Compartir ideas, nutrirte de lo que hacen otros, ver tendencias, fusionar conceptos, conocer por dónde van las cosas, qué funciona, qué no, proyectos multidisciplinares, equipos creativos, “contamíname, mézclate conmigo”, chorizo criollo, fusión flamenca, multiculturalismo, coworking, crowdfunding, crowdsourcing y demás argumentos para no dar la cara. Todos ellos son conceptos que hay que desterrar si quieres hacer algo grande, como por ejemplo no hacer absolutamente nada.
O como por ejemplo ser tu mismo ante la desaprobación, ante el descrédito, ante la incomprensión. La incomprensión, en sí misma, parte de una comprensión buscada y no encontrada. Hay que tender directamente al aislamiento. Ni una puta explicación, no lo intentes, no le importa a nadie. Tienes tu camino, cada cual tiene el suyo. Unos con más luz, otros con más sombra. No podemos entendernos profundamente unos a otros porque no podemos entender qué afectos y sentimientos han dado lugar al pensamiento del otro. No sabemos las causas, y el lenguaje es terriblemente limitado para tal fin, ya que su finalidad no es otra que la supervivencia mediante el intento de convencer, de gustar, de agradar. Es decir, el lenguaje sirve para mentir.
La influencia de otro en ti será inevitable pero se basará en su experiencia, no en la tuya. No puedes asumir el efecto que ves como causa propia, su antítesis no puede ser tu tesis: tienes que hacer la digestión de lo que ingieres hasta que sintetices lo que te valga y deseches el resto, a no ser que tengas varios estómagos y seas, por lo tanto, un rumiante. Haberlos, haylos, pero los rumiantes van en manada, en rebaño. A veces pienso que los rumiantes, para dormir, deben contar artistas.
Llega un momento en el que tienes la madurez suficiente como para desaparecer, aislarte, vivir entre interrogaciones y encontrarte sin buscarte, sólo siendo, porque ya eres y no lo sabías. Pero nunca te mires en el reflejo de los ojos de tus pares, ni te encuentres en la palabra no dicha que surja en el callejón entreabierto de unos labios a punto de hablar, en ese silencio sin comas. Un músico inspirado por un filósofo es grande, porque es tesis que derivará en antítesis. Un poeta inspirado en un pintor. Un creativo en un cocinero. Pero cuando te vas a mirar qué hacen otros como tú, no estás lo suficientemente maduro como para ser. No quieres ser, sólo quieres triunfar, quieres vivir, quieres sobrevivir, quieres aplauso, quieres otras cosas, que aunque son legítimas, te ponen en otro escalón. El benchmarking es un himno para cobardes.
Yo te comprendo profundamente, pero te reto a que mentalmente seas un mudéjar, frente a esos muladíes, moriscos y mozárabes que buscan fuera, nunca dentro. No hay nada fuera que te pueda ayudar a ser tú, a no ser que parezca que surge de dentro. Es el murmullo de tu sangre, el susurro de tu destino, la enseñanza de tus huesos, el grito silente de un ser humano -que pronto será un recuerdo y un poco después ni si quiera eso- por haber sido lo que tenía que haber sido y ya era; por hablar con lenguaje propio, por vibrar en frecuencia única y no por soberbia sino por infinita humildad. Por la humildad inabarcable de ser aquello para lo que has sido llamado y morir con las botas puestas y jugándote la vida a doble o nada en la ataraxia de la convicción más serena. Esa que dice: “Yo sé quien soy”.