22 y la carrera casi terminada. En esos años pasó todo lo que tenía que pasar. Luego todo ha ido a peor. Finalmente no me quedó otra que escribirlo.
De este disco no ha perdurado en el imaginario colectivo ninguna canción más que ‘Princesa’. El resto de temas se han esfumado y a mi me gustaría saber qué opina Sabina de ciertos cortes como ‘Balada de Tolito’, ‘Ciudadano Cero’ o ‘Rebajas de Enero’. Quiero saber por qué no las toca, si es un tema de derechos, de repertorio, de gustos o de odio eterno a dichas composiciones o a las mujeres que las inspiraron. Hace no tanto, con Fran Encinas, imaginamos poder producir una última gira al Maestro, en salas pequeñas, tipo Galileo, donde tocara exclusivamente sus temas más olvidados a su publico más fiel y con entradas a precios desorbitados, mucho humo y mucho whisky. Algo me dice que no podrá ser. De cualquier modo, cuando paso por Tirso de Molina, giro hacia la calle Relatores para provocar un encuentro casual, pero no se me logra. Compro unas flores, me acuerdo del cabrón de Garabito que estuvo en su casa y le entrevistó durante horas, me siento en la Taberna Tirso de Molina, hago tiempo y se me va pegando la melancolía al estilo. Estas canciones han sido mi vida y ahora, cuando las oigo, siento una infinita pena. No porque todo se haya acabado, no porque ese mundo ya no exista, no porque no pueda llamar a Picón y pasarnos toda la tarde y toda la noche escuchando al Flaco en el Montesol. Pena, sobre todo, porque yo también me he ido. Yo quiero tener ilusión por algo, mirar la noche con incertidumbre, soñar con lo que podría pasarnos en esa vida recien pintada. Sentir esas noches sabineras, esa vida cuando aún había humo, cuando ni las mujeres ni las sabanas de abajo estaban rotas y nos salía la poesía en cada desplante.
Miércoles, 15 de abril.
I
Encima de Mauricio Colmenero vive una señora a la que no había visto en mi vida pese a llevar ya quince años en esta casa. Desde que comenzó el confinamiento la veo varias veces cada día: cuando salgo a aplaudir a la nada, cuando me sirvo un vino o cuando asomo la nariz para oler la calle. Yo huelo la calle, me encanta percibir olores y anclarlos a mis recuerdos. Desde que dejé de fumar, aparte de sentirme inmortal, comencé a recuperar el sentido del olfato y a olerlo todo. Hay que tener en cuenta que la última vez que percibí esos olores sin fumar era aún un niño. Por ello, a veces huele a verano de la infancia, esa explosión de césped y flores. A veces a otoño, llegando de la universidad, cuando las chicas guapas se ponían las primeras boinas caladas. En ocasiones vienen aromas de juventud pletórica, huele a feromonas imperiales. El olor de la tierra mojada, el del viento cantábrico, el de la humedad arrebatada. Cada día es diferente. La señora de enfrente, decía, me empezó a saludar un día y desde entonces me saluda siempre. No es pesada, se limita a sonreír amablemente y hace un gesto con la mano como de defensa central pidiendo disculpas tras haber intentando romperte el peroné. Esto no es muy habitual en Valladolid, aunque me consta que en el resto de España es el pan nuestro de cada día. Aquí no hablamos mucho, se tiende a la discreción extrema, la vecindad es educada pero en ningún caso afectuosa o cercana. Esta es tierra de hombres libres que durante la reconquista se partieron la cara y el miedo. Esta es tu tierra, la cuidas y la defiendes. Nadie te va a ayudar. La posibilidad de que te mate un invasor, una enfermedad, el hambre, la mala cosecha, un animal o el siguiente colono, que está a cinco kilómetros, es prácticamente segura. La otra alternativa era quedarte trabajando las tierras de otro, en la temerosa seguridad de la retaguardia. Más fácil, pero menos libres. Esta señora de enfrente cierra, así, el círculo de la historia a través de su saludo afable, cortés, mozárabe. Todo esto pienso mientras le doy los buenos días.
II
Me llegan los libros de Oakeshott y de Scrutton que pedí. A la vez, uno de Azorín que recoge sus textos sobre Madrid y el ‘Spleen de Paris’ de Baudelaire. Momento de mucha tensión. Hay que pensar bien y tomar buenas decisiones. Además, tengo a Trapiello y Uriarte a medias y Bolaño bastante avanzado. Y la niña en casa desde hace una semana y hasta el viernes, lo que prácticamente descarta la posibilidad de largas tardes entregadas a la lectura. Tampoco he vuelto a ver una película. Sin embargo soy un gran cocinero y un extraordinario profesor de 4º de Primaria. Creo que voy a posponer a Bolaño hasta después del confinamiento y este fin de semana voy a intentar rematar Uriarte y Trapiello leyendo durante el día. Dedicaré el final de la tarde a ver películas. El lunes replantearé mi plan de lectura. Eso siempre que pueda despegar mi vista de la aplicación ‘Bolsa’ que tengo en el móvil. He hecho la primera compra de acciones en bolsa de mi vida y ahora miro las gráficas como otros miran las remontadas de Fernando Alonso en Mónaco. El que se aburre es porque quiere. El confinamiento trae consigo todo lo que una persona como yo puede llegar a desear.
III
Me cita Chapu Apaolaza en sus cuadernos en La Brújula de Onda Cero, a nivel nacional. Comienza su intervención diciendo que «Magnífico Margarito ha visto un corzo que recorre la ciudad mirando desafiante plazas de toros y gasolineras». Hace referencia a mi columna de ayer en El Norte, titulada ‘El Corzo’ que, por cierto, ha encantado al tipo de público al que no se le llega con análisis políticos. Es una columna más lírica, más literaria. Una mariconada, vaya. Pero eso también soy yo y es tan absurdo tratar de ocultarlo como tratar de importarlo. Tan gilipollas es ser preso intentando agradar a cuatro cafres como hacer columnas que sirvan para ilustrar carpetas de adolescentes. Aunque ya las adolescentes no forran carpetas. Supongo que la carpeta ahora es un muro de Instagram. Además, uno no escribe como quiere. Uno escribe lo que puede y como puede, porque el estilo no se elige: el estilo te elige a ti. Y el tema, también.
Me explota el WhatsApp para avisarme de lo de Chapu, empezando por mi madre. Le pregunto si ha sido la tía Pili, de Barcelona, pero esta vez, no. En cualquier caso, enorme ilusión. Chapu, además de una de las mejores plumas de España y un maestro en esto del columnismo, es una excelente persona y no se cansa de demostrarlo. Apoyar a los que aun no somos nadie dice mucho de él. Nadie habla mal de Chapu. Todos hablamos bien. Por algo será. Y además es taurino, así que cuando le vea le pienso llevar de Las Ventas al Wellington a hombros, por la calle de Alcalá. Toreando corzas y cogorzas.
IV
Hoy me cita Manuel López Sampalo, el mejor de su generación. Cuenta esto. Cito textual.
(…) Yo apenas había leído nada de Magnífico, si acaso un par de artículos de las que periódicamente publica en El Norte de Castilla, y por encima. Lo tenía, valga el prejuicio, por un columnista más de provincias: y hay tantos que da una pereza terrible leerlos. (…). Pero mentiría si dijera que ayer anduve leyendo a Margarito. No: ayer leí a José F. Peláez ‒Pepe en los ambientes‒; o sea, a la persona, no al personaje. Y he de decirlo: ¡es magnífico! No sé cómo expresar lo bien que escribe este hombre y la calidad humana que a su vez trasmite. Redacta con acento castellano: sobrio, áustero (que diría el tito Enrique), sin concesiones a la lírica ni a los sentimentalismos. Pepe va al hueso. Pepe da la hora. Con la puntualidad y la elegancia de un reloj inglés de bolsillo. «Son las 17 y 13, caballero». Un estilo, ‘britisholetano’, que empieza en el conteniente del blog: los colores, la tipografía, la separación, los números romanos (I, II, III y IV). Si fuera una hamburguesa, se diría que Pepe y su escritura están al punto. El otro día le comparé precipitadamente con Iñaki Uriarte, hoy, tras su lectura reposada, y desde los excesos que me concede el Sur, diría que Iñaki Uriarte le come los huevos a José F. Peláez. Léanlo.
Agradecido y emocionado. Creo que Uriarte empieza a ser un personaje más de este diario. Empiezo a sentirme mal, tengo su libro a medias y ahora lo leo con culpa. Pero Sampalo es Sampalo. Y se agradece el capote.
V
Leyendo en la cama, mi hija me pregunta qué es un botijo. Se lo explico y me mira como si le estuviera describiendo una herramienta neolítica.
– «Pero papá, ¿tú cuántos años tienes?», pregunta preocupada.
Me doy cuenta de que llevo sin ver un botijo unos veinte años y ahora solo quiero tener un botijo. ¿Habrá en amazon? Y ya que estamos, un porrón y una bota. Y una navaja para partir chorizo y un trozo de pan. Y un zurrón y un libro. Y un perro pastor de esos blancos y negros con el que recorrer los campos nevados. Y un árbol preferido en el que leer. Y un río para pescar truchas. Y una casa con corral. Y una chimenea. Y una mujer leyendo al sol con la botella de champán abierto, claro. He de aceptar la realidad, esto de la vida rural y el cottage mesetario es solo un sueño. Yo no sé conducir e ir a un pueblo con chofer no es algo habitual, aunque sin duda debería serlo. Y lo peor: no quedan ya mujeres sonrientes, de grandes ojos y miradas cómplices. No hay mujeres profesionales, casadas con un proyecto, entregadas a una idea. Probablemente tampoco haya hombres entregados a ese tipo de mujeres, hombres serviciales, hombres que no lloran, hombres amables, hombres que no fallan. No hay campos con nieve, no hay botijos, ni porrones ni habrá un futuro al que servir de nostalgia. Por no haber, no hay ya ni truchas y dudo que queden ríos.
Hemos partido y no nos hemos enterado.
Jueves, 16 de abril.
I
El olor a marihuana por fin se localiza. He bajado a tirar la basura como un buscador de trufas y ha dado fruto. Os tengo, porreros.
II
Me preguntan qué lugar del mundo elegiría para huir y exiliarme cuando en España se consume el golpe de estado socialcomunista. En realidad, no creo que eso vaya a suceder. Podemos no es comunista, es solo una panda de pijos y de gilipollas, sin más doctrina ideológica que la emanada de las gónadas de su macho alfa. Y Sánchez no representa a la socialdemocracia española, sino exclusivamente a sí mismo, una especie de olor de pies intelectual. Además, no creo ni si quiera que pudieran intentarlo, pero no por barreras morales sino porque es imposible que un golpe de estado prospere sin contar con las Fuerzas Armadas, la Guardia Civil y la Policía Nacional. Y estoy absolutamente tranquilo porque el 99% de ellos están con el Rey, es decir, con la constitución, es decir, con la democracia, es decir, con el pueblo español. Dicho esto, en este momento la defensa de la integridad física del Rey se torna capital. Es estratégico, fundamental. Una muerte ‘accidental’ de Felipe VI dejaría la Corona en una niña de catorce años y la jefatura del estado, en forma de regencia, en Letizia Ortiz Rocasolano. Sería muy difícil de defender y esta situación nos llevaría a un proceso constituyente que acabaría en la Tercera República, previa guerra civil. Aparte del factor ‘Rey’, tenemos ahí a Europa, que si bien no es ninguna garantía de nada, dudo que pudiera ponerse de lado ante un intento de golpe dentro de la Union Europea que generaría una crisis internacional sin precedentes y el fin del euro. Por ello, cuando un golpe de estado no tiene ninguna posibilidad de prosperar, es absurdo intentarlo. Es mucho más inteligente aprovechar las ventanas de oportunidad que se presentan para avanzar poco a poco en su doctrina totalitaria sin que se note.
Solo que se nota. El lector del futuro, con más información que yo, sabrá cómo acabó esto y qué causa fue el origen de qué consecuencia. Pero entenderá que, en este momento, la democracia española está sin parlamento y bajo un estado de alarma que confiere al gobierno poderes excepcionales que se están utilizando de modo ruin, mezquino y miserable para ocultar las decenas de miles de muertos que han provocado por seguir a toda costa con su agenda propagandística en la semana del 1 al 8 de marzo. El tiempo pondrá a esta gente en el banquillo en una macrocausa que agrupe a las asociaciones de víctimas, a los sanitarios a los que han mandado sin medios al matadero, y a todos los afectados de cualquier colectivo. La Fiscalía, en ese momento, no sabemos en manos de quién estará. La instrucción será larga. Pero hay causa: sabían perfectamente lo que hacían, esto no ha sido un error. Han priorizado las manifestaciones masivas feministas a la seguridad nacional sabiendo perfectamente las consecuencias, porque la aritmética es tozuda y las curvas no saben quién es Gramsci. Para no cancelar las manifestaciones masivas tuvieron que permitir la celebración de asambleas, partidos de futbol, de baloncesto, misas y cientos de concentraciones multitudinarias que han provocado miles de personas muertes con nombre, apellidos y familias destrozadas que no van a callar ni a otorgar nada a un gobierno que no es capaz de ponerse una corbata negra. Esta calma es falsa. Esta calma esconde a una sociedad muy enfadada y lo que viene es muy duro. Hay que prepararse para la tempestad.
Dicho todo esto, mi respuesta es Estados Unidos.
III
Avanzo mucho con ‘Diligencias’, de Trapiello. Es un estupendo escritor, con arrebatos de brillantez, obsesión por la prosa fluida, sin artificios ni barroquismos formales, pero sí conceptuales. Dicho de otro modo: no le basta con dejar claro que es Quevedo sino que subraya, en cuanto puede, su activismo anti culterano. Lo que hace tiene mérito y hay mucho que aprender de él. Oficio y estilo. Los dietaristas tiene en común un cierto cinismo, una distancia con lo profundo, una huida de la afectación, como queriendo pasar de puntillas por encima de sí mismos. Lo comprendo, pero a veces, tanta ironía y tanta obsesión por no resultar afectado consiguen que todo parezca un alarde de afectación, como el gay que no quiere salir del armario delante de su abuela, sin saber que, en realidad, la abuela lo supo desde que le vio nacer. Lo natural es sentir. Lo natural es, también, controlar el sentimiento, que trabaje a favor de la obra y no sea la obra misma. No somos poetas. Sin embargo, huir del sentimiento denota que, en el fondo, eres un sentimental. La estructura del libro, sin capítulos, partes ni numeraciones perjudica, creo, la inclusión posterior de tramas de autoficción. Podría modificar la realidad más, el toro tiene más capotazos. Pero es una decisión honesta. Por otra parte he descubierto que tardo un minuto en leer una página y que, por lo tanto, me quedan trescientos minutos para rematar el libro. Esto lo remato el sábado. Y en cuanto vuelva a Madrid, me pasaré por el Rastro y por la Cuesta de Moyano a hacer unas compras para sentirme Trapiello por un rato.
Viernes, 17 de abril.
I
Mi hija se ha ido unos días con su madre. Llevaba conmigo desde el Jueves Santo, por lo que ya casi no recordaba esta sensación de soledad, silencio y vino blanco. Hablo una hora con Fran Encinas por teléfono mientras barro compulsivamente, imitando a Freddie Mercury en ‘A Kind Of Magic’. Mientras hablo con él, me tomo dos o tres copas de verdejo en automático. En cuanto cuelgo, en ese punto de embriaguez que por sí mismo ya justificaría toda una vida, me llaman Santi Molina y Jesús Nieto Jurado. Me pongo otro vino y luego otro. Quieren proponerme un plan: en cuanto todo se normalice iremos un día a las nueve de la mañana al Rastro a buscar libros de Trapiello, primeras ediciones de libros en francés y a vagabundear los bajos fondos de Madrid como auténticos caballeros. Nieto dice que bien, pero que a esas horas él no sale de casa, le da miedo la oscuridad. El plan incluye vermú en Cascorro y cocido en Malacatín. Por la tarde, Nieto propone ir a cazar una cabra a Gredos, pero Molina nos insta a llegar a algún consenso entre los conceptos de substancia y materia inmanente. Insiste en que las substancias (substantivos) son (es decir, son esencias). Nieto nos recuerda que el verbo sustanciar le repugna pero Santi pone sobre la mesa que la mayor forma de sustancia es el recuerdo y que solo Cristo trasciende, ya que es la única substancia compuesta de inmanencia y trascendencia. Nieto asiente como toda la Escuela de Atenas junta mientras finge hacer dominadas con una escoba horizontal bajo la barbilla recién afeitada. En el quinto vino, comienzo a ver el mundo extraordinariamente bello, lúcido, límpido. Si no hubiera confinamiento esto hoy acababa en liada estratosférica en Madrid, de esas de dos días en las que lo haces todo rematadamente mal y te sientes, por ello, tremendamente bien. Gracias a Dios estamos confinados, que es como estar castigados pero todos a la vez y todos por lo mismo. Cuando nos lo levanten, el país va a ser como Pamplona el día del chupinazo pero con los Cebada Gago de mascotas.
II
Me encuentro en el buzón con la reedición de ‘Cómo llora Sevilla’ que pedí antes de Semana Santa para ver si plagiaba algo. Me ha llegado sin haberlo pagado y sin una mísera nota con el número de cuenta en la cual hacer el ingreso. Me encanta esta confianza. Entiendo que les sale más barato confiar en todo el mundo, asumiendo el riesgo de que no cobrar tres o cuatro libros que montar una cara plataforma de e-commerce para asegurarse todos los pagos. Esa lógica es muy sevillana, como aquel bar de San Jerónimo en el que había un cestillo con cambio para que la gente pagara directamente su consumición y cogiera la vuelta. Les salía más barato que les robaran unos cuantos cafés a pagar a una persona que controlara que no se iba nadie sin pagar. Por cosas como estas, es imposible invadir Sevilla. Conquistan a sus conquistadores, ellos no oponen resistencia y cuando el invasor se quiere dar cuenta está plenamente domesticado y sevillanizado. Contacto por email, me agradecen la honradez, me mandan una cuenta corriente y hago el ingreso. A veces todo es sencillo y bonito.
