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Juan se confiesa en francés porque dice que así toma distancia de sí mismo. Juan pone cervezas con gaseosa si se las pides, pero creo que también las pone en francés, también para tomar distancia. Así, a cada caña con gaseosa, botella de Cristal. A cada “dijistes”, un silencio, a cada viaje en Benidorm, un otoño en Biarritz.

Juan veranea en Francia como podría veranear en Macondo, es el realismo mágico moviéndose en esa bici con la que últimamente hace recados antes de que llegue el  mediodía para estropearlo todo. Creo que así se siente menos Juan y más Truffaut, y nos dirige mentalmente como si fuéramos Jules o Jim. Yo, para no cortar el rollo, a veces entro hablando en francés y pidiendo cosas raras, para estar a la altura de sus expectativas. Lo gracioso es que él hace lo propio y me responde en inglés, preguntándome cosas de Chesterton, de Evelyn, de Pepys y así pasamos la mañana, convirtiendo San Andrés en el canal de la Mancha, como Don Quijote pero sin polvo.

Juan cuenta la verdad y si no tiene ninguna a mano, se la inventa sobre la marcha. Por eso, a veces se hace un lío, cuenta una anécdota acerca de cómo debe beberse la ginebra de Plymouth y el resto se da cuenta de que hasta ese momento lo habían estado haciendo mal, llegan a casa y se ponen a llorar por no llegar al nivel, como yo cuando me enteré que era “la flor y nata” y no “la flor innata”, aunque sigo pensando que mola más lo mío. Él se ríe desde su sacristía canalla. Y si estoy cerca, me uno a la risa y nos reímos juntos, a veces como dos jesuitas misericordiosos y desvergonzados, a veces como traficantes de armas. Depende de a quien haya que tocar los cojones.

Juan huele lo salado del aire cuando viene del atlántico, dice que así toma distancia. Yo creo que para él el aire normal huele soso, como la vida cuando dejas de respetarte. La sal del aire la pone la clase, que es hacer lo contrario de lo que te apetece, es luchar contra el instinto primario, contra la satisfacción evidente, contra las piscinas y los pantalones cortos. Yo me vengo del verano no aceptándolo, plantándole cara y vistiendo manga larga y americana. Juan se venga del mundo del mismo modo: encerrándose en su cáscara de ostra. Lo que el resto no sabemos es hacer magia y transformar aislamiento en belleza y, como Juan, convertir el odio en sonrisa, la vida en verso y la arena en perlas, como el otro Juan Bautista en el Jordán, pero este con Perrier. Dice que así toma distancia.

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