Se me queda corta la columna y larga la conciencia. En realidad, lo que yo quería decir es que hasta que uno no llega a Sevilla no sabe realmente lo que significa escribir en ABC. Propongo que, a partir de ahora, cuando el periódico fiche a un columnista, le integre en un proceso de bienvenida que incluya unos días en Sevilla. Pero en mayo, entre la Feria y El Rocío, cuando Sevilla se quita el disfraz de Sevilla y simplemente es ella misma. 

Para el proceso habría que contratar a unos actores que aparecieran en los momentos clave. Y guionizarlo como si fuera un ‘escape room’ inverso consistente en no querer escapar y robar las llaves de la celda para tirarlas al río y quedarse a vivir con tu carcelera, escribiéndole cada mañana prosillas a la sombra. Porque lo del otro día tuvieron que ser actores, claro. En mi tierra se habla poco y no estoy acostumbrado a que la gente me conozca o diga que le gusta cómo escribo. Menos aún a que me traten como si fuera de la familia. Estoy agradecido por la placidez con la que transcurren las cosas cuando son de corazón. A Curro le sienta bien el mundo y a mi vosotros, que templáis los días con las yemas de los dedos. Y, así, a veces pasa un Miura. A veces, la vida.

Esa formación no solo tiene como objeto que sepan en qué periódico escriben sino, también, qué personas hay detrás de la columna, personas concretas, no huecos de un organigrama tísico y sordomudo. Para que uno pueda escribir no vale con leer y vivir, no sirve con informarse y pensar, no es suficiente con tener un poco de luz, un poco de sombra y algo de vino. Todos han de saber que si escribimos libres es porque somos rentables. Y somos rentables porque hay quien logra que lo seamos. Y ese es el que nos recibe con cerveza fría, vino fino y mesas amplias. Y un respeto infinito. Álvaro Rodríguez Guitart debería ser el patrón del columnista.

Y Alberto García Reyes el de los poetas en formación, el de los pregoneros en grado de tentativa y el guardián de Sevilla y la belleza. Y, sobre todo, el espejo en el que mirarnos, a ver si llegamos de una vez a escribir una frase digna, solo una. La humildad es la otra cara de la grandeza. Y para prueba el maestro Ignacio Camacho, llegando a saludarme por sorpresa, que casi se me atragantan la caña y el estilo. Los que venimos de campos de tierra no vemos esto como normal, entre otras cosas porque no lo es. Y el día que me acostumbre todo habrá dejado de merecer la pena.

Pero hay algo más y es lo que realmente importa: el nuevo columnista tiene que saber para quien escribe, mirar a los ojos al camarero del Arenal, a los taxistas de Reyes Católicos, a las abuelas de Triana. Y cuando tenga dudas sobre su oficio, recordar la dignidad infinita del pueblo que lo va leer y echar media hora más. Y luego que se vaya de nuevo a su casa como me fui yo, con la humildad y la mirada más altas. Aun lo estoy digiriendo. Gracias por el cariño. Y por la enorme lección. Ya estoy en primero de abeceísmo. Y en segundo de sevillanía.

(Este texto debería ser la segunda parte de este otro publicado en ABC. Pero no tiene sentido publicarlo en ningún periódico. Es algo íntimo. Mejor así).

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