III
Dice mi padre que para escribir bien hay que estar soltero, divorciado o viudo. Si no es así, se escribe acojonado, pensando en las consecuencias, midiendo las palabras, valorando las repercusiones, anticipando las preguntas, dando explicaciones para evitar conversaciones y al final escribes manso y neutral, como un suizo (que no como un sueco, aunque te lo hagas). Y pasa lo que pasa: a cada explicación le sucede una pregunta y cada respuesta precede a otra explicación. Yo siempre he pensado que la censura depura el estilo y el ingenio, pero mi padre tiene mucha razón: para escribir hace falta un punto de inconsciencia. Si no, es imposible arriesgarse a decir una sola palabra. No vale la pena, como diría José Hierro, «tanto todo para nada». Aunque, pensando fríamente, esto es igualmente absurdo. Escribir no tiene sentido. Pero sí una causa. Cuando alguien dice “me encanta cómo escribes”, en el fondo quiere decir “me encantas cómo piensas”, lo que, en último término, significa “me encanta cómo eres”. Y eso es todo. Escribir es sacar el plumaje del pavo real, tocar el piano con la ventana abierta, bailar para las visitas. No difiere mucho de tomarse el frasco entero de pastillas para llamar la atención.
Si nos quisieran, iba a escribir su puta madre.
Sábado, 18 de abril.
I
He visto ‘Fanny y Alexander’, de Ingar Bergman. Más de tres horitas de cine sueco. Telita. La dirección de arte es fabulosa, con planos bellísimos y composiciones brillantes. Recuerdo ahora una alegoría de la Piedad, con un Alexander azotado, rendido en brazos de su madre realmente impresionante. Las escenas de interiores son teatrales, en algunas ocasiones parecen cuadros de Hammershoi. En otras, recuerda Caravaggio. Los planos de exteriores, tremendamente bellos, con ese aire impresionista que tiene todo a principios de siglo XX y mujeres como Renoirs. La sensación es de haber visto una miniserie concentrada en una película, pero no he entendido bien qué quería decirnos, la historia es o artificialmente larga o excepcionalmente corta, depende de si ha alargado o ha acortado lo que en realidad quería mostrar. Lo que tengo claro es que este metraje no es natural y que, en cualquier caso, es asfixiante. No entiendo si es una crítica a la nobleza decadente, al protestantismo o una gran mofa a la vida en general. Lo que sí sé es que a mitad de la película he tenido que parar para llamar a mi hija y comprobar que estaba bien. El mundo, sin duda, puede también ser un lugar horrible y, a pesar de todo, debemos celebrar que vivimos en el mejor de los tiempos e incluso nuestro confinamiento más austero es una fiesta comparado con la vida de un rey medieval. Cualquiera de nosotros vive mejor que Fernando el Católico, por citar al último rey medieval. Voy a ver si me quito a Bergman de encima y me sumerjo en un baño de luz, vida y Campari.
II
Hace un año que murió Manuel Alcántara, jefe de los columnistas y rey de los poetas. Le recordamos hoy en un documental titulado «El Pésimo Actor Mexicano” de cuya existencia me entero por Jorge Francés, columnista de sensibilidad exquisita y paisano mío. El documental es en realidad un plano fijo en el restaurante María -restaurante de vallisoletanos, por cierto-, en una sobremesa previa, que es un concepto que nunca había pensado pero que me ha encantado, como la tertulia de los cafés y los postres pero antes de comer, poniendo las prioridades por delante. Son tres cuartos de hora en los que vemos a Don Manuel-Manuel-Manolo beber ese Dry Martini sorbo a sorbo, muy despacio, como un gotero de suero pero vía oral, como Morante, muy despacito, totémico, gustándose. El protagonista es esa copa en forma de y griega mayúscula, alrededor de la cual todo gira. Manuel fue el último gran columnista, el heredero de esa estirpe que empieza en Larra, que retoma Ruano, que se fortalece a través de él y de Umbral y que desemboca en Raúl del Pozo. El elegido, el Mesías, el Ungido era Gistau, pero se fue todo a la mierda y ahora no tenemos heredero. Se les echa mucho en falta. ¿Que diría David en estos días? Ese es quizá el reto, entender cómo enfocaría David Gistau este confinamiento, qué pensaría Umbral, cómo escribiría Alcántara. Hacen falta sus voces más que nunca ahora que estamos todos sordos. Se escribe y se torea mejor que nunca, no tengo duda, la media ha subido y en cada periódico hay firmas de calidad, en cada blog hay voces pidiendo paso con maestría. Pero falta mito, falta vida, falta oscuridad. La época tampoco acompaña. Me consta que Alcántara, que no faltó en cincuenta años a su cita diaria con la columna, solo dejó de interesarse cuando tuvo que hablar de esta España de Pedro Sánchez y de Pablo Iglesias. Eso fue mucho hasta para él, que no encontró en la actualidad fuerzas ni estímulos. Y yo le comprendo. Tener que comentar una actualidad marcada por estos dos reptiles es realmente humillante para cualquiera, más si tienes cierto arte. Hemos tenido mala suerte, el que hizo el talento no hizo para esto. Pero aqui estamos y después de esto todo irá inevitablemente a mejor. Y no sigo criticándolos porque se enfada mi madre, que dice que me pongo muy macarra.
Hablaba de maestros y solo queda Raúl del Pozo, al que espero conocer en persona en cuanto sea posible, a ver si se arrancan nuestros amigos comunes a organizar un encuentro en propio María, o en Lucio, o en El Puchero o donde sea. Me temo que el siguiente, cuando nos falte Raúl, al que Dios guarde muchos años sea Arcadi. No me atrae nada de nada la idea, pero es una estrella. El columnismo no es un ejercicio intelectual ni solamente erudición. Hace falta pretensión de estilo, refinamiento, contacto con la calle, canallismo, humor, melancolía, cinismo, ironía. Esto no va de dar un sermón a la disidencia catalana ni de alfabetizar nacionalistas. Es mucho más que eso y Arcadi no puede ser el heredero de la estirpe. Chapu, ponte las pilas.
III
Algo está sucediendo. Los medios afines a Sánchez empiezan a salir de la alcantarilla y la crítica comienza a ser abierta desde todos los frentes. Redondo no está acostumbrado a aguantar fuego amigo. Su cliente es Sánchez, no el PSOE. A Redondo el PSOE le importa una mierda, por eso no se entiende la actitud genuflexa del partido ante su verdugo. Redondo debe tener mucho cuidado. Margarita Robles, la única socialista digna de ese gobierno junto a Nadia Calviño, se erige como figura de referencia. Desde el comienzo de la crisis su presencia y talla han empequeñecido a Sánchez. En la derecha, Ayuso y Almeida ya son los líderes de facto del PP. A Almeida, en concreto, se le ha puesto cara de presidente del gobierno. Los medios están perdiendo miedo a la campaña de terror sanchista a medida que pierden publicidad e ingresos. Siempre el dinero. El problema, queda claro, no es el PSOE, es Sánchez. Hoy su gobierno, por cierto, cumple cien días. Nunca se hizo tanto daño a España en solo cien días. A este país le han salido arrugas en el futuro.
IV
Comienzan a filtrar que quizá no se abran restaurantes ni bares hasta después de Navidad. Esta decisión implica, de facto, el fin del sector. Y en cierta medida, el fin de España tal y como la conocemos. Un país que se relaciona a través de la comida y de la bebida no puede estar nueve meses sin pisar la barra de un bar sin que suceda nada. Esto tiene consencuencias y que nadie espere que cuando volvamos a la calle estén ahí los bares de siempre esperándonos, con sus camareros de siempre, sus dobles filas en las barras y su periódico en la esquina aquella. No, no aguantarán y los camareros buscarán otras ocupaciones. La mayoría de los bares, para entonces, ya no existirán tal y como los conocíamos. Y los que queden habrán de reinventarse, adaptarse y buscar nuevas audiencias. La necesidad que cubrían no era beber, no era comer: era relacionarse, era desconectar, era no estar en casa. Ese es su negocio y ganará el que lo entienda. Cada cosa tiene su tiempo, los bares de moda de febrero ya son pasto de la nostalgia y el pescado está vendido. Hemos visto el fin de una época. España baja la verja. Esperemos que sepamos subirla sin rebuscar en el pasado y sin aferrarnos a un sueño absurdo. Nada será lo mismo y es el momento de los tenaces. Quizá el fin de los bares implique también el fin del columnista local.
Siempre nos quedará el diario.
Domingo, 19 de abril.
I
El gobierno anticipa que, al menos, estaremos confinados hasta el 9 de mayo. Sin embargo, los niños podrán salir a la calle y, por supuesto, sus padres también. Supongo que todos a la misma hora, por supuesto. Los niños jugarán, los padres hablarán, las plazas se llenarán. Una ciudad con miles de personas paseando a la vez es una bomba de relojería y dista muy poco de una manifestación o de una procesión. A esto unimos a los dueños de los perros, a los que salen a por el pan, a por el periódico, a la farmacia, a trabajar, al médico, a hacer la compra, a follarse al amante y podemos anticipar ya un nuevo desastre. En un tiempo dirán, por supuesto, que no se podía saber, para tratar de engañar a los ingenuos que se dejen. Sí, sí que se podía saber, lo que pasa es que sois unos inútiles. Y, puesto que el gobierno es un enorme peligro para la salud pública, es importante que tomemos medidas responsables individualmente para, así, salvar vidas. Esto ya es un tema de darwinismo social.
Por otra parte, espero que el parlamento se abra de nuevo cuanto antes y que no autoricen este nuevo estado de alarma que pide el Felón. No sirve para otra cosa que para dar plenos poderes a un gobierno con 30.000 muertos a sus espaldas, la mayor parte de los cuales se podrían haber evitado si hubieran tomado medidas cuando se les avisó, en lugar de hacer propaganda con sus manifestaciones chorras. Sola y borracha, llevas un mes enferma, mamarracha. Si alguien quiere evitar intoxicaciones y fake news lo primero que debe hacer es apagar la tele y la propaganda podemista-sanchista. Por supuesto, a mucha gente le importa una mierda la verdad, ya tienen la cabeza totalmente anulada por esta basura mediática. España sigue sin plan. Perdón, tiene uno: salvar la cabeza a Pedro Sánchez. El resto es secundario. Les importamos una mierda. Pero a mí ellos también. En cualquier caso, mi diario se amplia, en principio, hasta el 9 de mayo. Mezcla de alegría y de vértigo. A ver cómo salgo de esta.
II
Ayer vi ‘Cuentos de Tokio’, de Yasujirō Ozu. Una película de 1953 y, por lo tanto, inmediatamente posterior a la II Guerra Mundial, en la que Japón tuvo un papel decisivo. Se notan las fracturas de la guerra, pero es una película lenta, introspectiva, casi un documental que esconde a una sociedad desconcertada que ve llegar el capitalismo y la modernidad en Tokio mientras que las zonas más rurales permanecen en esa vida tradicional japonesa. El choque campo-ciudad es también choque masculino-femenino y, sobre todo, choque generacional, con ancianos a la deriva mientras sus hijos abrazan un nuevo mundo en el que, por cierto, fracasan. Pese a lo que pueda parecer, es una película muy actual. Algún día deberemos hablar de lo que está pasando en las residencias, ese tema tabú de nuestra sociedad. Han muerto decenas de miles de ancianos sin que nadie haga una crítica a sus hijos. Está claro que hay casos y casos. Pero este tema hay que ponerlo encima de la mesa. Nadie dejaría en estos momentos a sus hijos en una residencia, no entiendo por qué sí a sus padres. El postmodernismo está vacío, es fuego de artificio. Como decía Chesterton, el problema de no creer en Dios no es que no se crea en nada, sino que se cree en cualquier cosa. Y pasa lo que pasa.
La cámara baja, a la altura de un japonés sentado, nos hace participes de esas ceremonias rituales y nos pone simbólicamente a nivel de los protagonistas, no por encima. Creo que no puede ser algo casual sino totalmente premeditado, pero qué sé yo, no entiendo de cine. Ganas intensas de tomar sake caliente, eso sí. Lo que tengo claro es que el ritmo te incita a la reflexión, te genera espacios para poder pensar. Cada plano es una joya estética. Una maravilla artística. Me la recomendó Luis Pérez, el pintor, mi amigo. Su arte es tremendamente actual, esas calles vacías, esos individuos aislados, esa manera de parar el tiempo y los relojes. Los puntos de partida desde los que hace años crea una obra inmensa serán los grandes descubrimientos de otros a raíz de esta crisis. Es sabido que un gran pintor omite lo que uno mediocre cuenta de inmediato. Y Luis va siempre por delante. Él pinta al individuo roto, pero callado; en el centro pero confinado en sí mismo; privado de la red de seguridad que constituye la sociedad y alejado por igual de ese pesimismo tan naif de la modernidad como del optimismo límbico del explorador fracasado. Luis muestra lo que pasa cuando aún no pasa nada, con un aire metafísico e inquietante. Y es que, cuando no pasa nada, es la vida lo que pasa, el insomnio de un miércoles por la tarde, un callejón nevado que no lleva a ningún lugar, la luz caleidoscópica de los muelles, la tragedia del olor a nuevo y la vergüenza de una cara que se oculta porque sabe de lo que es capaz.
Antes del confinamiento hablamos de hacer un viaje juntos a Nueva York. Nos alojaremos en el Nomad, claro. El escritor y el pintor, cuatro ojos abiertos de par en par creando en directo, buscando referencias, abriendo el corazón a la experiencia, a la vida. Escribir es solo la parte final de un proceso que comienza mucho antes. Un escritor escribe siempre. Un escritor escribe, sobre todo, cuando no escribe y respira nuevas ideas, sensaciones nuevas, momentos congelados en la memoria. Supongo que un pintor hace lo mismo, esa manera de mirar donde los demás miramos y ver lo que los demás no vemos… Tengo mucho que aprender de él y algún día retomaremos ese viaje. Para celebrarnos y vivir como soñamos. Para escribirlo y jugar a ser quien creo ser.
La última vez que estuve en Nueva York fue en 2009, con mi pareja de entonces. Fue una semana inolvidable, literalmente. No la consigo olvidar y me consta que ella tampoco. Nueva York es un antes y un después en cada vida, es un viaje iniciático y, en mi caso, marca el epicentro de lo que llamamos ‘los buenos tiempos’. Luego se fue todo a la mierda, sin duda por suerte para los dos, pero esa semana aun palpita en mi corazón y lo hará siempre. Aun la vida era lo que iba a pasar y no lo que pasó. La vida aún era un acontecimiento soleado. Como dice Sabina «lo que iba a ser, la mierda que ha sido». Ese viaje con Luis es más necesario que nunca. No solo por amistad, no solo para aprender como se aprende de los maestros, no solo para enriquecer mi escritura con aires nuevos. También para superponer recuerdos y liberar una ciudad atrapada en la idealización del amor más bello.
III
El ego no es el arma del escritor: es su escudo. Para opinar, para escribir, para dar tu opinión y para contar cosas hace falta exponerse y eso es peligroso. No es fácil desnudarse, no es fácil arriesgar tanto, no es fácil abrirse la chaquetilla y enseñar el corazón. Si no estuvieras seguro de ti mismo y de tu pluma y sino tuvieras fe en tu posición, sería imposible escribir una palabra. Por eso se imposta el ego. La crítica duele porque te hace perder seguridad y entonces se encasquilla el estilo y no te atreves. Y sin estilo ni seguridad no se puede decir una sola palabra. Es más: es mejor no intentarlo.
Esto es compatible con ser humilde, con estar aprendiendo cada día, con saberse minúsculo, insignificante, un aficionado. Una persona humilde trabaja más, se esfuerza más, es un alumno eterno, escucha, observa, duda, se deja enseñar. Pero una vez te pones a escribir, es necesario ponerse el traje de luces, vestir de nuevo el disfraz de seguridad y bajar la mano. De lejos, parece que el traje de luces se parece al disfraz de soberbia, pero es su contrario. Nada hay mas humilde que una voz aparentemente segura. Los alamares brillan solo en la oscuridad.
IV
Vista ‘Jules et Jim’, de François Truffaut. Es un tratado que explica bien ese tipo de belleza tóxica y frustrada tan habitual en el universo femenino y la reacción incluso química que produce cuando entra en contacto con dos cantamañanas inexpertos. Su nombre era el de todas las mujeres, que diría Luis Alberto de Cuenca, pero el que esté libre de llamarse Jim o Jules, que tire la primera piedra. Una vez lanzada, la película se disuelve en el recuerdo: esta historia ya la hemos visto muchas veces. Vuelvo a Trapiello.
V
Escribo mi columna ‘suplente’ para el martes en El Norte de Castilla. Una vez cubierto el expediente y con la tranquilidad de tenerla hecha, mañana estaré pendiente de la actualidad e intentaré escribir otra mejor o sobre noticia de última hora. En caso contrario, envío la que tengo. Es más fácil hacer una muy buena cuando tienes la seguridad de tener otra en la recámara y puedes estirarte a la verónica. Si no, la presión puede ser grande, se te echa el día encima y escribes con prisa. En la medida de lo posible, me gusta enviar la columna pronto para ayudar a la gente de edición y no tocar mucho los cojones. Me consta que los columnistas no gozamos de muchas simpatías en las redacciones así que trato de extremar el celo y el respeto. Si me odian, al menos que sea sin motivo, aunque como me dijo una vez Ángel Ortiz, director de El Norte de Castilla, el objetivo no es que te adoren, sino que te valoren y te respeten. Y eso generalmente no se logra más que de una forma. A mí nadie me ha tenido que explicar ciertas cosas y cuando tengo alguna noticia, hablo con redacción para que lo saquen ellos. Una exclusiva no se da en una columna. Me parece una falta de respeto al periódico.
Lunes, 20 de abril.
I
Hay quien idealiza el exterior, como antes idealizaba el interior. La cosa es idealizar ventanas. Ahora se fantasea con calles bellas, terrazas, playas solitarias, verdes campos sin insectos. Se sueña con largas carreras entre la vegetación de la vera de un río que, claro, nunca es tu río, con barbacoas en el patio de una casa que, claro, nunca es tu casa, con picnics a la sombra de un pino con el sonido más zen, que no es el del ‘gong’ japonés sino la chicharra de la siesta tórrida. El trance castellano.
