Hay que huir del adjetivo, no sólo en la literatura. Es una posición vital. El adjetivo no completa; todo lo contrario, el adjetivo limita, coarta. La etiqueta simplifica y castra. Hay que volver al sustantivo, y óptimamente al pronombre. El sustantivo no deja de ser otro límite. Decir “Yo” es mucho más completo que decir mi propio nombre, en cuanto a que mi nombre ha sido impuesto y trae restos de pasado, de cascarón, de expectativas. “Yo” es presente, es mi visión de mi mismo. Mi nombre es apenas la visión de los demás acerca de mi mismo. El pronombre es el nombre exacto.

Si dices a un niño que es bueno, crecerá creyendo que es bueno. Si le dices que es malo, creará una personalidad sobre la base de que es malo y además lo hará creyendo que es él mismo y que es libre. El adjetivo se ha incorporado al nombre y en el peor de los casos, también al pronombre. Rafael ya no es Rafael. Rafael es Rafael el malo. Cuando diga “Yo”, ese “Yo” lleva el adjetivo adosado como una lapa a una roca. El adjetivo lo limita todo, lo distorsiona todo, hasta el recuerdo.

El pronombre es también limitador, no creo que pueda existir un “Yo” en pureza sin la existencia de un “Tú”. Yo soy una dimensión física inexacta, como una célula reivindicando un nombre propio, ya que sólo existe “nosotros”, en realidad. Yo soy tu espejo, no lo que aparece en el espejo. Yo soy para que tú te veas reflejado en mí, no en mi opinión de ti, no en el adjetivo de nuevo. Te muestro lo que eres para que te entiendas. Me muestras lo que soy para que me reconozca. Y eso solo es posible desde el amor, y solo hablo del amor si es incondicional, a ti por ser tú. A ti por ser y por hacerme ser.

También el adverbio confunde. No hay aquí, no hay allí, no hay ahora. No hay nada, en realidad. No hay ni si quiera realidad, sino una posibilidad limitadora de densidad y de frecuencia. El adverbio surge de la incomprensión. El adjetivo, del miedo. El sustantivo, de la arrogancia, de la perturbación individualizadora que nace de la falta de costumbre de ser a secas y de ser sin término.

El adjetivo es caduco, está sujeto a modas y convenios. La pureza es aceptarse fuera del adjetivo. Cada día que pasa estoy más seguro de que todo tiene sentido.

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