Dices que mi actitud está llena de desencanto. A mi me gustaría que todo hubiera sido diferente, pero ya hemos aprendido que querer no siempre es poder, que en cada vida hay varios momentos trágicos y que hay lugares de los que no se vuelve, o al menos no se vuelve vivo. Esto se llama “splitting of the ego”, es decir, “escisión del ego”. Dicen los psicoanalistas que ante un trauma, ante una herida brutal, ante esa tragedia, el ego se escinde en el proceso defensivo y que una de las partes resultantes de la escisión hace necrosis y muere -como cuando podas una planta- de forma que las ramas que sobreviven lo hacen más fuertes. Lo mismo pasa en ti ante el dolor: te conviertes en aquello que ha quedado vivo, que es tu única posibilidad de seguir adelante. Toda la savia va ahora a lo que queda de ti y te conviertes en las consecuencias del dolor. Te conviertes en artista: en la punta visible de un iceberg en el que hay sufrimiento, hay dolor y hay melancolía. El arte es sangrar por la herida.
El arte es construir un monumento a tu dolor, es vivir andando tu camino de soledad y fracaso. ¿Por qué pones esa cara? Sí, he dicho fracaso. Hemos fracasado y no pasa nada. Contrariamente a lo que te han enseñado, tú tienes la culpa y eres responsable de todo cuanto te sucede. Y si te ha pasado algo malo, harías bien en dejar de culparle a ella, a otro, a la vida, a la Iglesia, al gobierno o a las circunstancias. Enfréntante al espejo y acepta que esta hostia te la vas a tener que comer solito y que hay que seguir adelante sin guías, mapas ni manuales, guiado solamente por tu fe, por tu instinto, por el amor, por tu sentido de la dignidad y por tus sueños.
Es fácil distinguir a aquellos que vivimos así, porque distinguimos claramente la tontería de lo sustancial. Lo real y lo genuino, de lo impostado y de lo plano. Y tú confundes eso con el desencanto. Hay una diferencia entre belleza y estética, y entre estética y cosmética. Cuando se “hace” sin “ser”, el embuste que resulta sólo impresiona a quien nunca “ha sido”. No hay alma, no hay carácter. La emoción ni se busca ni se invoca, porque jamás acudirá. La emoción aparece cuando quiere, no se puede dominar. Y ¿sabes qué? No es la mirada del “creador” la que dota de emoción al arte, sino la del espectador. Hay espectadores más artistas que los artistas. Ellos llevan la obra al “next level”, porque también tienen esa dolorosa oscuridad, esa piel de gallina, ese desgarro cruel. Son artistas.
Hay una diferencia entre la felicidad y la diversión. Entre el amor y el enamoramiento. Entre una franquicia y lo genuino. Entre hondura y profundidad. Y eso sólo lo aprenderás con el tiempo y si vives con la intensidad suficiente. Se nota cuando algo “es” y cuando algo “quiere llegar a ser”. Lo primero alcanza su esencia a través de su propia existencia. Es, y con eso basta. Lo segundo no es, solo quiere llegar a ser, y por eso es forzado, se fija en lo exógeno, busca inspiración fuera en lugar de buscarla dentro. Sigue modas y tendencias en lugar de crearlas. Lo primero es verdad. Lo segundo es el reflejo de la verdad. Pregúntale a Platón qué opina de esto.
Así que no me llames desencantado. Puedes llamarme algo peor, si lo prefieres. Puedes llamarme cínico, soberbio, atormentado, pretencioso, radical y seguramente gilipollas. Pero no desencantado, porque eso implicaría que alguna vez he estado bajo el encanto de lo que critico y ya no, y eso no es cierto. Un desencantado es un converso. Yo no estoy desencantado: sólo estoy acojonado. Sigo temblando ante el amor y sigo temblando ante el talento, ante aquellos que son quienes son y no pretenden agradar al serlo, ni quieren convencerte de nada. Ante aquellos que tienen la fe de realizar lo que sienten y el mandamiento moral de negarse a hacer lo que no sienten, los del misterio, la hondura, la autenticidad, la eterna búsqueda de la emoción, de la ilusión de calarse de verdad hasta los huesos, de sentir miedo, de perderse en un laberinto en el que ni si quiera haga falta encontrar la salida. Es precisamente tu afán de buscar una salida lo que hizo que llamaras laberinto a lo que solo era un camino.
Abraza la nada, asómbrate ante el abismo y olvídate del resto. Te darás cuenta entonces que el desencantado no soy yo sino quien ha asesinado su esencia para impresionar a gente que se asombra por todo porque en realidad no se asombra por nada. Es tal el desencanto que ya no sienten la magia cuando realmente se produce.
Estás intentando fugarte del laberinto y no me gustaría estar en tu pellejo cuando te des cuenta de que la puerta de salida que buscas es en realidad la puerta de entrada hacia ti mismo. Y como sigamos así, cuando reúnas el valor suficiente para entrar, te vas a encontrar con lo que quizá menos esperabas: aquello a lo que tú llamabas desencanto.