Estaba harto de la rutina, del semáforo en rojo del Calderón, de esa chica que me evita todas las mañanas, de la salida de las extraescolares, de la cola de la croqueta en El Corcho. No quería monotonía y he aquí el cuchillo que ha roto el paso de los días. Murió la rutina. Por fin la realidad sin atascos, la vida sin actos sociales. Esto es lo que llevaba buscando toda la vida: libertad, paz, pisar en el charco para ver cómo se desdibuja mi cara en los círculos concéntricos.
Fantaseaba con algo que se llevara el tedio, no sé, un meteorito, un giro de guion, ese golpe seco de bombo que ordena despejar el albero y dirigir la mirada a chiqueros. En ese momento, el torero daría lo que fuera por volver al tedio, al sopor de los horizontes quietos de la dehesa, a la parálisis emocional del fugitivo de si mismo. En ese momento, digo, el torero maldice el día que decidió ser además matador. Aquí tengo lo que quería. Velay. Disfrutemos de los lapsus, de este shock de realidad, de la vida cuando falla la industria del medicamento. ¿Dónde está la homeopatía cuando se la necesita? El socialismo es la homeopatía de la política y seguro que hay vida tras este paréntesis de postureo y spin doctors.
Fuera no están las terrazas con mojitos ni esas fiestas ‘cool’ en los ‘roofs’ del centro. Fuera hay una ciudad con calles gastadas, las mismas caras, idénticas esquinas sucias. Detrás del telón de la mascarilla, nos espera sonriendo la brutal indiferencia. Bajo los guantes, las manos cansadas. Tras las gafas, las ojeras. Y luego el café quemando, el cajero automático, la canción del verano, las bermudas y las despedidas de soltero. Esa y no otra es la vida que se echa de menos.
Cuando esto termine pediré a gritos parar, salir de la rueda de la rata, un retiro en la Cartuja que sirva de excusa para recluirme de nuevo, para poner pie en pared, para decidir qué quiero hacer con el tiempo que me queda, para ser yo mismo, como diría Unamuno: “¡Ser, ser siempre, ser sin término, sed de ser, sed de ser más!, ¡hambre de Dios!, ¡sed de amor eternizante y eterno!, ¡ser siempre!, ¡ser Dios!”
Echaré de menos el clima apocalíptico de esta primavera precipitada, la extraña cercanía del aislamiento. Veré el mundo previo como si fuera prehistoria y mi casa como las cuevas de Altamira. Nos miraremos a los ojos y notaremos el síndrome de Estocolmo sacando la bandera blanca detrás de cada retina. Estoy escribiendo un diario porque no quiero olvidarme de esto, porque quiero decir que lo he vivido, que no ha sido un sueño. A algunos se les caerá la cara de vergüenza y, por negar el luto ahora, les colgará perenne de las ojeras. Y su dignidad, para siempre a media asta.
II
Finalmente envío a El Norte la columna segunda, como preveía, porque me conozco. La primera, ahí arriba. La brutal indiferencia. Me estoy empezando a aburrir de mi tono, me estoy cansando de mí mismo, de escucharme, de leerme. Sin embargo, en el preciso momento que termino de escribir estas palabras, una rotunda ovación resuena por la calle. Entiendo el mensaje y, agradecido, saludo desde los medios.
III
Gran revelación: una niña ya nace con todos sus óvulos. A partir de la primera menstruación, expulsa uno al mes. Pero no es que cree uno al mes. Es decir, ya se podría saber los óvulos que una niña recién nacida va a tener durante toda su vida. Uno de esos óvulos será fecundado y se convertirá en un niño que, por lo tanto, habrá estado en un ovario de su madre mientras ésta estaba en el útero de la abuela. Dicho de otro modo: todos nosotros, de alguna manera, hemos estado físicamente en el vientre de nuestra abuela materna. Sí, de esa que se muere en una residencia.
Martes, 21 de abril
I
El día que publico columna miro el móvil como Stendhal mira la catedral de Florencia, como los enamorados miran el mar, como José Tomás mira la foto de Morante. Si antes de desayunar nadie me dice nada es que todo va mal, es decir bien. Si llegadas las diez tengo el móvil ardiendo es que todo va bien, es decir mal. Hoy no es diferente. Como cada día, me despierto sin ganas, pero esto no es una novedad del confinamiento. Me pasa todos los días de mi vida: entro en la ducha como un ternero en el matadero, sin ganas, sin alegría, sin ilusión y sin alternativa. Sin embargo, salgo de ella motivado como un plusmarquista, alegre como una misa gospel, con el entusiasmo de la señora a la que le acaba de tocar el Gordo de Navidad en Fuenlabrada. No entiendo la propiedad que esos minutos tienen en mi, pero es algo asombroso.
Me ducho, me visto, me echo crema anti ojeras y también colonia. Hay quien lo verá absurdo puesto que nadie me va a oler, pero esa postura es un error: me voy a oler yo, me voy a mirar yo, me voy a respetar yo. No hay mayor respeto que el que cada uno se debe a sí mismo. El resto, va en cadena. Y acto seguido, a la mesa a escribir, a trabajar, todo a la vez, todo desordenado, mezclando labor y amor, vida y muerte, silencio y palabras, oraciones, gestos, ausencias. Y vino en cuanto llega la hora de poder beberlo sin culpa.
Cada día me despierto con un mensaje de Juan el de El Colmao. Es mi barman de cabecera. Es mi amigo. Sus frases suelen ser «¡arriba, que ya amanece!», «vamos, que llevamos ya dos horas levantados» o «levanta, que Cristo ha vencido a la muerte». Me recuerda a mi abuela, que decía «venga, que ya han pasado las burras de leche». Juan es un artista del desvivir, un sabio, un dandi, un snob de los buenos y el bar que regenta junto a su mujer Maite, un santuario. Por mi cumpleaños me regaló un libro sobre los snobs en francés porque no es capaz de entender que no leo francés, se niega a aceptar la vulgaridad y crea un delirio de clase en el que te mete sin que te des cuenta. Por lo tanto, no lo he leído, pero por ósmosis he entendido que un snob no es lo que parece y de este tema hablaré algún día largo y tendido. En El Colmao comencé yo. Luego todos se han puesto a escribir de El Colmao, pero, literariamente es una creación mía, exclusivamente mía. Muy posteriormente se fue convirtiendo en una ensoñación literaria, en un paisaje mental, en un Café Gijón, y fue así debido a mis menciones, a mis escritos, a mi presencia, a mis columnas, a mis invitados, a mis creaciones. En unos años todos han empezado a escribir de El Colmao, pero porque yo se lo he mostrado y porque yo he abierto el camino y esto es innegable. Me encanta ver cómo otros siguen el camino que yo abrí. Siento que, cuando otros escriben de El Colmao, me rinden un homenaje. No existe en mi ciudad un lugar con tanto arte, talento, elegancia, excentricidad, carácter y aristocracia.
Juan es una figura capital. Más importante que donde trabajas o con quién duermes es tener un barman que te enseñe a comportarte como el señor que ya eres y aún no sabías. Solo se trata de darle plenos poderes para ese acceso a la elegancia de los excesos contenidos y no subtitulables al español vulgar. Es Dios quien llama, pero Juan el Bautista quien quita el pecado. En varias ocasiones hemos hablado de que seré su biógrafo, pero nunca nos lo tomamos en serio. Es un encargo demasiado importante y desde luego de allí saldría explicado un personaje mezcla entre Huckleberry Finn, Michi Panero, Sinatra y Juncal. Un ser extremadamente culto, educado, refinado y canalla.
Un día escribí esto acerca de él y me parece absurdo intentar repetirlo con otras palabras.
Juan se confiesa en francés porque dice que así toma distancia de sí mismo. Juan pone cervezas con gaseosa si se las pides, pero creo que también las pone en francés, también para tomar distancia. Así, a cada caña con gaseosa, botella de Cristal. A cada “dijistes”, un silencio, a cada viaje en Benidorm, un otoño en Biarritz.
Juan veranea en Francia como podría veranear en Macondo, es el realismo mágico moviéndose en esa bici con la que últimamente hace recados antes de que llegue el mediodía para estropearlo todo. Creo que así se siente menos Juan y más Truffaut, y nos dirige mentalmente como si fuéramos Jules o Jim. Yo, para no cortar el rollo, a veces entro hablando en francés y pidiendo cosas raras, para estar a la altura de sus expectativas. Lo gracioso es que él hace lo propio y me responde en inglés, preguntándome cosas de Chesterton, de Evelyn, de Pepys y así pasamos la mañana, convirtiendo San Andrés en el canal de la Mancha, como Don Quijote pero sin polvo.
Juan cuenta la verdad y si no tiene ninguna a mano, se la inventa sobre la marcha. Por eso, a veces se hace un lío, cuenta una anécdota acerca de cómo debe beberse la ginebra de Plymouth y el resto se da cuenta de que hasta ese momento lo habían estado haciendo mal, llegan a casa y se ponen a llorar por no llegar al nivel, como yo cuando me enteré que era “la flor y nata” y no “la flor innata”, aunque sigo pensando que lo mío era mejor. Él se ríe desde su sacristía canalla. Y si estoy cerca, me uno a la risa y nos reímos juntos, a veces como dos jesuitas misericordiosos y desvergonzados, a veces como traficantes de armas. Depende de a quien haya que tocar los cojones.
Juan huele lo salado del aire cuando viene del atlántico, dice que así toma distancia. Yo creo que para él el aire normal huele soso, como la vida cuando dejas de respetarte. La sal del aire la pone la clase, que es hacer lo contrario de lo que te apetece, es luchar contra el instinto primario, contra la satisfacción evidente, contra las piscinas y los pantalones cortos. Yo me vengo del verano no aceptándolo, plantándole cara y vistiendo manga larga y americana. Juan se venga del mundo del mismo modo: encerrándose en su cáscara de ostra. Lo que el resto no sabemos es hacer magia y transformar aislamiento en belleza y, como Juan, convertir el odio en sonrisa, la vida en verso y la arena en perlas, como el otro Juan Bautista en el Jordán, pero este con Perrier. Dice que así toma distancia.
Se le echa de menos, cojones.
II
Antes limpiaba a toda prisa cuando iba a llegar mi madre. Luego, cuando iba a llegar mi mujer. Ahora, cuando va a llegar mi hija.
El patriarcado.
III
Tarde de movimientos, oferta de colaboraciones, tanteos editoriales y cuentos de la lechera. Inestimable ayuda en todo ello de Guillermo Garabito, Jesús Nieto Jurado y Chapu Apaolaza. Ya me estoy viendo presentando el libro por ahí, tengo que ensayar una pose de indiferencia y mundanidad, no hay nada más insoportable que un escritor que se tome demasiado en serio. He de contratar también un sastre que me diseñe un outfit personalísimo, a medio camino entre una estrella del rock, un lord inglés venido a menos y un padre de familia de Nebraska. Intento ensayar también respuestas brillantes y giros hilarantes e inesperados para las entrevistas. Comienzo a escribir el discurso de agradecimiento por no sé qué premio. Empiezo por mi amigo Manu, claro, sin el cual no habría escritor y termino por el chino que se comió un murciélago y sin el cual no habría diario. El día termina con una tristeza provinciana: ruidos domésticos, conversaciones lejanas, camiones de la basura, anhedonia y astenia primaveral en una tierra sin jazmines, naranjos y a setecientos metros sobre el nivel del mar.
Miércoles, 22 de abril
«El terror es blanco. La soledad es blanca».
Es la última anotación de César González Ruano en su diario íntimo, el 30 de noviembre de 1965. «El terror es blanco. La soledad es blanca». De algún modo recuerda a «Estos días azules y este sol de la infancia…» que encontraron en el bolsillo del cadáver de Antonio Machado en Collioure. No sé en qué se parecen, pero se parecen. De algún modo, traen ecos similares, aromas armónicos. Ruano murió quince días después de escribir aquellas palabras y, sin duda, pudo escribir más, pero no lo hizo. Habrá que preguntar el porqué a Pardeza, el mayor conocedor de Ruano que hay en España y que acaba de publicar ‘Angelópolis’, una novela con tintes autobiográficos y mucha literatura que tiene buena pinta. Yo creo que uno sabe perfectamente qué frase es la última según la está pronunciando, según la escribe. Me ha pasado muchas veces, escribes una frase y el hecho de escribir se limita entonces a averiguar qué es lo que venía antes. Yo recuerdo incluso haber dejado a una novia de juventud sin premeditación, sin motivo, solo porque el personaje y la escena lo estaba pidiendo a gritos. Surgió de repente, una cosa llevó a la otra, la manera de despedirme, la manera en la que entraba la luz, su mirada, el cliffhanger… y supongo que no quedó otra para mantener la coherencia interna de la obra tras pronunciar alguna frase brillante de adolescente atormentado, subirme los cuellos del abrigo, encender un cigarro y perderme tras la niebla hacia el olvido…y cosas así.
He acabado con Uriarte y con Trapiello y he vuelto a Ruano, al menos temporalmente. Andrés e Iñaki comparten de momento espacio, uno pegado al otro, en la estantería de Bloy, de Montaigne y de los poetas. Una balda no deja de ser un nicho compartido. A Ruano se vuelve siempre igual que siempre se vuelve a la infancia. Es una de las cumbres estilísticas de este país, al menos en esta locura del columnismo. Sus diarios, que de alguna manera son la continuación de «Mi medio siglo se confiesa a medias», tienen un punto de agenda, que no interesa demasiado y otro de reflexión que es fantástico. Además, ese Madrid de la primera parte del siglo XX, de los cafés y las tertulias es fabuloso. Me gusta el tono que me da el hecho de entrar afectivamente en el universo Ruano. Veremos. Por otra parte, mi hija ya está en casa; ha hecho su entrada triunfal y acto seguido, ha salido el sol.
II
Escalar, desescalar. España está condenada como Sísifo.
III
Me envía Fran Encinas este verso de Sabina que casi había olvidado: «Y al cabo el calendario y sus ujieres / disecando el oficio de soñar, / y la espuela en la tasca de la esquina, / y el vicio de olvidar.»
El vicio de olvidar…
IV
Creo recordar haber leído un pasaje de ‘Diligencias’, de Trapiello, situado en Cuenca, en el que afirmaba que deseaba con todas sus fuerzas volver a su casa de Madrid, en Conde de Xiquena. Es curioso que en esa misma ciudad, pasó mucho tiempo Ruano. Pero hoy leo que en esa misma calle en la que hoy vive Trapiello vivió Ruano, algo que yo ya no recordaba. Dos escritores de dietarios unidos por el barrio de Justicia y por Cuenca. No deja de ser curioso. Este tipo de cosas suceden constantemente cuando se lee, hay coindiciencias, reincidencias, serindipias y respuestas express a preguntas repentinas. El barrio de Justicia fue, además, el escenario de mi primer intento de novela, Pathetic, que sucedía entre Madrid y Londres y que acabó sucediendo solamente en Londres. La parte madrileña me la cargué y ahora que lo releo recuerdo por qué. En cualquier caso, desde entonces conozco Justicia como la palma de mi mano y si algún día viviera en Madrid y fuera millonario, no saldría del cuadrado Recoletos-Gran Vía-Fuencarral-Génova. La parte londinense, sin embargo, me parece un texto más que aceptable, aunque demasiado intenso y absolutamente caótico en cuanto a estructura y destino. Le falta madurez. Le falta experiencia. Creo que hoy lo escribiría con menos brillantez pero con más aplomo. Algún día lo retomaré, el capítulo final no está escrito y no es por dejadez sino porque realmente solo la vida dirá cómo termina.
Echo en falta un editor que crea un poco, al que le guste mi escritura y con quien organizar la carrera a largo plazo. A este diario le seguirán otros, hay cientos de columnas escritas -y las que quedan- que algún día habrá que seleccionar y publicar; tengo a medias una ‘Historia de España’ escrita a mi hija, que creo puede tener interés, arranques de novelas, quiero escribir literatura de viajes, quiero escribir sobre arte, quiero escribir temática taurina. En definitiva, necesito orden en el trabajo y coherencia en la carrera. No me gustaría buscar editor para cada texto. Si el único amor en el que creo es en el eterno, y así me va, el amor editorial es aún más largo: los royalties unen más allá de la muerte.
V
Si alguien me pregunta qué hice durante el confinamiento de primavera de 2020 diré que no lo recuerdo. Trabajo, escribo, leo, cuido a una niña, lo intento con el cine, aplaudo a Mauricio Colmenero y sonrío a la señora saludadora con la mirada limpia que tiene un niño orante. Todo convive en una nebulosa, como una de esas resacas después de ir al Casino, cuanto te levantas y corres hacia la cartera en unos segundos eternos en los que eres a la vez un desdichado y un triunfador. La cartera de Schrodinger. No recuerdas nada, no sabes si está llena o vacía, solo recuerdas como en un momento de la noche te cansaste del ambiente, de la gente, de los chicos tristes, de las chicas vulgares, de la mierda de vida postmoderna, de la falta de intensidad, cómo sobra móvil, cómo falta humo y cómo huiste al Casino como atajo para huir al pasado, a la posibilidad de un futuro, a un exilio en Montecarlo. El Casino es en realidad lo de menos, lo importante es la huida, el lugar prohibido donde existen aún ciertas reglas, ciertos códigos, etiquetas, modales, miradas, olor a moqueta, adrenalina, camareros antiguos, mujeres malas, futbolistas brasileños, propinas desorbitadas. En Madrid no funciona igual: el casino de Gran Vía es un nido de turistas sudamericanos, de putillas a la caza del triunfador de la noche, de jóvenes borrachos y no hay profesionalidad ni mito. Un croupier bueno te hace sentir mal. Un croupier bueno te permite que estés en su mesa, en sus reglas. Un croupier malo es tu empleado. Mientras, sigues mirando a la cartera, tratando de recordar, buscando pistas y rezando a un Dios que, al fin y al cabo, te hizo a su imagen y semejanza, por lo que ayer también debió parecer una bestia dando coces en busca de algo de sentido. El móvil sin batería, nadie sabe desde cuándo, la camisa de ayer puesta, la luz encendida. La culpa como un caballo de carreras. Por fin te atreves y das el paso, preparado para lo peor, jurando no volver a hacerlo jamás. Pero ahí está, la vida te da los buenos días con una cantidad ingente de dinero que elimina la culpa de golpe y de repente ya no eres tan bestia, ni las coces eran tales y la ducha es pura alquimia y agarras una camisa blanca, en el bar te ponen un café, hace sol, leemos a Colmenero en El Mundo, compramos en el mercado las mejores gambas de Huelva. Y aquí no ha pasado nada.
