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Me caen mal algunas madres. Piensan que el pediatra al que llevan a su hijo es el mejor y te intentan convencer de ello. Avalan su postura con argumentos pseudocientíficos e incluso fardan de sus publicaciones y ponencias. Son grouppies, fans, admiradoras, como antes de ‘Los Pecos’, pero ahora de SU pediatra. No dicen “mi hijo va a un pediatra normal, uno de tantos, una cosa normalita vaya, de los de Dalsy y Apiretal, mucha agua y tal, que no creo que sea el mejor pero que al menos domina la bronquitis y el virus pie-mano-boca no tiene para él secreto alguno”. No. No existen.

También piensan –las oigo a diario- que el colegio de su hijo es mejor que el resto de colegios. De los 32.000 colegios que hay en España, su colegio es especial, con un sistema especial, unos profesores dignos del premio Nobel, un comedor especial con comida especial, lechugas más sanas, actividades extraescolares dignas de crear superdotados y un ambiente que ni en Hogwarts. Compagina el alto nivel académico con un recoleto ambiente familiar. Y he descubierto otra cosa: tienen un grupo de whatsapp que se llama “Grupo de madres de 2ºA” donde actúan como una logia secreta, como un lobby de presión, como un sindicato en pie de guerra. Están organizadas, muy jerarquizadas y hay jefas especialmente violentas.

En las plazas debaten acerca de la merienda. Es un tema estrella la problemática de si la fruta debe comerse antes o después del bocadillo, que a su vez genera otra polémica: la frecuencia del embutido intrasemanal. Las actividades extraescolares son otro tema destacado: el ballet deforma los pies, la natación es muy sana pero la sincronizada es demasiado sacrificada, la pintura a partir de los ocho, el inglés cuanto antes mejor (una dice que a partir de los cinco es prácticamente perder el tiempo, que la verdad me a mi me dan ganas de tirar ya la toalla, sacar a la niña del cole y ponerla a currar en la mina); el fútbol es de delincuentes, el rugby forma la personalidad y la música es súper dura y nada recomendable. Conocen todas y cada una de las actividades de ocio infantil que ofrece la ciudad, eso me parece normal. Hasta cierto punto, yo también. Pero lo que nos diferencia es que ellas lo hablan todo y consensúan las actividades que no te puedes perder de las que sí, de modo que si no vas a ver a Peppa Pig a un centro comercial un sábado por la tarde te miran como un mal padre. Luego te ven la barrita de Arnidol y sonríen aliviadas…

En los columpios hay una madre que ha decidido que cada dos minutos hay cambio de niño, “porque así son las normas”, que me dan ganas de preguntar que quién ha puesto esas normas porque en el boletín oficial de la provincia no lo he leído… pero la cosa es que nadie lo discute. Dos minutos. Cambio. Dos minutos. Cambio. Y luego, mientras esperan, surgen las conversaciones acerca de cómo van vestidos el resto de niños y niñas con la consecuentes críticas al estilo de sus madres, por supuesto no presentes, como si esto fuera una pasarela, vamos no me jodas. Las hay que critican a los niños pijos y luego están las que dicen que los niños tienen que ir vestidos de niños, es decir, pijos, y que ya tendrán tiempo de ir de otra manera. Se meten en todo. Mira, yo me piro, no aguanto este estado policial materno, de verdad.

Cuando vienen los padres todo es mucho más sencillo, nos entendemos fácil, no hay competencia, ni si quiera hablamos entre nosotros, hay un padre en cada esquina, mirándonos como en las películas del oeste y punto. Solo se rompe el silencio cuando un niño se abre la cabeza, y a veces ni aun así. Si uno fuma a escondidas, el resto hace como que no lo ve. Si uno viene, el otro se va, como en el juego de las sillas. Un día conté y había más padres que niños, no me preguntes por qué, y otro día había más niños que padres. Cosas que pasan… Por supuesto no se cómo se llama ninguno, ninguno da su opinión acerca de mis decisiones y yo no le doy la mía a ninguno. Y sobre todo: no competimos. Sé que no debo decir que mi hija es más buena, más guapa, más lista o más sensible que las demás, aunque lo sea. Pero valoro la posibilidad de que mi percepción sea falsa y sea una niña más. Estas madres de las que hablo son incapaces de aceptar que sus hijas son normales porque sería, en última instancia, aceptar que ellas son normales, algo que para lo que ninguna de estas mujeres está mentalmente preparada. Todas tienen más clase, más elegancia, más capacidad de sacrificio, más huevos, más inteligencia y más de todo que el resto de madres. Y, por supuesto, sufren muchísimo más que el resto. Y tienen menos tiempo. Y duermen menos, trabajan más, encuentran mejores ofertas, conocen mejores técnicas para leer, tienen cuentos prodigiosos, secretas pócimas mágicas, leen runas e interpretan tu aura a un kilómetro.

Yo las aconsejo que se tranquilicen, que se independicen del resto de madres, que se vengan con los padres, que no den consejos de ningún tipo y que disfruten de sus hijos y de la vida sin convertir esto en una competición contra todo y contra todos. Los niños lo agradecerán. Y los demás, ni te cuento.

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