VI
La columna ha funcionado. Todo mal, es decir, bien.
Jueves, 23 de abril. Día de Castilla.
I
Hoy es fiesta en Castilla y León, por lo que me levanto pasadas las nueve y pongo a todo volumen el disco de ‘Los Comuneros’ de ‘El Nuevo Mester de Juglaría’, como hacemos tantos castellanos cada 23 de abril. En el año 2005, este día me pilló de viaje por Italia y este disco sonó triunfal en Téramo, en el corazón de los Abruzos, donde me encontraba visitando a Picón, mientras un grupo de italianos con los que convivíamos atendía con interés nuestras explicaciones. Acabamos bailando jotas todos juntos, bebiendo ‘Birra Moretti’ y comiendo arrosticini en una trattoria local. De allí fuimos a Roma, a Florencia y a Venecia en una road movie en un Opel Corsa alquilado que recuerdo con mucho cariño y cuyo diario habría escrito si la vida me hubiera dado el talento y las ganas con 25 años y no tanto tiempo después. El dinero se estaba acabando ya en Florencia, donde fuimos a visitar a Ivan San Martín, gran amigo y becado en no sé qué academia artística, y todavía quedaba llegar a Venecia y volver hasta Roma. No nos poníamos de acuerdo qué hacer con él -unos priorizaban comer, otros beber, otros fumar- de modo que decidimos juntarlo todo y jugárnoslos entre nosotros al póker, de modo que el que ganara sería amo y señor del presupuesto en su totalidad. Ganó el abstemio, por lo que recuerdo perfectamente la austeridad total en Venecia, donde pasamos un día entero sin gastar ni un solo euro. Ni comer, ni beber, ni nada. Solo pasear esa ciudad abrumadora, de belleza incontestable y abrasarnos bajo el sol del Adrático mientras asistíamos al despilfarro de las bellas turistas.
Quince años después, mientras voy cantando y explicando a mi hija lo que sucedió en Castilla hace 500 años y su decisiva importancia en la historia universal, veo que su interés decae hasta que definitivamente abandona. Diez minutos después, me pide que baje la música para no molestarla mientras graba un tik-tok. Derrotado, pongo una lavadora y derivo en el ‘Cuaderno gris’ de Pla todo mi rencor intergeneracional.
II
Busco en las actas del Concejo de Valladolid alguna epidemia y encuentro una en 1518, año en el que en la ciudad hubo Cortes. Se dio en ese año una gran peste que hizo que murieran más de cuarenta personas al día y que los nobles tuvieran que abandonar la ciudad, con Carlos V a la cabeza. Incluso la Chancillería, el Tribunal Supremo de la época, tuvo que irse temporalmente. Al infante don Fernando -hermano de Carlos- le pilló en la ciudad, lo que resultó problemático y tuvieron que tomarse medidas importantes para salvaguardar su integridad. Ese infante Fernando acabó siendo Fernando I, archiduque de Austria, rey de Hungría y Bohemia y, a partir de 1558, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico que consolidaría la separación de la casa de Austria entre los Austrias españoles y los centroeuropeos. Lo que podría haber cambiado la historia con un contagio en mi barrio.
III
Leo la primera edición de una novelita de Ruano editada en 1953 que compré de segunda mano en El Colmao y que se titula ‘La canción del recuerdo’. Nada del otro mundo, pero aún así, hay oro puro que subrayo.
«Los libros olían a polvo de ruina».
«Llevaba su mal como una condecoración prestigiosa».
«A su llanto creía tener exclusivo derecho. Entonces no sabía por qué. Hoy entiendo que todo se puede compartir en la vida menos el derecho de asistencia en el sufrimiento de la persona que amamos».
«Tiende uno a huir de aquello que no sabe conservar».
«Los camerinos olían a mujer, a perfumes baratos, a humedad, digamos que de sótano, a polvo de bambalinas y de trastos arrinconados».
«Igual que de una mujer nacemos, de una mujer se renace siempre».
«Olía a humedad, a pobre y a gato».
Umbral tenía 20 años por entonces, pero la influencia es evidente.
IV
Paso la tarde festiva entre lecturas desordenadas. Voy de volumen en volumen, hojeo curiosidades de un libro y de otro, me siento en el suelo, me pierdo en mapas antiguos, consulto algunos datos en internet, buceo en curiosidades, me obceco en aparentes tonterías, tomo notas en este diario y todo ello mientras mi hija habla con sus muñecas, a mis pies, junto a la ventana abierta y la radical belleza de sus nueve años y la miro como se miran las horas más bellas de esta primavera y puede que de toda una vida.
Viernes, 24 de abril
Esta noche he dormido dos horas y he pasado el día como un zombie desbordado de trabajo. Me desperté sobresaltado a las 0:36 y la última vez que recuerdo mirar el reloj eran ya las 5:23. En esas cinco horas he trazado el futuro de la empresa, he planificado tres trimestres, he buscado chalets con jardín para el confinamiento de otoño, he subrayado dos teléfonos con nombre de mujer, a ver si me atrevo, he analizado el negocio editorial y las cifras de venta de los grandes, he preparado la mitad de una columna y, por último, he seleccionado dos pisos francos en el barrio de Salamanca, para cuando aterrice en Madrid. Estoy exhausto.
Sábado 25 de abril
I
Me cité con Borja Cardelús en la calle de La Palma, «la mejor calle de Madrid», en su opinión, aunque a mí me encanta el corpus que forman Fernando VI y Barquillo. No nos conocíamos personalmente, aunque contamos con amigos comunes, así que aprovechamos que el local se llamaba ‘De Vinos’ para pedirnos dos cervezas, claro. Borja físicamente es como si nuestro señor Don Quijote hubiera triunfado, se hubiera casado con Dulcinea, hubieran tenido tres niños y, ya rejuvenecido, recordara las andanzas que cuenta Cervantes con media sonrisa, sin desmentir ni confirmar y diciendo que «lo que pasa en la Mancha se queda en la Mancha». Yo quería decirle que estaría bien hacer un ‘Panenka’ de toros, una publicación con buen diseño en la que abordáramos el mundo de los toros sin entrar en actualidad, sino como excusa puramente literaria y con un enfoque progre que ensanchara el marco mental; creo que hay que evitar la identificación de los toros con la derecha y su utilización como símbolo para la guerra cultural. Yo cuando voy a la la plaza voy a la ópera, no a una manifestación, coño. Los toros son algo transversal y creer lo contrario sería acelerar su fin. Además, mi idea de publicación pasaba por entrar en el asunto más artístico, en el elitismo intelectual e incluso en el campo como ecosistema en el que pasan cosas, una cosa entre Calamaro y Delibes. Y por supuesto, con la excusa de los toros y su mundo como mar de fondo, hablar de todo lo demás, con fuerte intención propagandística, de posicionamiento, de branding, vaya.
Yo sabía que Borja me había leído ocasionalmente y entendería cuál es mi tono y así fue. Aunque no hablamos del tema hasta dos horas después, Borja me escuchó, comprendió la idea y le gustó, aunque me temo que nunca será factible. Los toros están tocados de muerte y creo que cualquier iniciativa está condenada al fracaso. La culpa no es de la sociedad, de los antitaurinos, del animalismo ni de los cambios en los gustos. La culpa es del propio sector, incapaz de entender nada ni de tomar decisiones inteligentes y mucho menos de apostar por un camino estratégico. A algunos empresarios les da igual meter en la plaza a José Tomás que a David Guetta: ellos se dedican a vender entradas. En fin, que perdí una revista pero gané un amigo.
Porque en ‘De Vinos’ me encontré a una persona fascinante. Borja es un tipo educado, inteligente, provocador y muy divertido. A la tanda de cervezas que interpretamos como lances de recibo le siguió otra. Y luego otra y otra. Seguimos ligando naturales hasta el ‘Café La Palma’, evitando ese bar que hay enfrente, en el que ponen muchos tipos de mezcal y que un día Juan Diego y yo abordamos como si fuéramos infantería rusa. En el ‘Café La Palma’, lugar mítico de la noche y la música madrileña fuimos recibidos por Germán, el dueño, que nos enseñó la sala entera junto a su perro. De ese me acuerdo más. En mitad de la noche llegó un personaje con las pupilas como un narco en nochevieja que decía conocer a Borja del colegio de El Pilar, aunque Borja se cansara de repetir que no fue al Pilar y que no estábamos en fin de año. Ahí vi a Don Quijote torear sin perder la sonrisa. El personaje era un armario empotrado y se fue poniendo pesado y agresivo, pero Borja toreaba como si tuviera un poder oculto, un as en la manga que no pudiera contarnos y que quizá solo fuera la experiencia con este tipo de gente. Allí aguantamos las anécdotas del barrio del Pilar de la generación de 1973 hasta que el dueño decidió echarle, con la lentitud y parsimonia de quien abre la cortina para echar una mosca. El perro, al que recuerdo como un Núñez del Cuvillo, escondido en chiqueros, esperando una señal para convertir al yonki en un mozo de Pamplona y la Palma en Mercaderes. No hizo falta. Todo fue sencillo, los yonkis también lloran y a veces solo necesitan convertirse en Sancho y que les hagan un poco de caso.
Eran ya las dos de la mañana y decidí que era buena hora para volver al hotel. Y cuento esto hoy porque me he despertado recuperado, estoy cansándome del color que toma el ladrillo caravista de mi barrio cuando le da este sol mortecino y estoy deseando coger La Palma entera, brindar con Cardelús por Antonio Vega y reír entre Quijotes rubios y cervezas del mismo pelaje.
II
Castilla oprime y libera con la misma intensidad. Son diferentes sentidos dentro de la misma dirección. Estar aquí marca un estilo literario, es indudable. No se escribe ni se sienten las mismas cosas en Valladolid que en Barcelona, entre la frugalidad mediterránea, la levedad de la costa, la paleta de azules, ese cielo tan bajo, el mar a la vez como fin y como principio, como posibilidad fija de huida. Desde aquí se tiende a mirar con recelo el coñazo del rollito mediterráneo y esa manera de ser tan volátil, tan…llamémosla adolescente. Pero en cuanto llego allí se me pasa, me doy cuenta de que la vida es mucho más fácil y lo que desprecio entonces es la dureza masoquista de los campos infinitos, la intensidad austera y autista, la gravedad sin nada a cambio y la absurda elección de la gama ocre existiendo el verde y el blanco. Nunca sabré cómo escribiría en Palafrugell, como Pla. Nunca sabremos cómo pintaría Dalí en Urueña. Estoy viviendo una de las muchas posibilidades cuánticas. De hecho, yo mismo soy solo una posibilidad, podría ser cualquiera de mis hermanos, que son otra posibilidad de mí mismo. Ellos son yo en otra tirada de dados. Yo soy ellos en otras circunstancias.
Quiero comenzar un viaje de un mes que comience en Copenhague, siga en Dublín, llegue a Lisboa, recale en Marrakech, llegue a Tánger y enlace con Málaga, donde visitaré a mis amistades y desde donde cogeré un tren a Atocha. Desde allí, paseo a Recoletos, un café en el Gijón, visita al Prado y cercanías a Chamartín hasta el Campo Grande. En todo ese camino podré ir del protestantismo al catolicismo y al islamismo; del frío al calor; de la lluvia y el frío hasta la calidez del sol; de la dureza a la amplitud. Podré escribir un buen libro de viaje, un diario desconfinado y comprobar cómo cambia el estilo, la percepción de las cosas y sobre todo la percepción de uno mismo con el cambio de escenario y de clima. Tengo curiosidad por saber quién podría haber sido. Me lo apunto como proyecto. Eso sí, de hotelazo en hotelazo. El autocorrector no para de sugerirme «botellazo» por «hotelazo» y es que ya me va conociendo.
He pedido un libro de Leguineche llamado ‘Hotel Nirvana’, un recorrido por los hoteles más legendarios de Europa. Tengo ganas de leerlo. También he pedido ‘Corre, rocker’, de Sabino Méndez. Tengo un serio problema de compra compulsiva de libros. Lo de Leguineche me atrae porque desde hace poco me han comenzando a gustar e interesar los grandes hoteles. Antes me bastaba con que estuvieran bien situados. Ya no. Ahora no vagabundeo días enteros, contemporizo mis planes, paso mas tiempo en el propio hotel y por eso necesito una habitación decente, con sitio para escribir, para leer, para trabajar, un servicio de habitaciones, un entorno privilegiado, un bar, un restaurante. Y poso. Y fantasmas. Y es que el hotel se pega al estilo. Y también se pega el estilo del resto de huéspedes, de esos que te cruzas en el ascensor y te hacen sentir mejor de lo que eres. Cuando estas hospedado en un hotel unos días, se generan complicidades en el desayuno, en el ascensor, en el hall cogiendo la prensa, en la soledad de la cena. Yo ya no quiero generar complicidades con según quién, que me conozco, se comienza generando complicidades equivocadas y se acaba bebiendo prosecco en el puerto.
Me doy cuenta de que he citado ya a Delibes, a Umbral y a Leguineche. Solo queda César Alonso de los Ríos para llegar al poker de ases de mitos de mi periódico, el decano, ‘El Norte de Castilla’. Un día Rajoy, en una conferencia, citó a estos cuatro gigantes. Y acto seguido dijo mi nombre como quinto as de la baraja, como gran promesa. Mi móvil ardía. La envidia, también. Yo casi me atraganto de la risa.
III
Paso la tarde viendo una entrevista de Joaquin Soler a Josep Pla i Casadevall de la que tengo conocimiento a través de Juan el del Colmao. Supongo que se ha acordado al leer mis palabras acerca de ‘El cuaderno gris’. La entrevista ciertamente merece la pena. Curioso hombre este Pla, que fumaba para poder adjetivar bien y con un fondo profundamente marcado por no haber conocido nunca el amor, por la soledad eterna y por un escepticismo que lo inundaba todo. O quizá debería decir descreimiento, porque creo que no es lo mismo. El escepticismo es una posición de partida pero el descreimiento tiene algo de partido de vuelta, de haber creído y dejar de hacerlo, de proceso de desintoxicación. Me surge una duda: ¿escribió Pla porque estuvo solo o estuvo solo porque escribió? Sería bueno saberlo. Por saber lo que me espera, vamos, porque comparto plenamente su visión de la mujer como el ser anti romántico por excelencia y, por ello, opino que la mejor forma de respetarla es desde la distancia. Un escritor necesita soledad, tiempo y espacio y es extraño encontrar una mujer que respete esas tres cosas a un escritor fracasado, es decir prácticamente a todos los escritores. Si el escritor tiene éxito supongo que debe ser otra cosa, pero en ese caso ya no se trata de respeto sino de inversión. No lo haría por respetar a la persona a la que ama sino por amor a la máquina de hacer billetes en la que se ha convertido la persona. El antiludismo.
Durante una época, yo aún quería encontrar una mujer y de algún modo, aunque fuera inconscientemente, la buscaba. El tiempo me ha enseñado que lo que realmente quiero no es una mujer, sino la manera que uno tiene de percibirse a sí mismo cuando ama a una mujer. A través de una mujer, se alcanza una sensación, la de la victoria, la del triunfo de saberse querido y, por lo tanto, de estar satisfecho, de haber logrado ser el hombre que todos estamos llamados a ser. Esto es una aberración, una mujer no puede ser algo instrumental, no puede entenderse como medio para otra cosa. Amar debe ser un fin, un destino; el ser amado no es un fondo de inversión. Una vez entendí que lo que en realidad buscaba era quererme a mí mismo a través de una mujer entendí que había estado haciendo el imbécil toda mi vida y entonces me puse a escribir. Bien, pues esto es descreimiento. Lo de Pla es escepticismo.
Domingo 26 de abril
I
Hemos dado un paseo y pasó lo que tenía que pasar: el genio que haya pensado que se podía dejar salir a todos los niños de España a la vez o no tiene niños, o hace años que no pasea por la calle sin escolta o simplemente es gilipollas. O las tres cosas a la vez, que es lo más probable. La semana que viene, pico de muertes de nuevo y confinamiento estricto. La gente te da una oportunidad y es capaz de hacer un gran esfuerzo una vez, movida por la esperanza del premio y la liberación, pero sucede que la gente no te dará dos oportunidades. Se puede ir del esfuerzo a la liberación, pero no al revés. Ya se empiezan a hartar de medidas erráticas y de esta sensación de falta de control. Daríamos lo que fuera por un borrador de plan escrito en una servilleta. Pero nada. Seguimos sin tests masivos y ya tenemos interiorizado que, simplemente, no los habrá. Desconozco el motivo, pero es la realidad. No descarto que poco a poco comience un proceso de insumisión. Es absurdo todo lo que hace este gobierno y eso no pasaría de la anécdota si no fuera porque sus negligencias cuestan ya muchas muertes. Es evidente que esto no acabará bien. No doy más detalles del paseo porque he escrito la columna del martes sobre ello y no quiero repetirme. Columna desengrasante, ligera, cómica. Ya se cansa uno de hablar en serio de este gobierno que no merece ni si quiera que se le tome en serio. En cuanto salgamos de la burbuja y veamos con nuestros ojos la ruina, la miseria, los bares y comercios cerrados, la gente en el paro, comenzará la gran crisis. Esto no va a acabar bien.
II
Ayer vino el fontanero, lo que quiere decir que ya no tengo atasco en el fregadero. Sentimiento de liberación, pero también de melancolía. De algún modo, me había encariñado del desastre. Aunque el señor estaba perfectamente equipado con guantes, mascarilla y todo ese outfit como de cazafantasmas, tuve que dedicar una hora en desinfectar media casa para poder estar tranquilo de nuevo. Es la primera vez que entra alguien en casa desde hace mes y medio y me he sentido de algún modo violado. Mi casa es mi reducto, un oasis. De cualquier modo es increíble qué rápido se aclimata el instinto a la realidad quirúrgica de los hechos. La gente quiere volver a besarse, a abrazarse. Yo no. Solo echo en falta viajar. Estoy adaptado a esto desde el día en el que pude volver a leer y abandonar esa dependencia del móvil y de la última hora de los primeros días. De hecho no he vuelto a ver a Sánchez desde el primer discurso. No veo telebasura.
III
Me ha llegado ‘Corre, rocker’, de Sabino Méndez. Lo cojo con ganas desde el principio. Este autor no solo me gusta mucho, como ya he comentado, sino que, además me viene bien para evitar la afectación en la que puedo llegar a caer. Algunos escritores no tienen nada que decir, pero lo dicen como los ángeles. Otros tenemos cierta intención de contenido y debemos controlar los excesos que forman nuestros monstruos particulares. Leer a según quién depura el estilo, te ayuda a moverte en un tono particular. Vivimos en un estado de ánimo y no conviene cambiar de tono a mitad de un texto, hay que intentar mantener la gama de adjetivos, el ritmo, la mirada. También sucede cuando lees basura, se te va pegando sin darte cuenta. Por eso es tan importante elegir bien lecturas y abandonarlas en cuanto empiezas a pensar como una adolescente sudamericana.
Sabino cuenta su experiencia en la música durante los ochenta y el tema me interesa. He pasado gran parte de mi juventud entre músicos, viviendo en primera persona el ambiente de la escena musical, en giras por España y también por media Europa. El tema, por lo tanto, me resulta cercano y propio. Cuando digo que he vivido el mundo de la música quiero decir que lo he vivido en primera persona, como protagonista: procesos compositivos, grabaciones, mezclas, masterizaciones, negociaciones con discográficas, promociones, managers, agentes, estudios, escenarios, backstages, camerinos, drogas, carreteras, mercenarios, aviones, gentuza de todos los colores y también buena gente; decepciones, engaños, estafas, violencia, hoteles, llantos, egos, sexo, envidias y miserias. Pero también he vivido sensaciones de triunfo, de victoria y de comunión sentimental que difícilmente se pueden vivir fuera de la música. Es algo bello que nadie debería dejar de vivir durante su juventud pero que, de igual modo, nadie debería seguir empeñado en vivir cuando su tiempo se ha acabado. Y uno sabe cuándo ha llegado ese momento, cuándo todo carece de sentido y hay que abandonar, plegar velas y hacerse fuerte en el silencio.
Poco o nada tiene que ver un músico con un escritor, sus pecados son antagónicos y sus procesos son inversos. Introspección frente a extraversión, soledad frente a socialización, individualismo frente a trabajo en equipo, inspiración frente a disciplina. Muchos músicos hacen solo diez canciones al año y no todos los años. Trabajan poco y su trabajo puede limitarse, en muchos casos, a la ejecución de lo mismo una noche tras otra. Un escritor, sin embargo, ha de ser brillante cada día, sin repetirse; trabaja más, crea más, arriesga más, se expone más, cuenta con menos ayuda y no se limita a escribir lo mismo noche tras noche. Sin embargo crear una gran canción es algo dificilísimo, mucho más que un gran texto. Por eso, cuando se logra, se consigue una recompensa afectiva tan ingente y tan inigualable, frente a la discreción y frialdad con la que un escritor recibe el fruto de su esfuerzo. «Me ha gustado mucho tu columna», es lo máximo. Y no siempre. La mayor parte de la gente que te lee y a la que le gusta lo que escribes, ni si quiera te lo llega a decir jamás. Eso sí, te mira por la calle con cara de curiosidad, como diciendo «se quién eres, no te escondas, ayer dijiste esto y esto». Y eso contando con que nadie lee pero todo el mundo se estremece diariamente ante la música, que llega a todos y nos toca a todos por igual. La única estrella que ha habido en la literatura ha sido Dickens. Y en España, puede que Galdós. Somos unos pobrecillos.
Lunes, 27 de abril
I
Trabajo intenso y tarde de aislamiento y lectura. Lucía pasará un par de días con su madre, por lo que a las 18:00 apago todos los dispositivos y me protejo en el silencio. Me he sorprendido sentándome en el sofá pensando: «Ya hemos cumplido, ahora ya puedo ser yo mismo». Pero es exactamente así. El exilio nos protege, es un descanso no tener que convencer a nadie de nada, no dar opiniones, no recibirlas, no escuchar a nadie, simplemente ser. Si esta crisis está marcada por algo es por una hiperconectividad gigantesca y yo no puedo con esta esclavitud. El inicio de la crisis me produjo un gran estrés social: llamadas, videoconferencias, reuniones virtuales, miles de whatsapps, emails, vermús con diferentes grupos… Así que decidí cortar a lo mínimo y no dar explicaciones. Yo no necesito hablar tanto con nadie, ni con mi familia, ni con mis amigos ni con mi propia hija, y mucho menos soporto tener que hacerlo por el mero hecho de que alguien quiera, como una obligación social más, un asunto de etiqueta. Gracias a Dios, en mi familia somos todos igual -mi hija incluida- y no supone problema. Somos muy despegados. Algún amigo no lo lleva tan bien. Lo siento enormemente.
Así que doscientas páginas leídas ya de ‘Corre, Rocker’. En mi opinión, sensiblemente inferior a ‘Hotel Tierra’. Mientras que en ‘Hotel…’, Sabino habla para sí mismo, creando reflexiones más profundas, menos impostadas, menos del personaje y más de la persona, en ‘Corre…’, Sabino escribe para contar a otros qué fueron los ochenta y quiénes fueron Loquillo y Los Trogloditas. Es decir, intenta agradar, escribe para gustar. Y eso nunca gusta. Además, en este último libro, mantiene un tono de pretensión formal que no siempre funciona. De cualquier modo, un libro interesante, pero porque Sabino sería interesante hasta escribiendo un evangelio. Decido no leer las cien páginas que me quedan para terminar y estirarlo, así, hasta mañana.
II
Recuerdo aquella canción de Aute. «Pasaba por aquí, pasaba por aquí, ningún teléfono cerca y no lo pude resistir». Ningún teléfono cerca. Qué tiempos. Es bello, anacrónico, cinematográfico. Las generaciones más jóvenes no podrán entender del todo ese verso, pero hubo un mundo sin móviles, un mundo sin redes sociales, sin contactos a la carta, sin la enorme soberbia de creerse merecedor de la inmediatez del otro. Un mundo con cabinas en la calle y fluorescentes parpadeando bajo la lluvia. Un mundo infinitamente más interesante, predispuesto a la sorpresa, al encuentro fortuito, a la aventura inesperada. Pertenezco a la ultima generación de personas que no han contactado con quien han querido cuando han querido. El mundo era mejor cuando simplemente te despedías, cuando el ‘adiós’ era ‘adiós’ y lo era de verdad, no como ahora, que es apenas un interregnum entre whatsapps. Pasaban cosas porque nada era definitivo, estábamos relajados sabiendo que se corría el telón cuando quisiéramos.
Recuerdo hoy a una rubia de ojos negros de la que me enamoré una noche en 1999. La recuerdo perfectamente porque la había soñado muchas veces y un día el sueño se hizo carne y apareció delante de mi, sola, con el rimmel ligeramente corrido, un vestido negro y apoyada en la barra del ‘Harlem’, en la época de Leo (de ahí vino lo de Leo Harlem) y de Paquiro. Fue algo muy fuerte, un personaje que solo conocía por sus apariciones en mis sueños, una ensoñación, como cuando ves una casa por la calle y dices «coño, esta casa la he soñado». Pues yo soñé una mujer. Fueron unas horas inolvidables. María. Nunca más la volví a ver. Ni si quiera en mis sueños. Volví al Harlem a la misma hora durante meses, que es como se hacían las cosas antes, a ver si ella, en la misma situación obraba igual. Pregunté en la barra, indagué lo que pude, pero nada. Nadie sabía nada de ella. Se esfumó para siempre y ya está. Pertenece ahora a la nostalgia, del griego nóstos ‘regreso’ y álgos ‘dolor’, es decir, dolor por regresar -mentalmente- a algo y allí está bien, porque allí crece y permanece inmaculada, María.
Cuántas personas se han quedado en el olvido, cuántas historias a la mitad, qué tremendamente largo fue el mundo antes del móvil, antes de que todo el mundo te pueda contactar cuando quiera y a través de múltiples vías. Ese día murió el misterio, las formas deformadas en la memoria, la belleza, la interpretación del personaje que te tocara ser cada día, en cada viaje, antes de cada nebulosa. La sobre exposición y la cercanía nos han matado. Los mitos crecen en la distancia y en la cercanía crece la realidad, que es apenas una de las posibilidades que la ficción nos brinda. Por eso, hay que escribir, para volver a mirar a lo lejos. La miopía no nos deja ver de cerca. Ni si quiera la vida.
III
Cuando uno exagera humildad, le sale un tono condescendiente que suele ser confundido con soberbia. De este modo, para acabar pareciendo soberbio igualmente, es mucho mejor serlo.
Martes, 28 de abril.
I
Sale la columna. Todo bien, es decir, mal.
II
Me pide el periódico un texto sobre un caso real de coronavirus. Me dan hasta el viernes para entregarlo, pero el caso es de un intensidad emocional tan fuerte que lo hago en apenas tres horas, como poseído por una fuerza que me dictara. Estoy destrozado del esfuerzo y terriblemente emocionado por lo escrito. Es complicado irse a dormir así. Y es complicado no tener nadie con quien compartir el orgullo de creación en noches como esta.
Miércoles, 29 de abril.
Vuelve Heredera. El día pasa como pasan todos los días de confinamiento: rutina, trabajo, tranquilidad en el entorno, orden extremo. El padre trabaja largas horas frente a la pantalla del ordenador mientras la hija dedica las mismas horas, pero más cortas, a hacer deberes por la mañana. Vaguea las tardes. El padre tiene una habitación y la hija tiene otra. Ambas habitaciones están equipadas con una gran mesa de trabajo. Evidentemente ninguno de los dos las usa y ya se han convertido en armarios horizontales, en cajones sin techo, como un archivo de cosas despreciadas. El padre lo usa como receptáculo de facturas, informes, carpetas y calendarios atrasados. La hija la llena de actividades, recortes y un mapa de España en el que faltan Tarragona y Orense, lo que destroza la continuidad y los puentes de hermandad peninsular. Malditos hechos diferenciales.
Padre e hija acaban siempre trabajando juntos en el salón, él en la mesa del comedor y ella muy cerca, en una mesa rosa que compramos cuando tenía un año y que es su escritorio oficial aunque ya casi no le valga. Las mesas oficiosas son más incómodas que las oficiales. Pero más cercanas. Suena de fondo Thomas Newmann y Yann Tiersen durante todo el día, dando a la vida un aroma de banda sonora y a la estancia un ambiente de película finalista al Óscar a mejor película extranjera. Se suceden las visitas, las interrupciones, los besos. Cocino arroz a banda. Más que digno. Siesta frugal, siesta de padre, más voluntariosa que real y vuelta al trabajo hasta que pasadas las siete salimos a pasear por el Campo Grande, este fantástico parque romántico que tenemos en Valladolid, del estilo del Retiro o del Parque de Maria Luisa. Es una gozada pasear por este parque solos, bajo esta clima vulgar y esta luz como de haber perdido una oportunidad. Una luz de último aviso. Pasa la hora en la belleza melancólica del siglo XIX, entre animales voyeurs y árboles bucólicos. Explico a mi hija el lugar exacto en el que ha de esparcir mis cenizas cuando falte. Eso sí, sin que nadie se entere, que debe estar prohibido. Se niega a hacerlo. Insisto, es mi último deseo. Me advierte que el suyo es no hacerlo. Me parece bien la posición de ambos. Aún así, algo me dice que he perdido.
De vuelta, mi madre nos avisa que nos ha hecho una tortilla de patata para cenar y damos un rodeo para ver cómo un ascensor se abre con una bolsa verde dentro de la que sale una tortilla, un trozo de pan, un caldo de pollo y carne asada. Volvemos a casa como Caperucita. Mi padre incluye en el avituallamiento un sobre dirigido a la niña con toda la información necesaria acerca de sus bisabuelos para un trabajo escolar sobre el árbol genealógico. En el Campo Grande cada árbol nos ha visto crecer a todos. De sus ramas cuelgan nuestros recuerdos. En el Campo Grande, todos los árboles son genealógicos.
Jueves, 30 de abril.
I
Me llega el libro de Leguineche y me leo el prólogo. La primera impresión es buena, tanto por la temática de gran hotel como por el tono, ese aroma a reportero de los de antes que lo llena todo. Gabardina, tabaco, libreta. Empieza contando su llegada a Inglaterra como joven camarero y cómo aquella experiencia lo cambió todo. Me siento muy identificado, claro. Recuerdo aquellos meses del año 2000 en los que aterricé en Londres con Diego Vegue, directos a Victoria Station y de allí al corazón de Bloomsbury para trabajar en el ‘Royal National Hotel’, uno de los muchos hoteles de la cadena ‘Imperial London Hotels’. Todos ellos, por cierto, sin salir de Bloomsbury, como el corazón de Virginia Woolf. El Royal National está en Russell Square, muy cerca del Museo Británico y de The Museum Tavern, lugar en el que, en otra ocasión escribí un pequeño relato sin pretensiones por el que recientemente me felicitó Pérez Reverte. El hotel es uno de los más grandes de Europa con más de dos mil habitaciones en total. Los pasillos de cada planta suman casi cien habitaciones en cada lado y son cuatro lados por planta, más los pasillos transversales que unen los grandes corredores de cada uno de los diez pisos en una longitud cósmica de moqueta polvorienta. Yo era el que limpiaba esa moqueta, un verdadero laberinto de ácaros, una colmena gigante que llegué a conocer como la palma de mi mano, sabiendo orientarme en cualquier lugar, conociendo cantinas, atajos, ascensores, azoteas, sótanos, recovecos y siendo capaz de distinguir dónde estaba exactamente solo con abrir los ojos. No era fácil.
Como he contado en alguna columna:
Llegué con un delicado acento Windsor y volví con un ‘slang’ barriobajero aderezado con notas tercermundistas, gracias a mi sobreexposición al inglés de mis compañeros de trabajo, que no eran exactamente refinados lores, sino más bien pakistaníes disléxicos, indios holgazanes, irlandeses borrachos, maleantes sudafricanos y otras perlas de la creación divina. Los pubs tampoco ayudaron. Gracias a comunicarme con todas aquellas inglesas borrachas, ahora mi inglés natural es el de un macarra a las cinco de la mañana. Supongo que pasaría lo mismo si intentaras aprender español en las noches de una taberna flamenca; terminarás sonando como Jesulín pasadito de manzanilla de Sanlúcar.
Algún día contaré aquel verano, no cabe en un diario. Pero lo que sí cabe es contar que, cada vez que vuelvo, me pierdo por aquellos pasillos para no olvidarlos jamás. De hecho, allí llevé a mi hija para que viera con sus ojos ese hotel y lo observara como quien ve un espacio mitológico familiar. También le mostré el hostal en el que vivía, justo enfrente. Separado de ellos, claro. Me dejaron claro que no era blanco en la ficha de empleado. Que no era como ellos, vaya. Que era español. A la niña le interesaron bastante poco ambos lugares, tanto el hotel como el hostal, aunque puso cara de lo contrario, lo cual agradecí bastante. La flema, del que la trabaja. Me doy cuenta de que, quizá, mi gusto por los hoteles buenos venga precisamente de todo esto, de haber sido el último mono de un hotel gigante cuyo desprecio hacia los españoles era del mismo tamaño que su extraordinaria pericia en intentar lograr que aquello no se notara. Me viene bien volver a sentir esa sensación de menosprecio, de rencor y de miedo. No se me ha ido del todo jamás.
II
Este diario se llama, por el momento, ‘Distancia social – Diario del confinamiento’. Eso quiere decir que, para ser coherente, debe terminar a la vez que el confinamiento. La gran duda es cuándo será ese momento. Confinamiento no es lo mismo que estado de alarma. Puede seguir vigente un estado de alarma pero que la población pueda salir de casa con ciertas normas y de modo ordenado, por lo que el confinamiento sería, en ese caso, solo parcial. A partir del sábado 2 de mayo, estaríamos en ese escenario, pero poner el punto final en solo un par de días sería precipitado y cogido por los pelos. Podría parecer que estaba deseándolo y que me aferro a un clavo ardiendo. Sigamos leyendo, pues. Según parece, a partir del lunes 11 se permite el contacto social «en grupos reducidos para personas no vulnerables ni con patologías previas». Ya veremos el número exacto de personas que forman un ‘grupo reducido’ y también bajo qué condiciones podrá darse esa reunión, por ejemplo, en las terrazas de los bares, que, para entonces, podrán estar abiertos con limitaciones. Creo que no podemos hablar seriamente de confinamiento en un momento en el que ya podamos salir de casa diariamente -y sin dar explicaciones- a comprar comida, a por el periódico, a hacer deporte, a pasear al perro, a caminar con nuestros hijos, a tomar algo en una terraza con un amigo, a un comercio, a una biblioteca o a un museo, actividades todas ellas permitidas a partir de ese día.
Esto quiere decir que el día 11 de mayo este diario terminará. Siento un pequeño vacío. No hay editorial interesada, como seguramente era de prever en un momento como este, con decenas de proyectos editoriales atascados, otros pospuestos y otros cancelados. No es un escenario óptimo planificar un lanzamiento sin saber si quiera cuantas librerías van a quedar abiertas… No quiero ser pesimista pero el escenario real es poco esperanzador. No es mi intención dejar el diario online de modo indefinido, es evidente que no es el mejor formato, ya es demasiado largo. Se borrará, tal y como se prometió, y se guardará en un cajón esperando el momento de convertirse en papel.
Quedan solo once días para verlo desvanecerse. Ya sé cómo se siente un artista fallero.
Viernes, 1 de mayo
I
Ayer vencía el plazo para presentarse al premio Julio Camba de columnismo. Guillermo Garabito me pide opinión acerca de qué columna debe presentar entre tres que ya tenía preseleccionadas. Le digo que no puedo ayudarle puesto que yo también he pensado presentarme y no me parece bien interferir de ninguna manera. Yo tenía mi columna elegida y una alarma puesta, pero he visto que han ampliado el plazo hasta el 30 de junio. Tengo, por lo tanto, aun dos meses para pensármelo. Tiempo suficiente para sobornar a media Galicia.
II
Me avisan del periódico de que mi reportaje sobre el caso de coronavirus sale mañana sábado. Dos páginas. Terrible emoción, nervios e incluso un poco de miedo escénico. No son mis terrenos naturales, no soy periodista y esto ha supuesto, de algún modo, un reto. Me ha resultado sencillo y placentero, es cierto, pero no es otra columna, siento esto como un paso más en mi trayectoria. Es una incógnita si gustará, si los puristas me tirarán a la cabeza los apuntes de la asignatura de documentación o si pasará desapercibido. Esto último sería, sin duda, lo peor de todo. Veremos.
III
Paso el día descansando y sin demasiada actividad. La niña pasará el fin de semana con su madre, así que gran despliegue de todo aquello a lo que tiende un hombre solo: platos por la mesa, sin recoger, platos además posados ahí a mala leche, para provocar, como si fuera el último reducto de un pasado anarquista. Desorden de comidas, media botella de vino en la mesa de trabajar, una lata de cerveza en la ventana, un fuet en la tabla. La banda sonora cambia a un bucle de Nacho Vegas y Bunbury. En definitiva, paso de ser un padre y trabajador ejemplar a un estudiante en Salamanca en el mes octubre, bajo esa manta mítica que sale en las fotos que cuelga Nieto Jurado cuando duerme en mi casa. Nieto tiene una cama a su disposición en mi casa, pero él prefiere tumbarse en el sofá, como su perro Lupo, de frente al cuadro de Unamuno y de espaldas a la noche anterior. Jesús se tapa siempre con esta manta, aunque sea agosto. Creo que podemos guardarla para que sea, llegado el momento, su sudario, la sábana santa de sus noches más canallas, una síndone nietojuradiana con pinta de falda de colegio de monjas que registre una implosión de energía y forme un negativo metaliterario y ciclista. Es el maillot de la montaña pero en negro y rojo. Chicuelinas de El Palo en tartán escocés.
Por la mañana veo ‘El Crack Cero’. Cine negro español con ese ambiente de cine clásico que tiene todo lo que hace Garci. A mi Garci me gusta, me gusta él, me parece un gran tío, un extraordinario contertulio, un tipo culto, divertido y, en definitiva, una de esas personas a las que me gustaría conocer. La película es entretenida, está bien. Un gran vuelco al corazón con el inesperado cameo de Gistau en la escena del combate. Me interesa ese Madrid setentero, la formalidad de la narrativa, la ausencia de lugares comunes, pero sigo sin encontrar ese punto que la gente tiene con el cine, esa vibración, esa emoción y esa afición. Creo que hay que aceptar que el cine no es lo mío y limitaré a seguir intentándolo sin presión y desde la humildad. Por la tarde leo a Leguineche y el libro no es lo que yo esperaba. No abundaré en la crítica ni daré más motivos, por respeto. No hay mal que por bien no venga: me ha dado un par de días para un libro que maduraré en cuanto me quede huérfano de diario.
IV
Un amigo me advierte que sin ser un progre militante, la posibilidad de encontrar editor en España es directamente nula. No pasaría nada si no fuera porque ese amigo es una estrella archiconocida dentro del periodismo español. Me voy haciendo a la idea. Antes, volveré a la ventana a por la cerveza que me estaba esperando. Hay que ver qué bien huelen las noches en Castilla.
Sábado, 2 de mayo
I
Me he levantado temprano para caminar un par de horas dentro del horario legal. Mi ciudad parecía Pamplona el día del chupinazo. Desde luego, no es seguro caminar por según qué sitios, mantener la distancia social es directamente imposible y a partir de mañana buscaré lugares menos idílicos, evitando veras de ríos y bellos bulevares para centrarme en lugares inhóspitos, vacíos y, a ser posible, feos. A la vuelta del paseo he comprado el periódico y me he leído a mi mismo, algo que no suelo hacer nunca. Me da una vergüenza terrible. Rápidamente he recibido algunas felicitaciones, pero sobre todo he recibido la felicitación del enfermo del que hablo y de su familia, cuya manera de recibir el texto no me ha dejado dormir. He analizado todas las posibilidades y algunas eran complejas. No había de qué preocuparse, pero nunca se sabe. Estoy informando, sí. Pero también estoy haciendo literatura con recursos ajenos, estoy haciendo orfebrería con una realidad que no me es propia y no todo el mundo tiene por qué sentirse a gusto con ello. En cualquier caso, les ha gustado y estaban emocionados. Y yo, muy agradecido a su generosidad y su valentía.
Una vez despejada esa incógnita, la mañana ha pasado con esa autoindulgencia que da haber caminado diez kilómetros y con la conciencia tranquila para pasar el resto del día sin hacer absolutamente nada de provecho. No hay nada más satisfactorio que esto. Estar solo mientras el resto del mundo se divierte te hace sentir un poco miserable y es algo que me pasa con cierta frecuencia. Durante la semana la gente está donde tiene que estar, pero los sábados, cuando la gente está con quien quiere estar, no suele estar conmigo. Familias, niños, compromisos, cumpleaños, viajes. Es lógico y no lo digo con pesar. Solo advierto que es diferente estar sin hacer nada porque nadie te ha incluido en su plan que estar sin hacer nada porque la vida ha abolido los planes. Esto normaliza la soledad y permite interpretarla de otro modo, llenarla de contenido, de sentido. Cuando todos estamos jodidos, yo lo estoy menos porque yo ya lo he tenido todo, ya he sentido todo, ya he fracasado en lo más importante y ya soy, por lo tanto, libre para poder ser tan feliz como soy.
II
El lugar de Leguineche lo toma ‘La tentación del fracaso’, de Ribeyro. Sigo con la misma temática, el diario personal, veamos a dónde nos lleva. Antes, terminaré lo de Sabino Méndez; había reservado estas horas de tranquilidad del fin de semana de soltero para ello. De cualquier modo, en el prólogo a Ribeyro que firma Vila-Matas, encuentro algunos conceptos que me hacen pensar. Es un hecho que en este género me siento cómodo porque se adapta bien a mi manera de escribir. Me permite escribir en fragmentos, escribir a través de pensamientos deslabazados que no corresponden a ningún genero concreto, que es a lo que estoy acostumbrado por las columnas, el llamado ‘género total’. Es decir, es para mí sencillo escribir sin la disciplina de una gran obra y sin el esfuerzo de despersonalización que exige la ficción. Pero me pregunto si esta fórmula no implica, en el fondo, la misma disolución del autor en el personaje que ocurre en la narrativa tradicional.
Es cierto que este soliloquio y a este ritmo tan metódico cierra las puertas a la comunicación con los otros, te aísla y yo ya empiezo a notar los efectos. Pero la duda que se plantean otros es si este tipo de escritura puede estar cerrando la ‘obra potencial’ que puede haber en mí. En primer lugar, no sé si dentro de mi hay una ‘obra potencial’ deseando salir. En segundo lugar y más importante: ¿quién dice que esto no es ya una obra? ¿Por qué este es percibido como género menor de literatura? ¿Es la vida y su lento discurrir un asunto menor frente a las otras vidas que nos inventamos en esas ‘grandes obras’ de la supuesta ‘gran literatura’?
Hay que huir de la gran literatura, de los itinerarios fijados por otros. Antes se escribía para divertir. Ahora se escribe para expresarse y no encuentro más expresión que esta, escribir en cualquier momento y sin necesidad de editor. No me cabe duda de que los grandes lo habrían hecho de tener los medios. Pero, en tercer lugar: esta manera de escribir se amolda a mis cualidades, sean estas las que sean, porque me siento terriblemente liberado de la prisión que conforma encarar esa ‘potencial obra’ que se supone que puedo llevar dentro y a la que de este modo doy un pase de desprecio, dejando paso a la única obra que interesa: la vida y sus arrabales. Y además, no cualquier vida, sino la vida que muestro, que es la que quiero mostrar, los márgenes. Uno tiene la sensación de que lo único interesante es precisamente lo que omito. No es casualidad, las grandes omisiones de este diario son, en realidad, los grandes personajes que revolotean. ¿Quien es la madre de la niña? ¿Por qué acabó todo? ¿Por qué no cita ni el nombre? ¿Por qué no habla de ello? ¿A qué se dedicará este señor? ¿De quienes son los teléfonos subrayados? Y así, muchos más detalles que no habrán pasado por alto al lector más acostumbrado a lo que de verdad importa, que no es lo que se muestra sino lo que subyace. Y lo que subyace, entre otras cosas, es que precisamente hoy hace ocho años todo se fue a la mierda.
Domingo, 3 de mayo
I
No soporto estar en casa cuando viene la señora que limpia. Me siento como un vago, como un chaval caprichoso que pasa el tiempo leyendo cuando tendría que estar limpiando y planchando; como uno de esos hombres que no se hacen cargo de sus obligaciones, esos vividores que tanto odio, esos hombres blanditos, siempre con quejas, siempre con excusas para no hacer frente a sus responsabilidades. Siempre que viene la evito, como una avestruz postmoderna. No me gusta esa mirada de culpa que se me pone, como del que está tirando el dinero y lo sabe. Eso implica que, cada vez que viene, tengo que pasar el día fuera, con el consiguiente gasto en librerías y restauración. Repercuto dentro su precio/hora lo que me gasto por el hecho de tener que estar fuera y me doy cuenta de que lo duplica. No tiene sentido ninguno. Pero no solo es eso, aun hay más: cada vez que viene dedico previamente una hora a poner la casa en orden, a dejarla decente para que, cuando venga, no se lo encuentre demasiado mal. Lo llamo pre-cleaning. Es decir y resumiendo: que limpio yo y además me arruino semanalmente.
II
Aprovecho que ella ha preferido venir el domingo -yo soy un mandado que se limita a adaptar la agenda a sus preferencias- para dar un lago paseo matutino, del que acabo semi lesionado. En cuanto se acaba el tiempo permitido legalmente para el paseo voy directo a la oficina a hacer tiempo. No quiero coincidir con ella y tampoco osaría molestarla. Tiene clave del wifi, pone la tele y ve telenovelas. Mi presencia sería solamente un estorbo, una visita no deseada en ese templo de paz y libertad que debe ser mi casa cuando no estoy yo. Una vez, mientras ella estaba planchando, vino a mi casa la actriz cubano-americana Lianett Borrego, que forma parte del reparto de muchas de esas telenovelas que ella ve y que ha hecho recientemente una película con Mel Gibson. Y claro, casi se cae al suelo del susto al ver cómo la actriz salía de la tele y aparecía en mi salón en una bilocación mágica, como una especie de milagro de Lanciano reinterpretado y con acento de Miami. Lianett le dio un beso y un autógrafo. Y yo una propina por los inconvenientes.
III
Adolfo Belmonte de Rueda es cordobés, tiene 44 años y vive encima de una silla de ruedas. Un problema durante su nacimiento le ha impedido poder andar, pero no poder soñar. Y por eso él lo hace cada día, a través de la lectura y con esa mirada que solo tienen los privilegiados. Algunos vivimos escribiendo, cumpliendo con nuestra parte del trato para que otros vivan leyendo, cumpliendo con la suya. Para que surja el milagro hace falta un artista a ambos lados del telón y con Adolfo eso está ganado, él siempre cumple. Adolfo recoge la montera que le brindamos y solo con su presencia se encarga de recordarnos que está esperando, que tenemos un oficio, que el talento no es una invitación sino un compromiso con aquel que nos lo ha dado, que tenemos este don para algo, que él nos está esperando al otro lado de la pantalla y que no podemos bajar el nivel. No le conozco personalmente, pero sí a través de las redes sociales, siempre sonriendo, siempre pegado a una lectura y con una sensibilidad sobrecogedora. Yo creo que el Premio Cervantes es lo de menos: si escribes en este país no eres nadie hasta que no te sigue Adolfo. Él es el verdadero ‘seal of approval’.
Adolfo me da los buenos días, las buenas tardes y las buenas noches todos los días. Casi nunca lo veo, vivo con todas las notificaciones silenciadas, pero de vez en cuando entro a mirar solo para ver que Adolfo está ahí, que ha salido el sol en Córdoba, que todo está en orden. Cada día nos sorprende con versos y pensamientos que iluminan el muro y lo limpian de basura. Las frases de hoy: «A pesar de todo siempre será mayo. Nunca hubo tanta luz en silencio. Doy fe». «Por la luz conozco las pisadas del tiempo». «Soy feliz en este ahora, la vida es instante». El más pequeño de sus pensamientos tiene más calidad que toda mi obra junta.
Adolfo te da ánimos, te recuerda que escribes como los ángeles, te hace sentir un grande de la literatura y eso es lo que te hace escribir con seguridad, tirando pases de setenta metros. Hay que pasarse en la metáfora; quedarse corto implica que no estás seguro, que no te estás gustando, que te falta confianza. Adolfo es esa confianza, su apoyo es escribir con dopping. En cuanto pueda me bajo a Córdoba a invitarle a un Montilla y un poco de salmorejo en La Viuda. Y de paso, a ver si le robo un par de versos.
IV
La señora que limpia ha dejado puesta una lavadora con los trapos con los que ha limpiado, extremando el celo y el cuidado anti coronavirus. Cuando la lavadora termina, me toca a mí tenderlos. Mientras lo hago, pienso que parece un trato justo: ella tiende lo mío y yo tiendo lo suyo.
V
En la sociedad postmoderna, la muerte se recibe como una anécdota, como un invitado que llega sin avisar y se quiere quedar a cenar. Da la sensación de que morirse fuera una sorpresa, algo que no te esperabas, apenas uno de los muchos finales posibles. Pero vivir sin muerte, es vivir de modo errático e insustancial, haciendo de la vida un jueves eterno y sin sentido. Solo asumiendo el punto final, solo anticipando el frío de ese ultimo momento podremos recorrer la vida de verdad, como si desde el lecho de muerte nos permitieran volver atrás y vivir, esta vez sí, en serio. El resto de maneras de afrontar la vida carecen para mi de cualquier interés.
La muerte está ahora presente cada minuto, en cada lugar. Da igual que hayamos decidido instalarnos en el infantilismo como sinónimo de virtud y en Disney como cosmovisión. Da igual que mires hacia otro lugar: la muerte está, aunque no veamos morir a los enfermos, a los ancianos y ni si quiera a los animales que nos comemos. No vemos tampoco morir a nadie en la guerra de las patrias, no porque no haya guerra ni patrias, sino porque hemos desertado del cuerpo a cuerpo. Pero que no veamos la muerte, no quiere decir que esta sea invisible.
Existe un último momento. Existe un último suspiro y una última mirada. No es una forma de hablar. No me aterra la muerte como concepto, pero sí ese momento, por la posibilidad de que lo tenga que pasar solo, sin mis padres, sin mis hermanos, sin mi hija. Si eso sucede será solo mi responsabilidad, habría pasado por el mundo sin haberme ganado la dicha de haber sido amado. Esa será la gran culpa: la de no haber sigo digno ni un solo minuto.
VI
Intensa sensación de pena y de fin de ciclo. Ha llegado la primavera como llegan las cosas que no se esperan, por detrás. sin avisar, sin tiempo para prepararte. Percibo que la euforia se ha instalado en el ánimo general a la vez que el mío se viene abajo. Ya veo en el horizonte el horror del verano, el calor y la vuelta a la rutina, a esa rutina que tanto odiaban y que ahora anhelan como a un pasado triunfal. Estos meses, que tan intensos han sido para mí, se quedarán en el recuerdo global como una nebulosa de tedio y horror. En cambio, yo nunca podré olvidarlos: nunca antes había conseguido tanta concentración y tanto ritmo escribiendo. Se han dado sin duda las condiciones perfectas para ello y puede que no se vuelvan a dar. Voy a echarlo de menos ahora que gradualmente volveremos a los compromisos sociales, a la agenda repleta, al estrés de los viajes, de las reuniones, a las comidas con no sé quien, a las cenas con vete tú a saber, a las cañas quién sabe con quién, a la imposibilidad de aislarme, a la intensa culpa por querer hacerlo.
VII
Como tantos otro días, me conecto por internet a la misa que oficia el Padre José María Olaizola, S.J. Hoy hace mucha falta.
Lunes, 4 de mayo
I
Para escribir columnas hay que evitar ciertas trincheras. Escribir para agradar a las lectoras de El Pais está entre las dos o tres peores cosas que se me ocurren. La voz, como la virginidad, se pierde solo una vez. Y un columnista que pierde su voz para buscar la voz que agrade, es un cadáver, deja de ser un escritor para ser un publicista que escribe textos para emocionar en anuncios de compresas. Hay que hacerse insoportable para determinados tipos de lectores, no solo en el fondo de lo dicho sino también, en la forma. No se puede escribir midiendo no ofender a gilipollas, no se puede escribir pidiendo perdón a analfabetos, no se puede tratar al lector como si fuera subnormal, no se puede explicar cada referencia, cada latinajo, cada restaurante o cada ciudad del mundo. Para leer a un columnista bueno vienes con la mili hecha, esta es estación de destino, no de partida. No soporto los fuegos de artificio y se necesita un poquito de fracaso para entender la calma.
Lo peor, no obstante, es la tercera España, los columnistas de la tercera vía, los ‘ni los unos ni los otros’. A ver: que no haya talla en ninguno de los dos lados de esta España iletrada no implica que yo esté en el medio. En absoluto, yo sé donde estoy, sé cual es mi sitio y lo sé de sobra. Lo que pasa es que, en mi sitio, estamos solos, nos han dejado huérfanos. No es ‘ni los unos ni los otros’. Más bien lo contrario: con los unos y con los otros. Esa es una posición fuerte, no débil.
Unamuno tiene un texto llamado ‘El sepulcro de Don Quijote’ que sirve de introducción a su ‘Vida de Don Quijote y Sancho’. En él dice: «es preciso que te hagas odioso a los muchachos sensibles que no ven el universo sino a través de los ojos de su novia. O algo peor: que tus palabras sean estridentes y agrias para sus oídos». Pues eso.
II
He enviado mi columna a El Norte de Castilla. Se titula ‘Memorias de Aprica’. Columna de tránsito. Si algo he aprendido es a no jugar de modo trascendente pelotas intrascendentes y la actualidad hoy es intrascendente. España está tomada por una crisis política tan nauseabunda que es imposible hacer análisis sensatos, serios y moderados. La gente quiere carnaza, vísceras, guerracivilismo. Tengo la total certeza de que no voy a ser comprendido por lo que evito el tema. No pienso contribuir al espectáculo. Sería para mí sencillo escribir una columna incendiaria que se viralice, que se propague como la pólvora por redes sociales y grupos de whatsapp. Lo he hecho varias veces y siempre con un denominador común: dudé hasta el último momento si mandarlas o no, porque no pasaban el nivel de mi pretensión de estilo. Eran columnas vulgares, exaltadas, macarras, que no me definen como escritor. Cuanto más sutil seas, cuanta más calidad muestres, cuanto más poso literario y más profundidad conceptual, más desapercibido pasas. Es desesperante, pero uno se reconoce más en sus fracasos que en sus éxitos. Los éxitos, al contrario de lo que se cree, son huérfanos.
III
Hoy el calor ha inundado el aire de un polvo imperceptible pero que se ve, como en esos cuadros de Hammershoi o como en Las Meninas, donde Velázquez pinta el aire pesado. Las hojas secas corrían por mi calle haciendo un ruido extraño, una ventolina dura y seca, como si la primavera hubiera dado paso directamente al otoño. El desorden es desolador.
IV
Termino ‘Corre, Rocker’, de Sabino Méndez. Un libro complejo, barroco, crudo, a medio camino entre las memorias y los olvidos. Reitero lo dicho anteriormente y añado que Sabino es un tipo tremendamente brillante, vivo y todo en él es literario, hasta su manera de coger la guitarra. Quizá excesivamente afectado en soliloquios para lo que nos tiene acostumbrados. Hay algo teatral en este libro, se podría hacer un monólogo interminable de disquisiciones filosóficas, poéticas, literarias e incluso metafísicas, la mayor parte de los cuales son brillantes. Su estilo es fundamentalmente una estética, una mirada propia, algo que me interesa como autor tanto por lo que cuenta como por lo que omite. Un gran tipo.
Martes, 5 de mayo
I
La columna pasa totalmente desapercibida, como suponía. Todo mal, o sea, bien. El columnismo no es análisis político. No es ‘clickbait’. El columnismo literario es otra cosa, es esto que yo pretendo hacer, un acompañamiento que se hace en una hora, que se lee en dos minutos y que despierta una sonrisa, una reflexión, una contradicción y una metáfora. La belleza, de quien la trabaje. Y los ‘trending topics’ de quien los necesite.
II
‘Resistiré’ ya no suena. Casi nadie aplaude a las 20:00. La cacerolada de las 21.00 es irrelevante. Me pone además de muy mala leche escuchar a esta derecha cafre. La derecha debería ser alegría, esfuerzo, prosperidad económica, libertad, respeto a las tradiciones, sensatez, refinamiento intelectual, aspiración cultural, inteligencia, sensibilidad y sentido común. La derecha según yo la veo no pega golpes a una cacerola. No es tan hortera. Pero hay un sección de exaltados odiosos y que, desde luego, me tendrán siempre enfrente. Tan enfrente como los mismos tarados del otro bando, que, por cierto, son casi todos.
Prefiero un antitaurino que un taurino antimorantista. El primero no ha entendido los toros, no se le puede culpar. Pero el otro, habiéndolo entendido, prefiere libremente escoger algo inferior, de menor talla. Es absurdo y me hace pensar que quizá tampoco ha entendido nada, pero entonces no sé qué coño aplaude. Me aterra pensarlo. Lo mismo me pasa con la religión: me siento más cercano a un creyente de otra religión que a un ateo, pero cuando veo a determinados católicos, entiendo a los ateos, a los anticlericales y comprendo el odio que podemos despertar. Yo no estoy en el bando de ciertos católicos y si llegara Jesús de nuevo no tengo duda de que los echaría del templo a latigazos. El domingo pasado, en la homilía del domingo de ‘El Buen Pastor’, el Padre Olaizola, S.J., dijo algo que lleva desde entonces resonando en mi cabeza. «Necesitamos que Jesús nos proteja de la religión del miedo, que también existe, de la que nos hace esclavos, de la del miedo a Dios. Jesús vino a mostrar otro rostro muy diferente de Dios, el Dios abbá, el que ama con ternura». Hoy critican hasta al Papa, que no les parece suficiente… ¿suficiente qué? ¿Suficiente cafre? ¿Están ellos por encima del Espíritu Santo que fue quien inspiró su elección? ¿Están HazteOir o El Yunque por encima del Evangelio? ¿Están planteando otro cisma? ¿Son Lutero, son Enrique VIII? Es esta gente, y no los ateos, la que de verdad suponen un riesgo para el catolicismo. Lo mismo sucede en la derecha. Su enemigo no es la izquierda sino el cafrerío que se aprovecha de ideales honorables para difundir sus dogmas y su odio. Casi la totalidad de mi país es políticamente repugnante y de un analfabetismo terrible. Les faltan lecturas. Y yo me niego a manchar mi diario de basura.
Pero tengo claro que me encantaría hacer crónicas de homilías: “Vulgar la referencia a Santo Tomás, momento en el que la elipsis del argumento se hizo insostenible”. “Un discurso monótono, hipnótico por momentos, de evidentes recuerdos tridentinos”. “El Padre Martínez se gustó en esa pastoral que tanto domina, herencia sin duda de aquella generación del 84 en el seminario diocesano y la belleza de la metáfora, como un zigzag atravesando el Pentateuco”. En fin.
La vida por la calle es de una normalidad que asusta. Mi ciudad es un parque temático de peluquerías cuyo olor nos hace llorar a gritos a Neruda y a mí y todo discurre plácidamente, casi suave, como si esta tarde la hubiera pintado Sorolla. La relajación es definitiva y la desorientación, absoluta. En este momento nadie tiene ni la menor idea de nada, nos hemos acostumbrado a vivir sin planes, sin respuestas y con una falsa calma que, no tardando, se convertirá en lo contrario, porque el hambre se huele y la inestabilidad política ya se ve a lo lejos, como una tormenta inevitable en una tarde de agosto. Vienen tiempos duros. Y lo peor es que algunos aun no se han enterado de nada.
III
Me escribe Eva Serrano, editora de Círculo de Tiza. Me cuenta lo siguiente:
Estamos intentado sobrevivir y hacer un recuento del desastre. Las librerías están devolviendo todo y no sé en qué momento podremos retomar la producción (…). Estoy superada por toda esta tragedia y no tengo muy claro que quiera leer ni una palabra más sobre este asunto, al menos en el corto plazo. (…). Pienso en la mal llamada gripe española y en los millones de muertos que dejó tras su paso, y no me viene a la memoria ningún título de peso que recuerde ese momento de tanta oscuridad. Me salta en cambio el Gran Gatsby, publicada solo cuatro después del final de la pandemia, y supongo que escrito dos años antes. Es paradójico, pero ahora es como que necesito que me hablen del futuro, aunque sea mentira.
No le falta razón, pero si ‘El Gran Gatsby’ sugiere algo es precisamente tristeza, melancolía, desazón interior. Es una novela de supuestos triunfadores que fracasan en lo más íntimo y que nos recuerdan que uno no puede escapar de su pasado. No obstante, la siguiente pandemia haré caso a Eva, hablaré del futuro, me disfrazaré de Scott Fitzgerald, buscaré a Zelda y a Hemingway y nos beberemos la Belle Epoque a sorbitos. Bueno, no.
IV
Me llegan las palabras de un laureado catedrático que dicen lo siguiente:
Es un placer leer a Peláez. La nueva generación de periodistas pisa fuerte. Estilo novedoso, expresiones provocativas, metáforas bien elegidas, libertad respecto a los cánones convencionales del oficio, por más que sea un oficio solo entendible y respetable desde la libertad. Muy atinada la referencia al ciclismo duro para entender lo que estamos pasando y lo que nos espera. Los Alpes como reto, el terreno de las pájaras que obligan a desistir. Sorprende, empero, que la realización de ese esfuerzo, cuando realmente se afronta, lleve, como apunta el autor, al olvido de lo vivido. Discrepo de esa idea, pero no la cuestiono, ya que en el fondo son discrepancias matizadas por la diferencia generacional, que lleva a perspectivas diferentes sobre lo que pueda pasar. Es ley de vida. Los jóvenes marcan rumbos nuevos al periodismo y a los análisis de la realidad. Es lógico y bueno, lo que demuestra que tenemos una juventud merecedora del aplauso y el reconocimiento
Me siento honrado por esas palabras hacia mí de alguien tan importante. No quiero dejar de apuntar, empero, que no soy periodista ni joven. Desde que he leído este mensaje me encanta la palabra ‘empero’. Estaba deseando usarla. No quiero, empero, resultar repetitivo.
Miércoles, 6 de mayo
I
Escucho en bucle a una banda noruega que se llama ‘Madrugada’ y que está disuelta desde hace doce años. Un grupo que ya no existe tiene algo de estrella fugaz y escuchar a una banda disuelta es como mirar las perseidas en la noche de San Lorenzo. Mirar, en definitiva, el pasado. Descubrir un libro de un escritor muerto no tiene nada de raro, sucede a menudo. Yo he pasado un invierno entero leyendo los diarios de Léon Bloy, que, por cierto, son sublimes. Es como si te hablaran Quevedo, Unamuno, el profeta Baruc y un personaje de Dickens a la vez. Escuchar a una banda que conociste, pero que ya no existe, es escucharte a ti mismo en el tiempo. Pero descubrir a una banda ya muerta es diferente, tiene un plus de tristeza. Es, de alguna manera, escuchar un pasado que, en su momento, te resultó indiferente, un eco lejano que se apagó sin que si quiera supieras que una vez llego a brillar. El libro, de alguna manera, se proyecta en la eternidad, como una pintura. El sonido, no. Pero sí la partitura.
II
El principal problema de un diario es intentar poner límite al yo ridículo, al yo pretencioso, al yo infantil, al yo serio, al excesivamente jocoso, al que paga facturas, al que fríe huevos, al que se ata los cordones, al que duerme, al que no duerme, al que compra mascarillas y al que recoge la casa los sábados. Escribir un diario implica circunscribir tu verdadera personalidad a una porción de ella, quizá la peor, que es la que mejor funciona. Me siento especialmente orgulloso de todo aquello que me ha supuesto una superación, un esfuerzo grande. Es decir, de lo que peor hago. De aquello que hago de modo sencillo, que es lo que en realidad hago muy bien, no me siento orgulloso porque no me ha supuesto esfuerzo y no hay superación. Me valoro, por lo tanto, por mis peores habilidades y evito hablar de las mejores. Un diario, así, no deja de ser un muestrario de lo peor de ti. Que, lamentablemente, es lo que mejor suena. Soy un prestidigitador con una baraja trucada.
III
Cuando pienso en que me podría morir en cualquier momento, lo único que me perturba es no haber tenido tiempo suficiente para dejar a mi hija algo de dinero y una obra decente.
IV
De repente tengo la necesidad de llamar a este diario ‘Agotados de esperar el fin’, como el disco de Ilegales. Me encantaría, pero no tengo ninguna gana de resolver el problema de posible plagio en una disputa con Jorge Martínez.
‘Agotados de esperar el fin’ es un gran título, empero.
V
Un día me di cuenta de que no estaba de acuerdo con nada de lo que hacía nadie en aquella empresa. Ni mi jefe, ni el jefe de mi jefe, ni ninguna de las personas que tenían algún grado de responsabilidad. No compartía absolutamente ninguna decisión, nunca, por anecdótica que fuera. Siempre tenía un punto de vista contrario al que finalmente imperaba. Es duro pensar que, pasara lo que pasara, tu decisión estaba mal tomada, no iba a gustar, te iban a enmendar la plana. Se empieza, así, a recorrer el camino de un auto acoso, de una censura preventiva que no te permite relajarte nunca ni ser tú mismo. En ese momento me di cuenta que no sobraban todos ellos. El que sobraba allí era yo.
Sucede igual con el análisis político. No estoy de acuerdo con nadie más que, esporádicamente, con las columnas de opinión que publica Expansión, las únicas que, por lo general, tienen una visión inteligente, formada y acertada. Cada vez tengo menos ganas de opinar de nada en esta guerra de trincheras, porteras y huevos podridos. Ya no estoy de acuerdo nunca con nadie. Es evidente que el que sobra aquí soy yo.
VI
Me llegan los tres tomos del suplemento especial sobre patrimonio que publica la semana que viene mi periódico, El Norte de Castilla. Más de mil páginas en total, es un gran trabajo. Empezando y terminando cada tomo se encuentran algunas firmas invitadas: el director Ángel Ortiz, German Delibes, Peridis, Carlos Aganzo, Rafa Vega ‘Sansón’, la Vicepresidenta del Gobierno Teresa Ribera, el Presidente de la Junta de Castilla y León Alfonso Fernández Mañueco y el Consejero de Cultura Javier Ortega.
Y un servidor, que hace año y medio estaba escribiendo en campos de barro. Todo esto es un gran orgullo.
Jueves, 7 de mayo
Estaba sentado frente al ordenador, escribiendo este diario con la ventana abierta de par en par, cuando sentí una necesidad imperiosa de salir de casa. Era de noche, pero la temperatura era fantástica, así que decidí levantarme de la silla y salir tal y como estaba vestido y comenzar a caminar, sin dinero, sin móvil, simplemente caminar, primero un pie, después el otro y así una y otra vez, con la única premisa de no ir por el camino que tomaría habitualmente sino por el contrario; ese era el trato, ese era el reto, ante un cruce de caminos tomar el camino menos normal para mi, la peor decisión en lugar de la mejor, buscar un sendero que me llevara a donde la vida quisiera llevarme, anulando mi capacidad de decidir, mis filias, mis recuerdos, mis querencias, mis procesos lógicos, mis instintos y caminar como un autómata teledirigido vete a saber por qué murmullo de mi ADN, caminar hacia ninguna parte, esperando nada, así que eso hice, salí de casa y giré a la derecha y luego otra vez a la derecha y un tiempo después a la izquierda hasta encontrar un río que recorrí en dirección norte y entonces fui adentrándome en extraños barrios y calles desconocidas, todas calladas, silenciosas y horribles, donde las mujeres tendían la ropa como exhibicionistas, llenándolo todo con ese olor a suavizante que luego se les impregna en la piel y cada vez que lo hueles te recuerda a una noche, cada noche a una mujer y cada mujer a una calle, y después de un rato la cosa se empezó a poner fea, yo me sentía el poeta García Madero por las calles de México D.F. a follarse a las hermanas Font y cualquiera de esas esquinas eran las esquinas en las que se mata a gente en las novelas hispanoamericanas, como un libro de Bolaño y pensé entonces que no quería morir en una calle que se llamara Democracia, Solidaridad, Voluntariado o cualquier otra mierda, así que pensé que era buen momento para volver a la civilización, a calles con nombres de generales, de reyes sádicos y de santos medievales, total no había nadie y no tenía excusa ni coartada delante de la policía y, por no tener, no tenía ni si quiera documentación, por lo que cuanto más oscura y pequeña fuera la calle y cuanto más progresista el nombre, peor pinta se le ponía a la denuncia, me iban a tomar por un traficante o, peor aún, por un yonqui con el mono buscando droga como una rata y se me ocurrió que el que se cruzara conmigo iba a tener miedo de mi y no yo de él, e iba a preguntarse qué coño hacía ese tío a esas horas por esos barrios horrorosos bajo esa luna tan trementadamente bella. Porque la luna era bellísima. Pero yo podría hacer la misma pregunta, quien eres tú y qué coño haces aquí saltándote el confinamiento y corriendo riesgos a cambio de nada, para hacer nada, solo por saber a donde llevan los pasos cuando tomas la peor decisión en vez de la mejor, por mirar a la vida de puntillas y dando saltos mortales. La noche era mágica y mi ciudad también. Yo caminaba a la deriva como el malo de la película, tremendamente feliz, sonriendo como un gilipollas y ya a pecho descubierto, sin miedo y sin vergüenza, como cuando Curro Romero pasea entre almohadillas de La Maestranza, cada vez más despacio, evaporándome a los cielos como un peregrino de barrio bajo. La ciudad se está poniendo preciosa entre tanta soledad y supongo que entre el despiste y la carga lírica de los veintipico grados me vi llegando de nuevo a casa. Abrí el portal, me miré las manos y me sentí como supongo que se siente un preso al salir de la celda o, mejor dicho, como si por alguna razón fuera de toda lógica hubiéramos reinventado el concepto de tiempo y de barrote.
Viernes, 8 de mayo
I
Veo por la calle a un antiguo compañero de la universidad hablando solo, caminando a pasos largos, como uno de esos zancudos, con los brazos atrás y la mirada ida, fijada en un punto cualquiera del suelo. Parece que va jugando con sus obsesiones, como cuando los niños juegan a no pisar las baldosas rojas, y va moviéndose como un caballo de ajedrez recién salido de una versión moderna de ‘El Mago de Oz’. Nunca estuvo bien del todo, siempre fue raro, aunque nunca fue un mal tipo. Supongo que alguno de esos síndromes que tienen nombre raro y padres abatidos. No quiero ni pensar cuánto tiempo hace que no habla con nadie. La vida pasa, los pozos se hacen profundos, las paredes cada vez más negruzcas y resbaladizas y no hay quien trepe.
Hablo por teléfono con una persona cuyo hermano estudió conmigo en el colegio. Me dice que no le ha ido bien en la vida y no me da más explicaciones. Una pena. Me entero luego que un amigo se ha intentado suicidar, le han encontrado con no sé cuantas pastillas en el estómago. La gente que hace mucho tiempo que no veo, por lo visto, aún existe. Llevan años confinados en su propio dolor.
II
Desde que soy padre de una niña mi opinión acerca de las mujeres ha cambiado por completo. No las conocía bien. Ahora, de algún modo, esa niña soy yo, por lo que no veo lo femenino como algo ajeno sino como algo propio, lo que ha eliminado mito y ha aportado un bofetón de realidad. Adentrarse en el universo femenino y sus relaciones es atravesar una selva desconocida e ignota, llena de peligros, de agresividad, recovecos, juegos mentales, atajos y callejuelas, como un barrio gótico, como un zoco árabe. Mi cerebro es una amplia avenida, los Grands Boulevards parisinos. No podemos compartir brújula porque no compartimos ni si quiera mapa. Una niña mira los procesos mentales de un hombre adulto como a los de un cachorro de rottweiler, que sí, que acojona un poco pero no deja de ser un cachorro, un ser medio idiota a su lado. Es muy difícil que un hombre pueda ayudar a una mujer a largo plazo, no jugamos con la misma baraja, mi manera de ayudarla a resolver sus problemas es totalmente pueril. Pero es más difícil aún que una mujer abandone la frustración como base vital, ese lodazal pernicioso de competitividad y relaciones tóxicas en el que rebozarse diariamente por puro placer. Admiro esa habilidad extraordinaria que tienen para joderse la vida.
III
Yo comprendo que no todos tienen las mismas oportunidades de base, que provenir de una familia culta es un trampolín inevitable para convertirse en una persona culta, que la cultura siempre sigue al dinero, que pasar tu infancia viendo a un padre que lee y que estudia por el mero hecho de saber, por la búsqueda del conocimiento en sí mismo y por ansia de erudición educa en parte la mirada y luego ves a un macarra con una lata de cerveza y camiseta de tirantes y la cosa te chirría. Y comprendo que un día, de tanto ver a tu padre y esa enorme biblioteca, te acercas a un libro, a Marco Aurelio por ejemplo, y empiezas a leer, a aprender, a no sentirte solo, a mirar en otras vidas, a construir una cosmovisión, a tomarte en serio a ti mismo. Yo comprendo que la sofisticación intelectual es, en ocasiones, una oración de la cual eres sujeto pasivo y no activo. Yo lo comprendo prácticamente todo. Pero no comprendo que tengas una biblioteca pública y gratuita en la esquina de tu casa, llena de libros, donde están respondidas las preguntas que se hacían Séneca, Virgilio, Borges o Cervantes y en lugar de ponerte a leer, a estudiar y a respetar un poco tu paso por la vida, que será muy breve y seguramente insignificante, dediques tus tardes de tormenta a ver ‘Sálvame’ en 22 pulgadas. No puedo comprenderlo. Simplemente no puedo comprenderlo.
IV
Un grupo de amigos almuerza en la mansión de los Gatsby, en la zona más exclusiva de Long Island. Hace muchísimo calor y todos son guapos y ricos. La mesa de la terraza está llena de gin-rickeys enfriando entre los hielos y se dedican a observar los enormes yates que navegan esa zona del Atlántico. Entonces es cuando Daisy Buchanan suelta la bomba que casi hace que se me caiga el libro. «¿Qué vamos a hacer con nuestras vidas esta tarde? ¿Y mañana y los próximos treinta años?».
Esa pregunta es la clave. Daisy parece estar preguntándose cómo van a arreglárselas para soportar toda la felicidad que se les viene encima. Yo me pregunto lo mismo. El peligro del lunes es que se nos acaban las excusas. «¿Qué vamos a hacer con nuestras vidas esta tarde? -me pregunto-. ¿Y mañana y los próximos treinta años?».
Sábado, 9 de mayo
I
Decido dejar a Ribeyro para más adelante. No puedo abandonar un libro y por eso prefiero ser honesto y no comenzarlo cuando algo me dice que no es el momento. Me tiro en brazos de Umbral, paso la tarde leyendo pasajes de sus libros de la época de Valladolid de modo desordenado y por la noche, ya en la cama y con Heredera pegada a mi como una lapa, comienzo ‘Historias de Manhattan’, de Louis Auchincloss, con un maravilloso prólogo de Ignacio Peyró y que compré en su momento por una recomendación que hizo Jorge Bustos creo que Jotdown. Peyró escribe como los ángeles. Tengo ‘Pompa y circunstancia’ como libro de referencia para asuntos anglófilos y ‘Cominos y bebimos’ es, sin duda, el mejor libro del año pasado. Ignacio escribe realmente bien. Mucho. Domina la redacción y me encanta ese estilo aristócrata con el que se acerca a los temas: de modo desapasionado, distante y frío como los pulgares de un linaje olvidado. ‘Historias de Manhattan’ es un libro que recoge diez relatos acerca de las clases altas de Nueva York durante casi todo el siglo XX. Leí un par de ellos en su momento, pero quiero retomarlo ahora. Veremos.
Dentro del libro encuentro un billete de tren Madrid-Valladolid de las 19:00 de un 22 de mayo de 2013. Me pregunto qué coño iría a hacer yo a Madrid aquel día, es imposible saberlo y el calendario del ordenador no me aporta pistas. Me hace mucha ilusión encontrarme con billetes de tres, marcapáginas, tickets y demás legajos de la historia pequeña, de la historia en minúscula dentro de un libro, especialmente si no son míos. En el libro de Umbral hay, como marcapáginas, una tarjeta de La Salamandra, un local mítico de Valladolid que dejó de existir hace muchos años y en el que, por cierto, vi a Amaral cuando no eran nadie. En el libro de Leguineche, sin ir más lejos, venía una postal de El Valle de los Caídos y de una iglesia de Palencia. No recuerdo en qué libro, hace un par de años, encontré una dedicatoria de un novio a una novia y un ticket de tren de León a Madrid. Y claro, con este material, un escritor inmediatamente deja de leer y se hace una composición de lugar. ¿Quién es él ¿Y ella? ¿Estarán vivos? ¿Qué será de sus vidas? ¿Volvió a León? ¿Se quedaron en Madrid felices para siempre? ¿Cuántos años tienen ahora? ¿Les habrá afectado el coronavirus? Da para relato. Todo da para relato.
El universo del libro de segunda mano es fabuloso. El fetiche me produce curiosidad, completa los textos e incluso llega a hacer que el propio contenido del libro sea algo accesorio, pasando el detalle a categoría principal, hasta el punto de que he comprado libros solo por este tipo de addendas. Una vez, en la Cuesta de Moyano vi un libro dedicado por Jose Luis de Vilallonga a Michi Panero. El rastro y las librerías de viejo están llenas de bibliotecas de grandes familias vendidas por los hijos para pagarse los vicios. Es maravilloso perder el tiempo en este tipo de insignificancias.
II
Me gusta comer pronto, digamos que a las 13:30. Antes, un aperitivo, un vino blanco frío, un Milano-Torino. Depende del lugar y el momento, un Dry Martini, ese cuchillo disuelto que decía Alcántara. Me gusta también cenar pronto e irme a dormir temprano. Son horarios como de aristócrata inglés, me muevo entre la vida monacal y la decadencia artística, mitad catequista, mitad terrorista. Me acompaña un ethos decimonónico, como de fina prosapia. Escucho hoy a Bach y a los minimalistas, sobre todo a Philip Glass. Luego el arte, la lectura, la escritura, el sueño del cottage. No sé cómo la gente es capaz de soportar el infierno de la vida en pareja.
Domingo, 10 de mayo
I
Hoy hace treinta y dos años hice la comunión en la capilla grande del Colegio San José. Me pasé la misa llorando por recibir el cuerpo de Cristo, la emoción fue insoportable. Creo que fui el único que entendió qué estábamos haciendo allí, con pantalón azul marino, chaqueta del mismo color, camisa blanca y corbata con el escudo del Colegio. Me doy cuenta ahora de que desde pequeño gestiono fatal las emociones, cualquier cosa con cierta intensidad me desequilibra y por ello busco la calma, la parálisis y la protección de la anhedonia. Luego me enteré de que los Jesuitas plantearon a mis padres que quizá podía haber una vocación, que quizá mi lugar era la Compañía de Jesús. Mi abuela se negó en rotundo. Ahora que miro hacia atrás creo que fue una equivocación. Yo habría sido feliz siendo cura. Y después, más feliz abandonándolo.
II
El aire ha secado el mapa de España, así que he podido lijarlo y pintarlo con cierta facilidad. La ducha resplandece blanca y limpia como una mañana infantil.
III
Hay estudios que aseguran que el 90% de los muertos son consecuencia directa de que el gobierno no tomó las medidas oportunas en su momento. Y no lo hizo, sabiendo el riesgo que corríamos, para anteponer su agenda política y las proclamas de feminismo marxista a la salud publica. El 90% de los muertos son directamente imputables a este gobierno inmoral e indecente. Ya está. No hay duda de esto. Espero que los sienten en el banquillo, empezando por Sánchez, Calvo, Iglesias y Montero y siguiendo por el inefable, por el Tonto Simón, que no ha dejado de hacer el ridículo y de equivocarse ni un solo día engañando consciente o inconscientemente a la población. Espero que también le exijan responsabilidades por este desastre y estos cuarenta mil muertos.
Dicho esto, antisistemas de derecha y de izquierda se ha encargado de ponerse a la altura del gobierno en niveles de ridículo e ignominia. Los que clamaban por el hecho incontestable de que no se estuvieran tomando medidas, claman ahora porque dichas medidas se eliminen y volver, por lo tanto a un ingente número de muertos por el que posteriormente culparán al gobierno. El ambiente es verdaderamente desolador, nadie tiene un plan. Solo las Comunidades Autónomas están a la altura, incluida esta vez Cataluña, y su papel ha sido decisivo. Supongo que por eso algunos quieren acabar con ellas. No hay esperanza de ningún tipo porque no hay alternativa de ningún tipo. España es un lodazal intelectual.
IV
Pido a mi librería el nuevo libro de Chema Nieto, ‘La risa que llevas puesta’, ‘Diario de Cabotaje’ de Rafael García Maldonado, los ‘Cuadernos’ de Cioran, ‘El día que llegué al Café Gijon’, de Umbral, ‘Madrid’, de Carlos Aganzo y los diarios de Kafka. Tengo otros diez esperando, pero este alijo de salida me da la oportunidad de ayudar un poco a ‘Margen’, mi librería de cabecera, que supongo que estará pasándolo mal. Todo ha cambiado y también nuestros patrones de consumo. Hay que volcarse en reconstruir el pais.
V
Mi tierra sigue en fase cero, pero el desconfinamiento es un hecho y el diario toca a su fin. La relajación es total y la tensión está en mínimos. La falsa euforia se ha apoderado hasta del clima. Esto está visto para sentencia, sin restricciones duras no hay nada que hacer y el pescado está ya vendido. Que venga lo que tenga que venir, que lo encararé como buenamente pueda.
A San Sebastián a ver a mi ahijado Jon, a conocer a su hermana Enea y a abrazar a sus padres Peyo y Aloña. A celebrar en Ibai. A ver a mi ahijado Álvaro, a donde él diga. A casa de mis padres, a comer un cocido con mis hermanos y mis sobrinos. Con Manu, Michel, Edu y Nacho a una barbacoa precipitada. A La Mudarra, con Guillermo y el canallismo de nuevo cuño. A Cádiz y a Sevilla, para disfrutar un poco de los castellanos del sur. A Madrid, a mirarme en su mayo, a abrazar a mis amigos, a ver qué se cuenta Nieto, a perdernos en El Rastro con Molina, a visitar las galerías. A Comillas, a comer rabas como un aristócrata venido a menos. A Mondoñedo, a descansar de la rotundidad de mi tierra con una mariscada improvisada. A Roma, a desprender mundanidad. A Copenhague-Dublin-Lisboa-Tánger-Málaga a escribir como un detective salvaje. A Buenos Aires, con Heredera, a sentirnos bohemios en las librerías de viejo. A Nueva York con Luis, a aprender a mirar. A La Encina, en Palencia con Fran Encinas, a hablar de cómo todo va a ir a mejor seguro. A Zamora con Óscar, que lo tenemos pendiente y no se nos logra. A Trigo y a Dámaso, a celebrar la buena mesa con todo aquel que quiera celebrar conmigo. A por un Negroni a El Colmao con David, Picón y Edu. A El Farolito a inaugurar la tertulia de Paty Varela. A la Dehesa de los Canónigos a brindar entre amigos. A Lera, en Castroverde, con Dani y Juan Diego, a sentirnos vikingos con frac. A Quintanilla del Molar, a ver a mis tíos y la inmensa soledad de nuestra Tierra de Campos. A Toledo, a estudiar el reino visigodo con tranquilidad y tensión baja. A Córdoba a por ese Montilla con Adolfo. A conocer Granada junto a Lucía. A los Cotswolds, al hotel aquel. A California a pasar una temporada con Diego, Lia y Verita. A Jerusalén con mis padres.
Y a dejarlo todo por escrito mientras Dios me lo siga permitiendo.
Valladolid, a 10 de mayo de 2020
(Click aquí para ir al Diario II: Digresiones de la nueva normalidad)
Le he descubierto en Twitter y he quedado prendado al instante de su lucidez y estilo. Muchas gracias.
Una hija mía y suya (mi esposa) , me ha mandado un artículo tuyo y quiro seguirte, ojalá hubiera en » las redes» personas, como tú.
Encantado, de conocerte.
Manuel J.
Excelente diario, lleno de aciertos literarios y, además, captando muy bien el aire de este confinamiento. Asumo la falta de orden, de concierto y hasta de aviso previo, pero que se vaya completando, por favor.
Disfrutar con las reflexiones que describen la cotidianidad de la excepcional situación salpicadas con alguna reflexión que no quisiera olvidar 👏👏👏
«Antes confinado que dominguero»; y otra vez la coincidencia retraída, la huida de lo vacuo y genérico para explorar el poso que nos ha quedado.
Pasaré de Uriarte porque yo soy de los que sí abandonan libros, películas y relaciones cuando siento que estoy perdiendo el tiempo.
Pessoa, para mí, es otra liga, y veo una y otra vez los partidos en blanco y negro de antes del 35; no me canso de los golazos por la escuadra ni de las «gambetas» gloriosas a lo dominguero de ciertas actitudes literarias.
Millás, también es un buen recurso; y si le gustara la idea de algo lúcido y escabroso: El pensamiento de los monstruos, de Felipe Benítez Reyes.
Ha sido un placer descubrirte Magnífico.
un apunte tan solo. No sería más adecuado poner lo último que escribes en la parte superior del blog?
Gracias, Borja. ¿A qué te refieres? ¿A que se actualiza sin aviso previo?
Me refiero a que hay que hacer todo el scroll para encontrar la ultima entrada… un saludo!
Ya, no se me ocurre otra manera…
Ud. es lo único que voy a echar de menos del confinamiento; el poder leerle gratis. Todo lo demás, la soledad, el encierro, el cine y la lectura, son mi vida.
Saberme un pionero en saber lo grande que es Margarito Peláez; un adelantado de las masas que vendrán, me reconforta. Aunque tardío, para quienes ya le conocían, me siento un cazatalentos.
Me ha conmovido con lo que escribió de Aute; no quiero ser repetitivo y abundar en una admiración por la franca lucidez que rezuma su escritura. Lo que del filipino ha escrito, es un resumen de su sensibilidad (como si hiciera falta).
Cambie de consejero cinematográfico; si lo tuviera a bien, vea: Fanny y Alexander y luego, remonte la obra del autor.
Me siento en deuda con Ud. y quería darle algo valioso.
Ha nacido una estrella…..
Tras 42 días debo confesar mi adicción. Gracias por escribir y por escribir así.
Lo leo con avidez al final de estos días interminables y clonados.
Buenos días,
Llevo un mes leyéndote. La verdad es que apenas leía a columnistas y menos aún desde que nos dejó David Gistau. Ahora que un amigo madrileño me recomendó que te leyese, he vuelto a recuperar esa sana costumbre. Un madrileño recomendando a un vallisoletano que lea a un paisano suyo. Qué caprichoso es el destino.
Bueno, a lo que voy. Que yo tengo un amigo editor. No es una editorial grande, pero podría ayudarte. Por preguntar no pasaría nada. Si quieres ponerte en contacto con él te doy sus datos.
Un abrazo y sigue escribiendo. Es de agradecer leer a gente que escribe de manera libre.
Acabo de leer tus penúltimas anotaciones del diario.
Y la verdad es que he sonreído cuando has mencionado el local «La Salamandra». Sólo la gente con una determinada edad hemos entrado en ese local. Ya hace tiempo que lleva cerrado y no me lo explico. Me gustaba ese local, su decoración, las fotos de sus conciertos en las paredes de gente antaño desconocida. No sé si me falla la memoria, pero creo recordar que había una foto de un concierto de Amaia Montero.
Cada vez que paso por esa calle y veo ese local cerrado da la casualidad que siempre voy con el mismo amigo (Juanjo) y siempre le recuerdo que me gustaba ese garito. Cuando me toque la lotería volveré a abrir La Salamandra.
Castilla la Novísima te espera.
Muchas gracias por el diario. Es una lástima que lo abandone pero agradezco el esfuerzo. Conocía sus escritos de mi estancia de bastantes años en Valladolid y le sigo desde hace años desde Cantabria. Con motivo del diario me agrada haberle dado a conocer a algunos de sus conciudadanos en Valladolid. Gracias, gracias y gracias.
¿Puedo pedir algo? Si al menos pudiera crear un espacio en el blog con el título de lo que lee me daría por satisfecho.
Muchas gracias por sus palabras, Jose Ramon.
No abandono el diario. Simplemente ha terminado el confinamiento. No tiene sentido en cuanto a concepto de obra.
Pero seguiré escribiendo otro diario. En breve seguro que tendrá buenas noticias.
Un abrazo y gracias de nuevo
Me he sumergido en sus diarios con el cálido temor de emerger en otro lado y así ha sido. Podría decir que añoro aquellos días como un animal que huele el polvo que le llega del desierto y al que le gustaría volver. Añoro el desierto, no a esa jugarreta de la vanidad que nos inventa días felices. Decía Jules Renard que cuando uno habla de su felicidad, debería hacerlo discretamente y confesarla como si confesara un robo. Usted lo hace con su talento, se arroja a él con la fe de los pájaros cuando se lanzan al aire. Gracias.